Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás: ciencia y pensamiento mágico para entender la muerte
El paleontólogo y el escritor charlan con EL PAÍS sobre la nueva entrega de sus libros de conversaciones entre un sapiens y un neandertal
A lo largo de este libro iremos aprendiendo que los bogavantes pueden vivir 140 años. Que hay ratas que no mueren si no es por accidente. Y que un ratoncillo perece a los tres años, pero tras una vida con tantos latidos como los que ha tenido un elefante que la palma a los 90. El roedor se ha dado prisa en vivir, vamos. Pero lo más interesante no es esto, que podríamos encontrar en la Wikipedia, sino los miedos, aprensiones y reflexiones que todo ello suscita en Juan José Millás (Valencia, 76 años), el escribidor que v...
A lo largo de este libro iremos aprendiendo que los bogavantes pueden vivir 140 años. Que hay ratas que no mueren si no es por accidente. Y que un ratoncillo perece a los tres años, pero tras una vida con tantos latidos como los que ha tenido un elefante que la palma a los 90. El roedor se ha dado prisa en vivir, vamos. Pero lo más interesante no es esto, que podríamos encontrar en la Wikipedia, sino los miedos, aprensiones y reflexiones que todo ello suscita en Juan José Millás (Valencia, 76 años), el escribidor que va recogiendo, digiriendo y procesando la fiesta de datos y conocimientos científicos que desbordan una mente como la del paleontólogo Juan Luis Arsuaga (Madrid, 68 años). Ambos firman La muerte contada por un sapiens a un neandertal, nueva entrega de un diálogo que comenzaron con La vida contada por… (ambos en Alfaguara). Y ya pueden imaginar quién asume el papel de sapiens y quién el de neandertal.
“Yo me atribuyo el papel de neandertal porque desde niño he creído que el neandertal era el bueno y que se extinguió por eso: porque llegó el sapiens, que era un hijo de puta, y no pudo competir con tanta hijoputez”, cuenta Millás. “Como entre ambos hubo intercambio genético, siempre he pensado que el neandertal follaba por amor y el sapiens por interés. Este le daba cuatro cosas que brillaban al pobre neandertal, que era un ingenuo, y por eso se extinguió”. El escritor siempre ha intentado imaginar cómo fue el último neandertal que sobrevivió entre los sapiens. Y ve un ser que tenía que disimular y hacerse pasar por sapiens. “Así me siento yo muchas veces, que tengo que imitar a los demás”.
Ambos se han reunido a picotear en una cafetería de Madrid y entre croquetas, quesos y un verdejo parecen recuperar el tiempo perdido. Se han echado de menos. Porque el libro está escrito a partir de un recorrido por lugares como un desguace de coches, la Facultad de Veterinaria, Faunia y unos cuantos restaurantes donde la degustación de pulpos, bogavantes o caviar les dan pie a entrelazar datos de la biología (de Arsuaga) con el pensamiento mágico (de Millás).
Pregunta. ¿Qué tiene Millás de Kropotkin, como le llama usted a lo largo del libro?
Arsuaga. Millás cree en el mito del buen salvaje de Rousseau, que es lo mismo que sostenía ese aristócrata ruso forrado y anarquista: la idea del hombre como un ser virtuoso, solidario y cooperativo; y de la naturaleza como un paraíso. Frente a ello tenemos a Darwin, que basa su teoría de la evolución de las especies en la selección natural y la competición. Es muy fea la idea de que la mayor parte de los individuos muera y solo unos pocos se reproduzcan, pero es lo que pasa ahí fuera. No hay que montarse películas.
Frente a su ciencia pura y el epicureísmo de guardia que ejerce Arsuaga, Millás introduce siempre la búsqueda de sentido, de un porqué. “Yo racionalmente estoy de acuerdo con él, pero emocionalmente siempre se me escapa plantearme: ‘¿Nos morimos para…?’. Y él dice: ‘Elimina el para, no hay un para. Nada es para nada porque nada tiene sentido”. Sin más.
Es por ello por lo que, frente al Millás-Kropotkin del libro, Arsuaga emerge como “bulldog de Darwin”, siempre listo a defender los datos. ¿Pero acaso necesita Darwin quien lo defienda? “El pensamiento mágico acecha siempre”, responde Arsuaga. “Nuestra mente es en parte mágica y en parte racional, eso está en los genes. Si solo tuviéramos parte racional seríamos máquinas, ordenadores, y nosotros tenemos sentimientos, que son irracionales. La mayor parte de nuestra naturaleza es animal, irracional”. Millás añade: “Hay que establecer la frontera entre ciencia e ideología. La tabla periódica es igual para los comunistas o los de extrema derecha. O que la Tierra es redonda. Los comunistas no suman o restan de forma diferente a los conservadores. Luego sí hay zonas fronterizas, gente que compatibiliza ciencia y religión, pensadores científicos serios que lo compatibilizan, a mí me resulta difícil”. La religión, acuerdan los dos, ha sido la habitual proveedora de la trascendencia. “Pero el sentido es inherente al ser humano, somos buscadores de sentido, todo el arte es producto de la búsqueda del sentido”, sigue Millás. “Cuando Nietzsche dijo que Dios había muerto, alguien dijo que entonces todo estaba permitido. Y creo que fue Sartre quien concluyó: si Dios no existe, nosotros somos los responsables de este tinglado. Si hay Dios, el responsable es Dios. Si no, somos nosotros. Es una forma de integrarse en algo que nos excede”.
P. ¿Quisieran la vida eterna?
Millás: Yo, ni regalada. Me suena a domingo por la tarde eterno. Y es que no he acabado de cogerle el punto a esto de la vida.
Arsuaga: Yo la eterna juventud, por supuesto. La vejez eterna, no. O que me quede como estoy. Tengo planes para el futuro, yo no tengo interés en irme de este baile. Y, diga lo que diga, él tampoco (ríe).
P. ¿Y se podrá parar el reloj?
Arsuaga. No en un plazo de tiempo razonable. De hecho, puede ocurrir que la siguiente generación viva menos que la nuestra porque a pesar de los progresos en medicina, los trasplantes o la creación de órganos se vive peor, la vida es menos natural. Hay más diabetes, más obesidad… nuestra vida es menos saludable que nunca.
P. ¿Entonces lo que consigue la ciencia lo va a frustrar el ser humano?
Arsuaga. La ciencia corrige nuestros desajustes, nos permite controlar los síntomas. Pero no hay nada saludable en la vida que hacemos y es lógico que desarrollemos enfermedades. Desde que nos sentamos todo está pensado para que no ejercitemos ningún órgano y eso se corrige con pastillas o cirugía, pero hoy la verdadera pandemia es la obesidad. Lo de vivir cientos de años, no lo veo.
El debate entre vivir y morir, entre estirar la juventud o la vejez, no queda a salvo de la causalidad que plantea el escritor: ¿Para revivir el sexo como a los 40 o para comer sin que te siente mal? Y no tiene dudas. “La disminución de la libido es un alivio. Es muy curioso que la gente ponga ahí su identidad cuando es lo que menos controlamos y donde menos deberíamos poner la identidad. Si me dieran a elegir: follar como a los 40 años o comer de todo sin que me cayera mal y sin engordar, elegiría comer. Sin duda”. Arsuaga se resiste a elegir: “¿Por qué hacerlo? Los seres vivos nacen, se reproducen y mueren. Es biología: el metabolismo y la reproducción, es la esencia de la vida”. Y no elegirá.
El picoteo prosigue entre análisis sobre la variedad del tomate que ha llegado a la mesa o el valor calórico del vino cuando llega la hora de decir adiós. Hablaron de la vida en su anterior libro; esta vez, de la muerte. ¿Qué les queda? “Quedan muchos temas por tratar. Eso es todo”, dice Arsuaga, pero sigue: “Y la mente es el principal. El gran tema que nos queda por abordar es la consciencia. La mente”. Ya lo sabemos, entonces: el homo sapiens y el neandertal charlarán sobre la mente. Lo estaremos esperando.