Serguei Loznitsa ante la crisis en Ucrania: “Rusia cree estar en la plenitud de sus fuerzas”
El cineasta ucranio, director de dos documentales que no fueron autorizados a proyectarse en las carteleras de los cines rusos, presenta varias de sus obras en la Filmoteca Española
“Rusia aspira a recuperar la influencia y la grandeza de la URSS, si es que hubo tal grandeza, y trata de que otros recuperen el miedo ante la Unión Soviética”, afirma Serguei Loznitsa, el director de cine de 57 años, que por su biografía goza de una posición privilegiada para observar el triángulo eslavo “Rusia-Ucrania–Bielorrusia”, donde las expectativas de fatales colisiones se han disparado en las últimas semanas.
Loznitsa nació en Biel...
“Rusia aspira a recuperar la influencia y la grandeza de la URSS, si es que hubo tal grandeza, y trata de que otros recuperen el miedo ante la Unión Soviética”, afirma Serguei Loznitsa, el director de cine de 57 años, que por su biografía goza de una posición privilegiada para observar el triángulo eslavo “Rusia-Ucrania–Bielorrusia”, donde las expectativas de fatales colisiones se han disparado en las últimas semanas.
Loznitsa nació en Bielorrusia, se crio y se formó como matemático e ingeniero en Ucrania y posteriormente estudió cinematografía en Moscú. En la actualidad, el cineasta, de ciudadanía ucraniaa, reside entre Lituania y Berlín. Dos de sus documentales, Maidán (2014) y Donbás (2018), no fueron autorizados a proyectarse en las carteleras de los cines rusos y él cree estar perdiendo “la lengua común” con una parte de la intelectualidad de aquel país. Estos días, Loznitsa presenta varias de sus obras en la Filmoteca Española, en Madrid.
“Putin no esconde sus objetivos y ya ha dicho cuál es su actitud ante Ucrania, el Báltico, Rumanía y Bulgaria, No ha llegado aún a Finlandia, pero por los sucesos de los últimos años ya sabemos cuál es su actitud ante Bielorrusia”, comenta. “Ante nosotros tenemos el deseo de conquistar esos territorios y, además del anhelo místico de recrear el imperio, se advierte la necesidad de supervivencia tanto en el interior como en el exterior de Rusia, que no se está adaptando a los cambios en el sector energético del que depende mayormente”.
Opina Loznitsa que el momento elegido por Rusia para incrementar la tensión es el idóneo. “Creen estar en la plenitud de sus fuerzas. Europa está escindida y es muy dependiente de los recursos energéticos, EE UU evidenció su debilidad en Afganistán. Este es el momento justo”. “Este proceso tiene una lógica férrea y precisa. Esta gente (el “Putin colectivo” que gobierna Rusia) se ha apoderado de toda la propiedad, ha destruido la oposición y la prensa libre, y durante años ha trabajado en pos de sus objetivos. Ahora, está acabando de despejar el camino”.
Entre las cintas exhibidas en Madrid están Babi Yar. Context (2021), un documental sobre el exterminio de decenas de miles hebreos en un barranco en las afueras de Kiev en septiembre de 1941, y Funeral de Estado (2019), otro documental sobre las exequias de Stalin. No ha llegado Mr. Landsbergis, su última producción (2021), dedicada al papel de aquel estadista lituano en el fin de la URSS en 1991.
Con una duración de dos horas y quince minutos, Funeral de Estado permite sumergirse en el inmenso espacio de la URSS en unas fechas cruciales. La calidad de los materiales (que iban a utilizarse para una película oficial sobre la muerte del líder que la Unión Soviética nunca llegó a estrenar), su montaje y su cuidada banda sonora permiten nuevas lecturas y también combatir mitos como el “gran llanto colectivo” por el fallecido. Los rostros de quienes desfilan junto al cadáver de Stalin “reflejan todas las emociones humanas”, como puntualizó Loznitsa a esta periodista. No solo dolor y desamparo, sino hermetismo, desconfianza, distanciamiento, miedo y sospecha.
En la película hay cuadros surrealistas, como la escafandra transparente con la que se dotó el ataúd en el que llevaron el cuerpo de Stalin al mausoleo de la Plaza Roja, la ambientación de invernadero en la casa de los Sindicatos de Moscú, donde el cuerpo estuvo expuesto en aquel frío marzo de 1953. El documental muestra cómo los habitantes de Asia Central, del Cáucaso, del Círculo Polar Ártico y del Pacífico, entre otros, escuchan el parte de la muerte de Stalin, narrado con todo lujo de detalles técnicos sobre su degeneración física. “Todas estas comunidades se encontraban en distintas fases de proceso de desarrollo. En la URSS existía Moscú y luego la periferia. Unos vivían en la Edad Media, otros en edad de Piedra y otros más o menos en una sociedad industrial. Desde el punto de vista ideológico, la URSS se consideraba un Estado ateo, pero de hecho la mayoría de sus habitantes estaban unidos por la religión”. “A la muerte Stalin estoy seguro de que millones de personas experimentaron un trauma, porque creían que el líder no podía morir. Participaban de una narrativa religiosa. Como Estado ateo la URSS no podía existir, porque el ateísmo despeja el lugar para la ciencia. ¿De qué ciencia podemos hablar ahí?”.
Inevitable hoy preguntar a Loznitsa si habrá guerra —o más bien nuevas formas de guerra— entre Rusia y Ucrania, enfrentadas desde 2014 por la anexión de Crimea y por el apoyo prestado por Moscú a los secesionistas de las regiones orientales. “La forma de la guerra cambia, porque ha desaparecido la ilusión de que es posible ponerse de acuerdo”, dice el director.
La película Babi Yar. Context estaba destinada a proyectarse en el memorial del Holocausto, erigido en el lúgubre paisaje del exterminio cercano a Kiev, pero durante su confección adquirió vida propia. La cinta ha originado unos críticos comentarios del director del Instituto de la Memoria Nacional de Ucrania, Antón Drobóvich, y recibida con indiferencia por parte de la intelectualidad ucrania. Loznitsa cree que en la raíz de esta actitud está el intento de crear “el mito de que el Estado ucranio existe desde 1917 y tiene ya un siglo de existencia, cuando sabemos que el Estado ucranio apareció en 1991, y si no fuera así cabría preguntarse qué evento celebramos el año pasado”.
Existe la tendencia de crear este vínculo entre la “Rus” de Kiev (formación eslava medieval) y la Ucrania de hoy y de contar al mundo que los ucranios existieron siempre, pero por desgracia estuvieron esclavizados, por tártaros, lituanos, polacos y rusos, sucesivamente, y al fin, hace 30 años, se liberaron de la esclavitud. “Pero esto es una tontería, porque si en Kiev, en los años setenta del pasado siglo alguien le hubiera dicho a un oficial del ejército soviético que era un ocupante, simplemente no lo hubiera entendido. En Lviv puede que fuera diferente, como en Lituania, donde los soviéticos eran también ocupantes, pero en Ucrania en su conjunto la situación era bastante más complicada”, señala el cineasta, muy sensibilizado sobre los temas históricos. “Kiev nunca fue una ciudad ucranio parlante y en las ciudades los ucranios eran minorías que no llegaban al 5%. Entre los dirigentes de las ciudades había muchos alemanes, pero nadie quiere decir que todos los carniceros, panaderos artesanos y comerciantes eran alemanes. Yo trato de hablar de lo fundamental y no me gusta nada el intento de reformatear la historia adaptándola a concepciones propias, como el concepto ucranio”.
Cree Loznitsa que “está en marcha un intento de reformatear la lengua y, por lo tanto, de reformatear nuestra actitud ante los acontecimientos”. “En época de la URSS, intentaron calificar como soviéticos a todos (los muertos en Babi Yar), ahora la palabra ‘soviéticos’ ha sido sustituida por la palabra ‘gente’ y esto de nuevo no es correcto. Porque en Babi Yar mataron a hebreos por ser hebreos y Babi Yar es un símbolo de la tragedia hebrea” y “esto no pueden ni quieren aceptarlo quienes intentan fundar su propia historia”, señala.
“Otro tema que me provoca rechazo interno”, afirma, es el deseo de crear héroes a partir de gentes que fueron terroristas, de la organización de nacionalistas ucranios, gentes a las que ahora se les erigen monumentos o se les dedican calles. No es que los dirigentes ucranios tengan una política estatal nacionalista, pero los nombres de esos personajes están en calles rebautizadas en época de los presidentes Víktor Yúshenko o Petró Poroshenko”, señala. “El nacionalismo ucranio es minoritario como lo demuestran los resultados de las votaciones parlamentarias en aquel país y Zelenski y las autoridades ucranias actuales no tienen nada que ver con los nacionalistas que lucharon contra la URSS por la independencia de Ucrania, pero de todas maneras hay intentos de crear una visión de la historia apoyándose en nacionalistas, que se manifestaban de forma muy parecida a los ideólogos del nazismo”.
Según Loznitsa, quienes hoy promueven como héroes a los que, en su intento de tomar el poder, cometieron actos terroristas tal vez no entiendan que ayudan a la propaganda rusa. ”Yo estoy categóricamente en contra de esta posición”, señala.
Uno de los más graves errores cometido en febrero de 2014 por la Rada Suprema de Ucrania (el parlamento del país), tras la huida del presidente Víktor Yanukóvich, fue suspender la ley que garantizaba el uso del ruso y otras lenguas de las minorías. A pesar de las recomendaciones del Consejo de Europa, el presidente Zelenski no modificó la ley sobre la enseñanza de las lenguas en las escuelas, que discrimina las lenguas minoritarias y sobre todo la rusa. “No sé si por falta de voluntad, por falta de deseo o por otras razones. No entiendo por qué las autoridades ucranias le dan a Rusia la posibilidad de utilizar esos triunfos colosales”.
Loznitsa conoce la lengua ucrania, que estudió en la escuela, pero reivindica su derecho a expresarse en ruso, que es su lengua materna. “Afirmo los derechos de la lengua en la que pienso y en la me crie, y que es también una lengua de Ucrania”, dice. Y lamenta que “en lugar de aceptar como lenguas del país las lenguas de todas las minorías se cometen fatales errores que llevan a la confrontación. Por idiotez, por miedo o por impotencia. Lo sabremos dentro de cincuenta años”.
Valorando la evolución de los tres Estados eslavos surgidos de la URSS, Loznitsa cree que Rusia ha retrocedido hacia el pasado, Bielorrusia se manifiesta como un territorio sin capacidad para adquirir conciencia, formular una tarea y actuar. “Ucrania, a su vez, volvió a ser una víctima, parcialmente, y de momento, sus dirigentes piden a Occidente que la defienda, aunque en treinta años hubieran podido lograr muchas cosas con métodos políticos. Si no se ha hecho, es por falta de una élite, pues ahora se manifiesta ante nosotros la ausencia en la nación ucrania de los grupos nacionales que formaron parte de otras élites tradicionales y que a lo largo de la historia fueron expulsados. El potencial plurinacional no se utilizó, no sabemos si intencionadamente o por ignorancia”, afirma. “El mayor error que cometió Ucrania cuando el Maidán (revolución popular en la calle) culminó con la huida de Yanukovich fue modificar la ley de lengua. Si actuaron sinceramente en un tema tan sensible, entonces cometieron una tontería”, señala.