Iliá Ehrenburg se adelantó a Baudelaire en París
Un libro inédito en español con fotografías y textos recupera el legado del poeta y novelista ruso
Descubrió la cámara Leica en París y la llevó consigo como Baudelaire llevaba sus ojos de flâneur, buscando rincones, vagabundos, solitarios, urinarios públicos o suicidas… Era Iliá Ehrenburg (Kiev, 1891-Moscú, 1967), comunista ruso que vivió en la capital francesa con Lenin, escapó de las purgas de Stalin, estuvo cerca de Pasternak, pero repudió Doctor Zhivago, y en la guerra española, adonde vino como ...
Descubrió la cámara Leica en París y la llevó consigo como Baudelaire llevaba sus ojos de flâneur, buscando rincones, vagabundos, solitarios, urinarios públicos o suicidas… Era Iliá Ehrenburg (Kiev, 1891-Moscú, 1967), comunista ruso que vivió en la capital francesa con Lenin, escapó de las purgas de Stalin, estuvo cerca de Pasternak, pero repudió Doctor Zhivago, y en la guerra española, adonde vino como periodista, abrazó la causa republicana y creyó que aquí caería el fascismo. Fue amigo de Picasso y de los surrealistas. Sus fotografías de París adelantan el neorrealismo italiano, se fijan en la soledad de los hombres y, cuando los halla en compañía, sus retratos insisten en la compasión, como si estuviera, en tiempo de una paz precaria, ante un campo de concentración. El resultado de su aventura con la Leica es un libro raro que Juan Barja, editor de Abada, descubrió por casualidad en Buenos Aires, hizo traducir del ruso y publica ahora en castellano.
Cuando ya volvieron las guerras (en España primero, en Europa en seguida), Ehrenburg llevó a cabo su juramento más célebre, el de perseguir en todas partes a los antisemitas, y eso lo condujo también a ser antialemán. En este libro, Mi París, que Barja, también poeta y filósofo, descubrió en el estudio del galerista Jorge Mara en Buenos Aires, aquel Ehrenburg que fue de todas partes (pero sobre todo de París, eso decía) se asombra tanto de que la vida cotidiana contenga tal poesía que deja que ella misma, la vida, constituya una narración que sobresale sin palabras. La Leica sigue el camino que quiere y el relato que termina haciendo el poeta emociona como un preludio de los desastres de las guerras que dejaron en soledad a millones de seres humanos en el mundo y particularmente en los territorios caminados por Ehrenburg como soldado y periodista.
El editor Barja apreció en esta especie de manuscrito gráfico hallado en el campo de concentración de la historia que lo que retrataba Ehrenburg era el París de Baudelaire o de Boris Vian, “un viandante que hace la foto y escribe el texto”, y así se convierte en uno de los pocos autores capaces de afrontar ambas tareas poéticas con el mismo tono de mirada. El libro entero es “un Paris la nuit de la época de Versalles, de los surrealistas, de la preguerra, cuando muchos intelectuales alemanes ya se habían escapado de la ciudad”.
Barja ignora qué fue de los originales de estas fotografías, que aparecen en el libro dispuestas según el primitivo diseño de El Lissitzky (1890-1941), diseñador, fotógrafo, tipógrafo y arquitecto ruso, amigo del escritor. Entre los retratos que más valor simbólico tienen, dice el editor, “está esa cámara utilizada como un cañón de revólver, o esas imágenes en las que el París oscurecido está citado como una luz blanca”. Es un abrazo a París, un París triste, desolado, que sin embargo consigue de él estas expresiones: “Yo amo París por su intensidad” o “Amo París porque todo en él es fingido”.
A Barja le sorprendió que en esta colección, que él considera insólita “desde la primera fotografía”, el de Ehrenburg no sea en absoluto “el París de los turistas”, sino que es la ciudad propia del poeta, que ya lleva allí 13 años, y que por ello había sido acusado por sus compatriotas de cosmopolitismo, un pecado bajo los estatutos de los seguidores de Stalin. No es un libro excéntrico en la historia de Ehrenburg, pero sí en lo que significa de síntesis poética de su propia manera de contar las cosas. Aquí los personajes no importan. Importan las personas, que estas sean seres cotidianos, y que aparezcan también gatos, calles vacías, ciudadanos normales que empiezan a existir por encima de la ciudad rural. La ciudad es ya lugar de refugio, de imaginación, de vida, de todo lo que puede excitar o atormentar al hombre. En la colección no hay un solo interior, la gente está cruzándose por la calle, para encontrarse o para despedirse, en medio de paseos que parecen hallar a los viandantes entre la angustia y la búsqueda.
Barja lo halló en caracteres cirílicos y lo hizo traducir del ruso por María Loreto Ríos Ramírez. Está publicado en España con las mismas imágenes e igual edición que la del original. “Vi una vez otro en inglés en la librería Ocho y Medio, de Madrid. En español, que yo sepa”, dice Barja, “no lo ha publicado nadie antes”.