Los siete jóvenes que toman el relevo del arte en España
Siete creadores menores de 35 años, máximos exponentes de la última oleada del arte español, analizan problemáticas y nexos comunes
La idea de generación es una de las más resbaladizas del campo del arte. Los límites son imprecisos; las distancias, vaporosas; y la pertinencia, discutible. Ligada a la escena joven, la expectativa se dispara y lo futurible se convierte en una marca antes de caer en un inmenso cajón de sastre. Aunque parece que hay consenso. En los tiempos que corren, dispersos de por sí, el término generacional languidece al tiempo que clama una regeneración. No hace mucho que La Casa Encendida de Madrid, que acaba de inaugurar una nueva edición de su proyecto Generaciones y que lidera el premio más importante en España para los artistas menores de 35 años, puso el interrogante en su propio certamen abriendo el debate sobre cuáles son las estructuras que legitiman eso de ser artista emergente y sus contrapartidas. La última generación lo tiene claro: el término está obsoleto y urge desbordarlo desde otro lugar y con otros términos. Llamémoslo círculo de intereses, motor de correspondencias, pulso común, maneras de hacer, grupo de afinidad o sistema celular. Ilusión o coincidencia. Ahí el rango de edad pasa a un segundo plano y la identificación es transgeneracional.
A falta de un ensayo sobre lo que une o no a la generación más joven, el tema se piensa cada vez más desde los espacios artísticos. Acaba de inaugurarse en el Centro Cultural de España en México la exposición La cuestión es ir tirando, organizada por Ángel Calvo Ulloa, con el trabajo de 27 artistas españoles y la voluntad de definir lo que entendemos por “panorama generacional”. El mayor es de 1975, Fernando García. El más joven es de 1983, Diego Delas. La lectura entre todos ellos se produce apenas sin distancias. Ocurría también en la exposición Querer parecer noche (2019) en el CA2M, bajo una trama ambigua y fragmentada que incorporaba la idea de escena a los propios fantasmas de lo generacional. Ejemplo de cómo pensar un contexto, el de Madrid, abrazando sin complejos el afuera a veces con más entusiasmo que lo que se cuece dentro. Sobre la idea de contexto gira también la muestra que abría ayer en Artium, Zeru bat, hamaika bide, en torno a prácticas artísticas en el País Vasco entre 1977 y 2002. Una suma de voces, formas y modos de hacer que dan cuenta de lo complejo y rico que es hablar del arte del presente.
Sólo la perspectiva parcial propone una visión objetiva. Bajo esa máxima feminista ponen el foco proyectos que indagan en la cuestión generacional como Inéditos, también en La Casa Encendida, programas como Circuitos o Se busca comisario de la Comunidad de Madrid o premios como Injuve, GureArtea o el Miquel Casablancas, que justo acaba de abrir la convocatoria para 2020. Hay instituciones como el CAAC que activan el radar de los nacidos en los ochenta con proyectos como Qué piensan, qué sienten los artistas andaluces de ahora, que se celebrará en diciembre. Toda estrategia es poca para saber qué puede emerger del subsuelo juvenil. La crisis animó al coleccionismo a poner el ojo también ahí y eso ha ayudado a que muchos artistas jóvenes tengan una visibilidad peculiar. A eso ayudan los proyectos de galerías que pivotan sobre cierta idea de contexto, desde Bombon Projects o etHALL en Barcelona a The Goma y García Galería en Madrid.
A vista de pájaro, el artista instalado en los 30 es agente de su propia visibilidad y generador de una crítica específica que le lleva a hablar de su práctica y ponerlas en valor. Trabaja a partir de la carencia económica, porque no ha conocido otra cosa, y el medio se convierte en la manera de generar las propias ideas, quién sabe si por exceso de posibilidades tecnológicas o por una cuestión de autosuficiencia. Como colectivo ha crecido de manera más personal y orgánica, y seguramente más lenta. La precariedad que vive el sector universitario seguramente ha dado lugar a una generación más ecléctica, sin una escuela clara. Algo que ha llevado a muchos artistas a autoorganizarse y generar sus propios espacios de pensamiento. Sin la jerarquía del maestro y el aprendiz, y sin grandes figuras de influencia más que la de los compañeros. El amor como genealogía.
Uno de los casos más paradigmáticos fue Rampa, que aglutinó un nutrido grupo de artistas con un peso indiscutible en la escena madrileña. Entre ellos están Carlos Fernández-Pello y Teresa Solar. Él confiesa que comparte más cosas con gente de los setenta o los noventa que con otros que han nacido en su año, 1985: “La idea más interesante de generación es la que tiene que ver con corrientes culturales que se repiten y reviven en el tiempo”, dice. Ella añade otro rasgo común, más conceptual: “El modo en que los artistas de mi generación piensan en la idea de historia trabajando con la superposición de narrativas”. Ambos miran con atención la materialidad y el cambiante estatus de los objetos, un rasgo común con muchos otros artistas, desde David Bestué a Esther Gatón, pasando por Julia Spínola, Lucía C. Pino, Julia Llerena, Nora Barón, Belén Zahera, Karlos Gil, Julia Varela… El material es pensado más allá de la forma, cogiendo un nuevo estatus desde lo tangible, lo simbólico y lo identitario. Una autonomía y potencialidad de los materiales que tiene mucho que ver también con el trabajo de Víctor Santamarina, que apunta otras actitudes generacionales relacionadas con la agenda político-social. Ahí está “la reivindicación de lo íntimo y lo autobiográfico, la mirada al espacio de lo vulnerable, la ruptura con la solemnidad y cierta predisposición al juego y al humor”, dice.
Ese aspecto físico de la materia se visualiza comúnmente en la escultura, aunque adquiere un estado de suspensión formal alrededor de la escritura, la pintura, el dibujo o la música. Eva Fàbregas traslada esas ideas a instalaciones que funcionan como entes envolventes donde la materia parece buscar un anclaje con el presente. Su círculo generacional, “aros encadenados como los olímpicos”, dice, engloba tanto el trabajo de referentes como Ana Laura Aláez y Sergio Prego como el de otras artistas pegadas a su edad, como Laia Estruch o Claudia Pagès. El trabajo de esta última indaga, de hecho, en el lenguaje como materia. Pagès parte del texto generando una narrativa específica que suele combinar el habla, la oralidad y la interpretación musical. Un trabajo donde el cuerpo contradice la supuesta inmaterialidad del lenguaje. Para ambas artistas, los procesos de identificación determinados por lo biológico allanan las realidades políticas y las otredades que existen más allá de la edad.
No está lejos de esa idea Oier Iruretagoiena. También es de los que piensan en la idea de generación como una mezcla de varias cosas que vuelven, un tiempo hecho de mezcla de tiempos. Lo explica hablando de Mark Fisher y uno de los pasajes de Ghosts of My Life: “Habla de música, pero podría aplicarse al arte. Dice que, a partir de los noventa, la línea del tiempo parece no avanzar y que vivimos en una eterna vuelta hacia atrás, un momento de mezcla en el que cuesta identificar algo realmente de esta época”. La indagación en el pasado como manera de entender el presente, o como manera de negar las distopías futuras, es de lo que trata su último proyecto, Paisaje sin mundo, seleccionado ahora en Generaciones 2020. Un mix de pinturas del pasado, cosidas y atadas unas a otras, muy cercano a las labores de ensamblaje de otras artistas del contexto vasco, como Elena Aitzkoa o June Crespo, a su vez conectadas con otro artista intergeneracional y extraterritorial: Ángel Bados.
Tirando del otro gran referente generacional, Donna Haraway habla en su Staying with the Trouble (2016) de qué “importan qué materiales usamos para pensar otros materiales, qué cuentos contamos para contar otros cuentos y qué historias hacen mundos”. En esa idea de hacer mundos los artistas redefinen lo visual desbordándolo, entendiendo que todo encuentro implica una interconexión. Los objetos, a medida que cargan experiencias, van ganando historias. Desentrañarlas está en el germen del trabajo de Cristina Garrido, que se enmarca en el campo expandido de la crítica institucional e indaga en las condiciones en las que se llevan a cabo muchos de los procesos que afectan a la creación, circulación y mercantilización de las obras de arte. Entre líneas, cuestiona lo original, lo creativo y esa idea de apropiación que hoy roza el hackeo. Humor hay, aunque velado, y muy cercano al de artistas tan afines generacionalmente como Joan Fontcuberta, Ignasi Aballí o Enric Farrés Duran.
Lo generacional languidece a medida que la edad se concreta. En tiempos de capitalismo acelerado, de catástrofe global y de guerra climática, la idea de futuro se proyecta más allá de un espacio tangible. Arco puso hace dos años el acento ahí: un futuro que no es una noción temporal, sino una cuestión filosófica en torno a lo que esperamos del tiempo. Por lo especulativo discurre un presente que pide con urgencia pensar de manera colectiva qué imaginarios hay que construir o reinventar. Sobre ello girarán las XXVI Jornadas del Estudio de la Imagen en el CA2M el próximo marzo, bajo el título Por qué cuerpos, para qué historias. Dilema que comparte el proyecto Absolute Begginers, ahora en CentroCentro, de fuerte tinte generacional, centrado en buscar otras maneras de contar un momento histórico que parece buscar constantemente la reescritura del presente.
Fotogalería: Selección de obras de la última oleada del arte español.
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