Preocupación
A la gente normal, el destino de Puigdemont o las alianzas de Gobierno nos interesa lo mismo que la física cuántica
Paul Valéry, además de engendrar una lírica maravillosa como El cementerio marino, inventó aforismos incontestables. Como este: “La política es el arte de impedir que la gente se ocupe de lo que les interesa”. Entiendo que los que viven de la política, algunos desde la adolescencia hasta la vejez, estén muy preocupados porque su empresa no quiebre, que hagan creer a la ciudadanía, con la alianza de los medios de comunicación, que lo verdaderamente importante para ella es que se erija un Gobierno (con unos o con otros), o que viva pendiente de esa cuestión tan tediosa y loca del independentismo.
Imagino que lo anterior es fundamental para los que están en el trullo y para cerebros alterados cuyo amor sagrado se concentra en eso tan abstracto y peligroso de las patrias. Pero, digo yo, que para la gente normal (de acuerdo, hay mogollón de anormales y buscavidas) sus preocupaciones básicas son el incierto porvenir, seguir cobrando todos los meses, su bienestar y el de los suyos, el temor a enfermedades devastadoras, que la soledad y el desamparo no les acorralen, que se mantenga el amor con su pareja, disfrutar lo que se pueda, esas cositas tan vulgares y pequeñoburguesas. El destino de Puigdemont o las alianzas de Gobierno le interesan lo mismo que la física cuántica.
Y les alarma el estado del tiempo en un mundo del que han desaparecido estaciones tan poéticas como la primavera y el otoño, con bestias que dirigen el universo, alguna de ellas elegida democráticamente por el sabio pueblo como el indescriptible Trump, negando la crisis ambiental. Que le pregunten a los inundados, a las víctimas de tempestades. Aquí y allá. O sea, a todos los que pueden certificar el desastre.
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