Las noches locas del teatro español: anchoas con queso en el Mari Guerri
La obra 'Un bar bajo la arena' recrea el ambiente de la mítica cafetería del teatro María Guerrero. Sus protagonistas recuerdan aquellas vivencias para Babelia
El Centro Dramático Nacional estrenó este viernes la obra Un bar bajo la arena, de José Ramón Fernández, que recrea el ambiente de la mítica cafetería del teatro María Guerrero, que fue epicentro del teatro español entre 1970 y 1999. La pieza se representa en el sótano del coliseo, el lugar en el que estuvo ubicado en su día el local, reconvertido hoy en Sala de la Princesa. Recordamos su historia, que en buena medida es también la historia del teatro español de las últimas tres décadas del siglo pasado, a través de los recuerdos de quienes la habitaron.
José Ramón Fernández. Dramaturgo. Autor de ‘Un bar bajo la arena’. No es fácil reconstruir esta historia. Unos dicen que la moqueta era marrón. Otros que tirando a negro. Hay quien recuerda un piano de pared que nunca hubo. Es lo que pasa con los lugares que se convierten en leyenda.
Rosana Torres. Periodista. ¿Y quién sabe exactamente cuándo se abrió? Tengo recuerdos de estar allí de niña con mi padre y siempre he pensado que ya existía en los sesenta.
Fernando Chinarro. Actor. Yo empecé a trabajar en el María Guerrero en los sesenta, así que seguro que estuve en la inauguración de la cafetería. La verdad es que no me acuerdo, pasé tanto tiempo en ese lugar que tengo la sensación de que siempre estuvo ahí.
José Ramón Fernández. Según la documentación, se inauguró en 1970, cuando se reabrió el teatro después de dos años cerrado por obras. Entonces no existía el CDN, era el Teatro Nacional María Guerrero, dirigido por José Luis Alonso.
Un bar bajo la arena se representa en el mismo lugar donde en su día se ubicó el local
Pilar Bardem. Actriz. Yo empecé a ir a principios de los setenta. Íbamos a merendar antes de las funciones y volvíamos a la salida. Cada uno teníamos nuestro grupo y nuestra mesa fija. Hacíamos competiciones entre las mesas, jugábamos a adivinar películas por señas, lo pasábamos muy bien. Aunque no solo íbamos para divertirnos, se iba también para buscar trabajo.
Juan Diego. Actor. Allí se cocía el teatro, se firmaban contratos, te pasaban libretos y guiones. Era como la plaza del pueblo en la que contrataban a los trabajadores del campo. Fue en el Mari Guerri, que así era como llamábamos a la cafetería, donde conseguí mi primer papel de extra.
Fernando Chinarro. Blas y Paco, los camareros, se enteraban de todo y nos lo chivaban: quién buscaba actores, quién estaba preparando un rodaje, quién iba a formar compañía. Era nuestra oficina de contratación. Recuerdo que una tarde acompañé allí a un amigo que había quedado con un realizador de Estudio 1 que le había ofrecido un papel. Estuvimos hablando los tres y, para mi sorpresa, al día siguiente el realizador me llamó a mí en vez de a mi amigo.
Paco Marín. Camarero. Regentó la cafetería hasta 1990 y, en una segunda etapa, en los últimos años antes de su cierre. Yo trabajaba en Telefónica, pero el sueldo no llegaba y me puse a trabajar por las noches en la cafetería. Allí descubrí un mundo desconocido. ¡Era el centro del teatro y el cine! Toda la profesión acababa ahí. Yo me traía de mi tierra jamón, lomo y quesos. Compraba también latas de anchoas de medio kilo para hacer bocadillos de anchoas con queso, que se vendían muy bien.
Pilar Bardem. Aquellos bocadillos estaban riquísimos, aunque no siempre nos los podíamos permitir. A mi hijo Javier [Bardem] le encantaban. Cuando tenía seis años trabajó en unas funciones de títeres que se hacían entonces allí y con el sueldo que le daban se los compraba para merendar.
Paco Marín. A mí me dejaban a deber consumiciones y yo lo apuntaba todo en una libreta. Me acuerdo que Juan Diego siempre me pedía tres pesetas para llamar por teléfono. Y otros usaban nuestro teléfono para recibir llamadas. “Paco, ¿está ahí mi Antonio?”, decía la madre de Antonio Banderas, que llamaba mucho.
Juan Diego. Yo a Paco lo llamaba y lo sigo llamando Tres Pesetas, porque siempre me dejaba tres pesetas para llamar por teléfono.
Juan Echanove. Actor. ¡Cuántas deudas he dejado a deber yo a Blas y Paco! No solo nos fiaban, también nos adelantaban dinero. Ellos sabían cuándo nos pagaban y nos esperaban con el cuchillo.
Paco Marín. Emma Penella llegaba a la barra y decía: “A todo esto invito yo”. Y luego se asombraba de que la cuenta subiera tanto. Me acuerdo bien del miedo de José María Rodero a salir al escenario. Le tenían que empujar. Recuerdo también al padre de esa chica periodista, Rosana, que era el más ligón del mundo.
Rosana Torres. Mi padre no perdonaba un día sin pasar por allí: primero al Gijón y después al Mari Guerri. Y como yo pasaba las tardes con él, pues tampoco perdonaba. Del Gijón le gustaba la tertulia, pero para ligar prefería el Mari Guerri: era más íntimo. Me compraba bocadillos de anchoas con queso cuando quería tenerme entretenida.
Mario Gas. Director de escena. ¡Qué bocadillos tan ricos! De septiembre de 1980 a mayo de 1981 fui todos los días porque trabajaba como actor en el María Guerrero, en la Doña Rosita la soltera que dirigió Jorge Lavelli, con Núria Espert de protagonista. Pero cuando no tenía función también iba mucho. Sabías que siempre ibas a encontrar algún conocido para charlar.
Fernando Chinarro. Había un pasadizo que iba de la cocina de la cafetería al foso del escenario. De ahí podías pasar a camerinos sin que te vieran. Siempre lo usábamos cuando teníamos función. Era un buen atajo, no tenías que salir a la calle.
José Ramón Fernández. Muchos actores bajaban en los descansos sin quitarse el vestuario. Por eso nadie se asustaba si se encontraba a Hamlet o Nosferatu tomando un café.
José María Labra. Regidor del teatro María Guerrero de 1986 a 2017. Allí nos mezclábamos todos. Los técnicos, los artistas y el público. ¡Cualquiera se iba a casa directamente después de una función, con la adrenalina hasta arriba! Eso sí, creo que los técnicos nos retirábamos antes que los actores, nosotros trabajamos también por la mañana.
Paco Marín. ¡Anda que para echarlos a la calle! Nunca tenían prisa por irse a casa. Te hacían un lío. Muchos aguantaban hasta las cuatro o cinco de la madrugada. A una hora determinada, cerrábamos la puerta para que no entrara nadie más. Solo una vez entró la policía.
José María Labra. La ruta era esta: Dorín, Gijón, María Guerrero, Oliver y Bocaccio. La hacíamos todos, técnicos y artistas, cuando queríamos buscar trabajo. Y casi siempre salía algo. Recuerdo que un día, a mediados de los ochenta, se corrió la voz de que Lluís Pasqual estaba buscando una actriz dulce e inocente para el papel de Julieta en El público. Poco después apareció por allí una chica a la que no conocíamos, pero que se plantó delante de Pasqual y le dijo: “Hola, soy Julieta”. Era Maruchi León y, efectivamente, acabó siendo la Julieta de Pasqual.
Entre 1970 y 1999, la profesión teatral española se reunía allí para charlar y buscar trabajo
Juan Diego. ¡Cuántos corazones han latido allí antes del estreno! ¡Cuántas borracheras de dolor y alegrías! Vivimos muchas noches de gloria, muchas burradas. Cantábamos hasta flamenco.
Juan Echanove. Juan Diego y yo hemos vivido en esa cafetería. El Mari Guerri fue mi primera y principal escuela de arte dramático. Se reunía toda la gente que a mí me interesaba. Eran noches interminables donde los jóvenes recibíamos las enseñanzas de los actores mayores.
José Ramón Fernández. Una tarde, en 1995, me encontré allí con el fantasma de José María Rodero. Se había inaugurado arriba un busto del actor y cuando terminó el acto bajamos a la cafetería. Cuando llegué a la barra allí estaba: el mismísimo Rodero en carne y hueso. Casi me da un infarto. No sabía que tenía un hermano igualito.
Rosana Torres. En 1990, el día que incineraron a mi padre, yo había quedado por la tarde con un chico que me gustaba, Ramón. Así que me fui a mi cita con el jarrón de las cenizas metido en una bolsa de El Corte Inglés. Pensé que a mi padre le gustaría hacer por última vez su ruta diaria: el Gijón y el Mari Guerri. Y pensé que no estaba bien no contarle a mi acompañante que en realidad éramos tres, así que confesé: “Aquí mi padre, aquí Ramón”. Así fue cómo presenté a mi padre al hombre con el que después me casé.
José Ramón Fernández. Allí hacíamos ruedas de prensa, fiestas, presentaciones… de todo. Pero a mí me gustaba sobre todo a primera hora de la tarde, cuando abría y aún estaba medio vacía. Con Juan Mayorga tuve largas conversaciones allí.
Rosana Torres. Durante unos pocos años hubo actuaciones en directo. Fue cuando cogieron la contrata Víctor Claudín y Pedro Sahuquillo, los dueños del Elígeme. Ellos llevaron la movida al teatro. Inventaron la globalización de la noche madrileña.
Víctor Claudín. Regente de la cafetería de 1990 a 1992 junto a su socio Pedro Sahuquillo. Pensamos que podíamos reproducir allí el modelo del Elígeme, que era nuestro baluarte y que básicamente estaba basado en las actuaciones en directo. Para el Mari Guerri seleccionamos las más teatrales, o que tuvieran algo de humor: allí se consolidó, por ejemplo, Académica Palanca. También actuaba mucho Javier Krahe, Luis Pastor, Pablo Guerrero, cupletistas… Se creó muy buen ambiente. La clientela habitual, la gente del teatro, se mezcló con las tribus de la movida madrileña y resultó una buena mezcla.
Rosana Torres. En 1991, Lluís Pasqual se declaró allí por única vez a una mujer: Piru Navarro. A ella la habían despedido como directora del CDN y le hicieron un homenaje en la cafetería. Pasqual leyó una carta preciosa y le confesó: “Si Dios no me hubiera llamado por otro camino, te pediría que te casaras conmigo”.
Víctor Claudín. Una noche actuó Pedro Guerra y entre el público estaban Víctor Manuel y Ana Belén. Cuando terminó estuvieron hablando los tres. De esa charla, estoy seguro, surgió la colaboración para la famosa canción Contamíname.
Mario Gas. Eran noches que no se acababan nunca. Una continua fiesta. El fervor de la noche.
Víctor Claudín. Mantuvimos la contrata solo dos temporadas. La movida estaba casi muerta y teníamos muchos problemas con el concejal Matanzo, que estaba cerrando locales nocturnos por todo Madrid, así que decidimos centrarnos en el Elígeme.
José María Labra. Cuando se fueron Paco y Blas, a principios de los noventa, la cafetería empezó a decaer. Al principio tuvo un par de años buenos, cuando había actuaciones, pero luego fue perdiendo. Paco volvió a coger la contrata en la última época, pero ya no consiguió remontarla. Cada vez era menos rentable. También influyó que muchas funciones ya no tenían descanso, que era cuando todo el público bajaba.
Juan Carlos Pérez de la Fuente. Director del CDN de 1996 a 2004. Una noche llegó olor a quemado hasta mi despacho. Venía de la cafetería, se había quedado el horno encendido. Nos entró un escalofrío y nos prometimos revisar los sistemas de incendios. Lo hicimos y nos dimos cuenta de que, con las leyes de ese momento, la cafetería debía ser reformada. Poco después descubrimos que había termitas en todo el teatro y tuvimos que cerrarlo durante tres años, entre 2000 y 2003, para someterlo a una reforma integral. Es cuando decidimos convertir la cafetería en la Sala de la Princesa.
Rosana Torres. Nos quedamos sin un sitio de referencia donde reunirnos después de las funciones. ¡Queremos que vuelva el Mari Guerri!
Juan Carlos Pérez de la Fuente. Al faltar la cafetería, se creó la costumbre entre actores y técnicos de reunirse en las cervecerías de la calle del Almirante. Y las noches de estreno siempre acababan en el Toni 2 cantando al piano y tomando lentejas.
Mario Gas. Es una pena que en los teatros ya no haya sitios así. Qué buena ocasión ahora, con el estreno de Un bar bajo la arena, para reabrirlo.
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