El admirable sufridor
Conor Oberst se consolida en 'Ruminations' como un cantautor afligido en perpetua búsqueda del desgarro
El cantautor atormentado casi se podría decir que es un género en sí mismo en el folk-rock anglosajón. Ya desde los sesenta, cuando Bob Dylan reformulaba los cánones con sus evocaciones poéticas, surgió Fred Neil, prototipo de songwriter de profundo corte emocional. Un modelo que unos años más tarde elevaron a otra dimensión Gram Parsons, desde sus patrones de country, o Nick Drake, aunque en vida nadie reparase en él, convirtiéndose con el paso del tiempo en una referencia para compositores sensibles y frágiles. La nómina es inmensa hasta este siglo, en el que el molde se ha hecho más permeable, pero primando siempre el relato confesional, a corazón abierto. Ryan Adams, Ray LaMontagne, Damien Rice, Josh Ritter, M. Ward y Glen Hansard son algunos de los más auténticos machacaalmas con el don de la belleza impregnada en su dolor. Y, entre tanta calidad en la última década, Conor Oberst siempre ha intentado asomar la cabeza.
El músico de Nebraska es un atormentado en toda regla. Con menos de 18 años, este niño prodigio lideró Bright Eyes, una banda que facturó álbumes sobresalientes como Letting Off the Happiness (1998) o Fevers and Mirrors (2000), icónicos por su desparrame existencial y ganas de conectar con el mundo en el indie rock norteamericano del último cuarto de siglo. Incluso formó parte de Monsters of Folk, supergrupo con M. Ward, Jim James de My Morning Jacket y Will Johnson de Centro-matic. Bright Eyes era su vertiente más eléctrica y distorsionada, pero ya apuntaba en algunos medios un perfil de rastreador solitario. Este perfil es el que ha mostrado en su carrera por su cuenta desde el melancólico Conor Oberst (2008) o el nervioso y dispar Upside Down Mountain (2014). A pesar de los vaivenes, el tipo misterioso siempre dejaba entrar algo de luz. No sucede en Ruminations, donde se consolida como cantautor afligido, pero capaz de desgarrar con un piano, una guitarra y una armónica.
Oberst esconde más de lo que muestra. Con unos arreglos minimalistas, sus postales acústicas rumian por una existencia digna a través de personajes con problemas de salud o víctimas de crisis. Las circunstancias que le llevaron a componer el álbum lo explican. Debido a su ansiedad y agotamiento, el año pasado fue hospitalizado y suspendió la gira con el proyecto en forma de grupo Desaparecidos. Las canciones salieron de su retiro en invierno en su localidad natal, Omaha. Oberst desprende una imperiosa necesidad por hallar un lugar, creyéndose más que nunca el papel turbulento. Hay ecos del primerísimo Dylan en la bella ‘Barbary Coast’ (Later), pero se sumerge más en el sentido pastoral, a lo Steve Forbert, en ‘Tachycardia’ o ‘Counting Sheep’. Sencillas y abrumadoras. Al piano suena con la profundidad de un Randy Newman, aunque sin ironía, en ‘The Rain Follows the Plow’ o ‘Till St. Dymphna Kicks Us Out’.
Ruminations podía haber sido grabado hace 50 años y, sin embargo, jamás se podría entender como una sobredosis de revival folk. Es orgánico y actual. Tal vez sea el momento de ver a Oberst como un admirable sufridor. El eterno aspirante ya tiene su gran disco atormentado.
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