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El horror, el horror...

Toni García

A Ryan Murphy no hay quien le tosa. Primero fue Nip/Tuck, aquella serie con cirujanos plásticos que se pasaban el juramento hipocrático por el arco del triunfo; luego llegó Glee, una especie de circo teen que demostró que el hombre tiene buen ojo para las formulas; finalmente llega, con fanfarria de fondo, su último invento: American Horror Story.

AHS (como la llamaremos a partir de ahora para ahorrarnos espacio) arranca este mismo lunes en Fox (dial 21 de Digital +) su andadura ibérica. De momento en Estados Unidos la cosa no podía ir mejor aunque más que buenas críticas lo que ha presidido el panorama ha sido el desconcierto: nadie sabe exactamente hacia dónde va o qué quiere contar AHS pero –eso sí- el envoltorio es espectacular.

Lo último de Murphy empieza con un precioso trabajo de cámara (que incluye grúa para que no falte de nada) y que nos presenta una casa con un currículum desastroso en la que uno no viviría ni aunque le dijeran que el alquiler es gratis. Naturalmente seremos testigos de una mala noticia (como en cualquier película de terror que se precie) y la –no menos clásica- elipsis que nos transporta hasta el presente.

Los –impresionantes- títulos de crédito de AHS ya muestran que Murphy no está de broma. Se los ha encargado a Prologue, la compañía de Kyle Cooper. Cooper, que estuvo hace poco en el AGI Barcelona (donde enseñó sus hiper-radicales títulos de crédito –rechazados- para The Kingdom, unos créditos que dejaron boquiabiertos a la audiencia del evento en cuestión) es el mejor sustituto de genios como Saul Bass o Stephen Frankfurt. Él ha sido el responsable de los trabajos de apertura de Seven, El club de la lucha, El negociador, Hellboy o X-Men. Su labor para AHS (que recuerda al de Matt Mulder y Rama Allen para True Blood en intención y tono) es de una maldad conceptual remarcable, dicho de otra manera: el espectador se pone en guardia en cuestión de segundos ante el catálogo de horrores que se despliega ante él.

Después, el delirio. AHS bebe de Tod Browning pero también de David Cronenberg, de David Lynch, de Tobe Hooper y hasta de Joel-Peter Witkin. Su trama, más que en casas encantadas se mueve en torno a las peripecias una familia disfuncional con vecinos disfuncionales en entorno disfuncional y nos cuenta la historia de marido, mujer e hija y su mudanza a un casoplón lleno de malos augurios.

El señor de la casa, Dylan McDermott, es un psicólogo bastante más tocado que sus pacientes, que se dedica a pasearse en pelotas por la casa a la menor ocasión buscando no se sabe muy bien qué. Su mujer, que pilló al esposo retozando con una jovenzuela en su propia cama, tampoco está del todo bien. La hija adolescente, aficionada a autolesionarse, es el complemento perfecto para el matrimonio. En la casa también habita alguien que luce un traje de latex y se pasea por ahí con ánimo libidinoso.

Luego está la vecina, una Jessica Lange en plena forma que da vida a esa señora intrigante que se preocupa de dar de comer a los gatos del barrio pero que sería capaz de estrangular a su hija y quedarse tan ancha. Por otro lado está la criada, una alucinante Frances Conroy (qué camaleónica es esta señora) con un papel tan aterrador que casi da miedo mirarla de reojo y que juega un rol importante en el desarrollo de la trama a juzgar por lo visto hasta ahora.

Todo ello da pie a una narración que juega con el espectador, que mezcla géneros como si fuera una batidora y que es francamente difícil de digerir tras un primer visionado. Poco tiene que ver AHS con el cuento gótico excepto por ciertos delirios estéticos, es más bien una historia barroca, oscura, ininteligible en ciertos pasajes (la improbable relación entre el –chaladísimo- paciente adolescente y la hija del protagonista, por ejemplo) que basa todo su poder en un potente empaque visual más que en la solidez del guión. Hay momentos en los que Murphy parece estar pasándoselo de fábula desconcertando al espectador a base de golpes de efecto (la visita de la abusona de la clase al sótano de la familia), cambios de perspectiva (el personaje de Conroy a ojos de McDermott) o el uso del zoom y el montaje como armas de destrucción masiva. Hasta se permite la utilización de la banda sonora de Vértigo, una partitura que el maravilloso Bernard Hermann escribió para Alfred Hitchcock y que no sé si interpretar como una pista sonora o un homenaje a un filme que también juega al despiste con el espectador.

Las intenciones de AHS parecen indescifrables: por un lado es sumamente atractiva esa idea de la anarquía narrativa que se despliega en cada esquina de la serie; por otro parece difícil seguir con el tono inicial sin acabar dándose con el muro del nihilismo. Si Murphy consigue hilar –como mínimo- un arco argumental más o menos claro AHS podría ser una gozada. Si por el contrario el creador deja que las acciones (y no los personajes) presidan la trama corre el peligro de acabar nadando en el pantano fangoso donde viven series como la mencionada True blood.

El delirio es divertido (mucho), pero solo un rato.

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