El enigma del doctor Arteta, el genio de la patología que renunció a ser catedrático: “Que les den por culo al arzobispo y al rector”

Fue discípulo de Cajal, miliciano republicano, médico personal de Pío Baroja y pionero en España de las técnicas de diagnóstico rápido, aunque casi nadie le recuerda hoy

El patólogo José Luis Arteta posa en un laboratorio en una foto sin fechar, posterior a 1950.Archivo personal Juan Domingo Toledo y Ugarte.

Los patólogos son tal vez los médicos más injustamente desconocidos. Sin ellos no serían posibles el resto de disciplinas médicas, ni habría diagnósticos fiables. En la actualidad, un patólogo es ese médico que, en cuestión de minutos, toma una muestra de tejido extraída de un paciente, la analiza, determina si hay un tumor y señala cuáles son sus límites. Esto permite al cirujano no cortar más de la cuenta y extraer todo el tejido afectado sin dejar células malignas. Los patólogos salvan vidas todos los días, pero casi nadie lo sabe, porque no suelen tener contacto directo con los pacientes.

Ahora sale a la luz la figura del que probablemente es uno de los patólogos más importantes y desconocidos de la historia de España. Se llamaba José Luis Arteta Algíbez y los que lo conocieron le describen como un ser sarcástico, malhumorado y brillante. Tanto su vida como su muerte presentan enigmas que probablemente no se resuelvan nunca. Su rastro parecía haberse perdido para siempre hasta que Luis Alfaro y Julio Rodríguez, también patólogos, han rescatado su figura del olvido.

Cualquiera que tenga la extraña idea de consultar el BOE del 12 de junio de 1948 se encontrará en la misma página a dos personajes que serán famosos en el futuro: el derechista Manuel Fraga Iribarne y el izquierdista Enrique Tierno Galván, que son nombrados catedráticos ese mismo día. Justo entre los dos figura el nombre de José Luis Arteta, elegido catedrático de anatomía patológica en la Universidad de Santiago. Arteta nunca ocupó su plaza; y probablemente esa decisión hizo que se convirtiera en uno de los máximos impulsores de la patología moderna en nuestro país.

“En los años 40″, explica Luis Alfaro, patólogo del Hospital Vithas 9 de Octubre de Valencia, “los hospitales españoles empiezan a crear puestos de patólogos que se encargan de diagnosticar enfermedades con pequeñas biopsias de tejido”. “Arteta fue uno de los mejores y siempre estuvo en el sitio adecuado”, detalla.

El doctor Arteta fue uno de los últimos discípulos del Nobel Santiago Ramón y Cajal, en cuyo laboratorio aprendió a preparar muestras de tejido. Era liberal y fue miliciano en el bando republicano durante la Guerra Civil. No se sacó el título de médico hasta el 1941 y eso le permitió librarse de las depuraciones. “Era un cascarrabias, mal hablado, pero si notaba interés por el problema que se le planteaba, no regateaba su tiempo dando explicaciones detalladas y precisas”, escribió en sus memorias el neurólogo Carlos Castilla del Pino, quien conoció a Arteta en aquellos años. Del Pino escribe que un día le preguntó por qué no ocupó su cátedra en Santiago.

“Mire usted”, le contestó, “cuando tomé posesión me dijo el rector: Tiene usted ahora que ir al Sr. arzobispo para ponerse a su disposición.

—¿Y por qué?, dije yo.

—Hombre, es lo que hay que hacer, ¿no le parece?

—Pues me he venido sin más [a Madrid] y que le den por culo al arzobispo y al rector”.

José Luis Arteta, primero por la izquierda, junto a otros médicos del departamento de anatomía patológica del Hospital Provincial de Madrid.Archivo Juan Domingo de Toledo y Ugarte

En aquellos tiempos, el poder de los patólogos empieza a consolidarse. Si el paciente moría, ellos hacían la autopsia y confirmaban o desmentían el diagnóstico del médico jefe, si es que se atrevían a contradecirle. Arteta fue el patólogo de los dos médicos más famosos del momento: Carlos Jiménez Díaz, con quien rompió de forma fulminante por una disputa de diagnóstico, y Gregorio Marañón, el médico humanista a quien se atribuye la máxima de que el mayor invento de la medicina es la silla, porque permite que el médico se siente a escuchar a su paciente.

Arteta será autor del primer artículo de las instituciones ligadas al Instituto Cajal que se publica en la revista Nature, referente de la mejor ciencia mundial, en 1957. De todas sus contribuciones científicas, destaca la de llevar un paso más allá las técnicas de análisis de tejidos aprendidas en el laboratorio de Cajal para sentar las bases de la biopsia intraoperatoria, ese proceso de extraer una muestra de tejido del paciente vivo, congelarla, analizarla y volver con un diagnóstico rápido en cuestión de minutos. “Arteta fue uno de los primeros en aplicarla y probablemente salvó muchas vidas”, destaca Alfaro, que acaba de publicar el primer estudio monográfico sobre las contribuciones de Arteta en la Revista Española de Patología.

Alfaro dice que la única persona que conoció a Arteta y sigue viva es su colega Julio Rodríguez. Tiene 76 años, está jubilado y ha sido uno de los máximos exponentes en España de otra técnica de análisis patológico fundamental: la citología, basada en el análisis de células extraídas del paciente. “Arteta era exactamente como sale en las fotos”, recuerda Rodríguez en conversación telefónica con EL PAÍS. “Un hombre de cara redondeta, cierto mal genio y bastante agnóstico”, añade. Rodríguez tenía entonces 10 años. Recuerda que Arteta pasaba a menudo a buscar a su padre, también patólogo, que tenía en su casa de la Puerta de Alcalá su propio laboratorio. “Era brusco, arisco, pero muy didáctico. Con el tiempo me he dado cuenta de que era un magnífico investigador, pero como muchos otros es un gran desconocido. La gente desconoce lo que es la anatomía patológica; pero ningún otro tipo de médico podría existir sin ella; sería como juzgar a alguien sin juez”, destaca Rodríguez.

Pío Baroja recibe una inesperada visita del escritor estadounidense Ernest Hemingway el 9 de octubre de 1956.ARCHIVO CASTILLO PUCHE (EFE)

Arteta no solo era un médico brillante, sino que también se codeó con grandes figuras de la cultura, sobre todo con Pío Baroja, también médico, de cuya tertulia en la calle Ruiz Alarcón, al lado del parque del Retiro, era miembro fijo y respetadísimo.

Alfaro ha buceado en las memorias de la familia de Baroja y ha encontrado testimonios que prueban que Arteta no fue solo su amigo, sino también su médico personal, que le recomendaba tratamientos e incluso diseñó la cirugía de fémur que tenía que hacerse tras una caída, cuando ya era muy mayor.

Un día, con Baroja ya en cama muy enfermo, apareció Ernest Hemingway. Baroja, perplejo, dijo: “¿Caramba, ¿y a qué viene este tío?”.

La foto de la visita salió en las revistas Blanco y Negro y Time. La jugada indignó a Julio Caro Baroja, sobrino del escritor. Lo importante de esa fotografía, relata Alfaro, es que al otro lado de la cama, fuera de plano, estaban Arteta, como su amigo y médico personal, y Julio Caro Baroja.

El sobrino contó en sus memorias que el día que murió su tío fue Arteta quien se le acercó muy conmovido y le dijo: “Ya”. El liberal y malhablado doctor Arteta también habría sido quien sugirió al sobrino quitar el crucifijo que alguien había colocado en el ataúd del escritor. Y así se hizo.

La tumba de José Luis Arteta en el cementerio de La Almudena, en Madrid, fotografiada en 2018. Arriba a la izquierda, detalle de la lápida. Autor: Luis Alfaro

Arteta murió menos de un año después, a los 45 años. Su desaparición está rodeada de misterio. En verano de 1957, una noticia de El Correo asegura que el doctor Arteta murió porque se había inoculado el virus de la poliomelitis para estudiar la enfermedad y encontrar una cura. Pero ese mismo año, en su mismo barrio de Madrid murieron otras siete personas por la misma infección; es posible que fuese un simple contagio más. “Yo creo que no podemos descartar que se pinchara accidentalmente en el laboratorio, pero no lo podemos demostrar”, apunta Alfaro.

Alfaro ha pasado tres años recopilando información sobre Arteta y ha intentado encontrar a más gente que le conociese, pero no ha encontrado a nadie. El médico estaba casado con Rosa Ayllón, técnico de anatomía patológica. No tuvo hijos ni se le conocen hermanos. Alfaro explica que ha llegado a preguntar en bares y tiendas cercanos a la casa de Arteta, en la calle Princesa, intentando buscar personas mayores que le recordasen. El patólogo tampoco tuvo un discípulo directo que continuase su trabajo. Lo que sí ha encontrado Alfaro es la tumba de Arteta en el Cementerio de la Almudena de Madrid, en la que apenas se puede leer ya la inscripción. El patólogo cree que este es el final de su investigación.

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