Guía para extraterrestres: cómo interpretar los mensajes enviados en las ‘Pioneer’ y ‘Voyager’

Cuatro sondas planetarias lanzadas en la década de 1970 llevan información sobre la Tierra por si en el muy lejano futuro caen en manos de alguna civilización extraterrestre

'Los discos de oro de las Voyager' (1977) tardarán 40.000 años en alcanzar la estrella más cercana a nuestro sistema solar. Carl Sagan: "El lanzamiento de esta botella dentro del océano cósmico dice algo muy esperanzador sobre la vida en este planeta".Foto: NASA

Muchos saben que la sonda Voyager 2, que acaba de volver a la actualidad por perder su conexión con la Tierra, transporta en su interior un mensaje para alienígenas, que en los últimos días han recibido mucha atención tras las declaraciones de un confidente en e...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Muchos saben que la sonda Voyager 2, que acaba de volver a la actualidad por perder su conexión con la Tierra, transporta en su interior un mensaje para alienígenas, que en los últimos días han recibido mucha atención tras las declaraciones de un confidente en el Congreso de EE UU que aseguró que el Pentágono esconde “restos no humanos” de origen extraterrestre. Lo que no es tan sabido es que un total de cuatro sondas planetarias lanzadas en la década de 1970 llevan mensajes por si en el muy lejano futuro caen en manos de alguna civilización extraterrestre. Fue una idea original de Eric Burgess, un consultor británico que se la sugirió a Carl Sagan y Frank Drake, de la Planetary Society. Fueron ellos dos los autores del diseño básico de la primera postal enviada a nuestros vecinos, explicándoles cómo somos y lo que hacemos. Los mensajes iniciales consistían en dos placas idénticas sujetas a los costados de las sondas Pioneer 10 y 11. Iban dirigidas hacia Júpiter, aunque aprovechando una carambola cósmica, el Pioneer 11 visitó también Saturno. Esas dos naves fueron los primeros objetos en alcanzar la velocidad para escapar del Sol y adentrarse en el espacio interplanetario.

Para nosotros, el significado de algunos elementos de la placa son obvios. Las dos figuras humanas, por ejemplo. Basadas —muy libremente— en esculturas griegas y diseños de Leonardo, fueron bastante criticadas en su día. Por un lado, la mezcla de rasgos multirraciales y, sobre todo, la censura que un departamento de la NASA impuso al considerar el personaje femenino demasiado explícito. También —se dijo— un extraterrestre difícilmente podría interpretar el gesto amistoso de la mano alzada. Pero, por lo menos, eso permitía exponer los cinco dedos, con el pulgar oponible.

La referencia más importante son los dos círculos de la esquina superior izquierda. Representa un átomo de hidrógeno en sus dos estados: con el electrón en sus niveles de energía superior e inferior. Al producirse ese salto, el átomo emite una radiación característica de 21 centímetros de longitud de onda, la más abundante en el universo. Un alien debería conocerla. Entre los dos átomos, una raya vertical indica un “uno” binario. 21 centímetros será la unidad para medir el resto de figuras.

A la derecha de la mujer, dos trazos indican su altura y entre ellos, el número binario 1000 (un guion horizontal y tres verticales, o sea, 8 en decimal). Ocho veces 21 centímetros corresponden a 1′68 metros. El hombre es un poco más alto. Detrás, esquemáticamente, el perfil del Pioneer, a la misma escala. En el margen inferior, un esquema del Sistema Solar, incluido Plutón, que todavía era un planeta. Se indican la trayectoria que siguió la nave, destacando la maniobra de asistencia gravitatoria al pasar por Júpiter, que es lo que le impartió la velocidad de escape. Su antena apunta hacia el tercer circulito: la Tierra.

Las placas de la Pioneer (1972-1973), una especie de "mensaje en una botella" interestelar, fueron diseñadas y popularizadas por el astrónomo y divulgador científico estadounidense Carl Sagan y por Frank Drake.

Junto a cada planeta, un número en base 2 da su distancia al Sol. La unidad de escala aquí no es la radiación del hidrógeno, sino la décima parte de la distancia de Mercurio. Sobre él aparece el binario 1010, o sea 10. Plutón está a 1111111100 veces más lejos. Si los aliens son capaces de descifrar este enigma, sin duda serán muy inteligentes.

¿Y dónde estamos nosotros? La clave la da la estrella de trazos a la izquierda de las dos figuras. La raya horizontal más larga sugiere la distancia del Sol al centro de la galaxia. Las otras catorce muestran las direcciones de otros tantos pulsars, una especie de faros cósmicos caracterizados por sus regulares y rápidos destellos. Los largos números binarios indican el periodo de cada uno (otra vez, tomando la transición del hidrógeno como unidad). Como la placa era plana, la tercera dimensión la da la longitud de la línea, proporcional a la altura del pulsar sobre el plano galáctico. Con esta información, cualquier extraterrestre podría triangular y deducir la situación del Sol entre los millones de estrellas de la Vía Láctea. Una tarea trivial, sin duda, o al menos así lo creían sus autores.

Pocos años después de los Pioneer, las dos sondas Voyager llevaron a bordo un mensaje mucho más sofisticado: un disco similar a un vinilo, acompañado de una cápsula para poder reproducirlo. Al igual que la placa, iba recubierto por una delgada capa de oro que debía protegerlo durante los eones que pudiera durar su viaje.

El disco contenía fotos y sonidos: imágenes de la Tierra, tanto desde órbita como de paisajes, fauna y flora. Láminas de anatomía humana, mapamundis mostrando la deriva continental, la ópera de Sidney y el Golde Gate (debidamente anotado en binario para indicar su longitud), bailarinas de Bali, el edificio de la ONU (de día e iluminado de noche), el Taj Mahal, un supermercado, una llegada de los 100 metros lisos, Jane Goodall con sus chimpancés, una página de los Principia de Newton y la partitura de una Cavatina de Beethoven.

El disco de oro de las 'Voyager' (1977), posee toda la información básica para poder reproducirlo y las coordenadas galácticas para encontrar la Tierra.

En total, 116 imágenes. Una de ellas (la número 78), que mostraba un buceador y un pez, nunca se pudo publicar por no haber llegado a un acuerdo con el autor acerca de la cuestión de derechos. A su manera, esa ausencia también aporta interesantes reflexiones sobre nuestra sociedad.

La sección de audio la integraban saludos en cincuenta idiomas, desde el antiguo sumerio (que solo hablan un par de cientos de académicos) hasta mandarín o telugu, propio del centro de la India. En cambio, no estaba el swahili; el locutor que debía participar olvidó la cita y no se presentó en la sesión de grabación.

Otras grabaciones plantearán problemas de interpretación a cualquier extraterrestre: la erupción de un volcán, grillos y ranas, pitidos Morse, el golpear dos piedras de sílex, la sirena de un barco o el suave sonido de un beso. Y también la onda de un electroencefalograma en plena meditación. Quizá —se decía—, una civilización suficientemente avanzada podrá interpretarlo y leer nuestros pensamientos.

Ya había un apartado de música: tres piezas de Bach (hubo quien propuso incluir su obra completa, pero la idea se descartó porque “hubiese sido presumir”). Y muestras orquestales de Java, canciones de iniciación de los pigmeos, mariachis, un blues de Louis Armstrong y el Johnny B. Good de Chuck Berry; el aria de la Reina de la Noche de Mozart, el primer movimiento de la Quinta sinfonía de Beethoven junto con cantos navajos, flautas peruanas o un fragmento de la Consagración de la Primavera de Stravinsky. Debería haberse incluido Here comes the Sun, de los Beatles, pero la discográfica que poseía los derechos negó su autorización.

Las instrucciones sobre cómo reproducir el disco iba grabada en su superficie: como en los Pioneer, mostraban la escala basada en las transiciones del átomo de hidrógeno y el mapa de pulsars. Además, una vista del disco en planta y perfil, con la cápsula instalada sobre él. En binario, la velocidad (3′6 segundos por vuelta, o sea, 16 rpm) y una muestra de las señales que debía generar, así como la duración de cada imagen (8 milisegundos). Por último, dos rectángulos presentaban un esquema del barrido electrónico en la pantalla (que debían proporcionar los extraterrestres) y, si todo iba bien, la primera imagen de calibración: un círculo perfecto.

El Voyager 1 pasará cerca de la estrella Gliese 445 dentro de 44.000 años; su gemelo, a un par de años luz de Ross 248, en 33.000 años. Si ahí no los recoge nadie, continuarán su viaje. Las estadísticas sugieren que cada 50.000 años deberían aproximarse a una u otra estrella antes de perderse en el enjambre de la Vía Láctea.

Puedes seguir a MATERIA en Facebook, Twitter e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Sobre la firma

Más información

Archivado En