Camellos, el rock deslenguado que nació en Embajadores
El cuarteto estrena ‘Calle para siempre’, demoledor despliegue de himnos cáusticos y retratos generacionales


Son dos chicos de la montaña oscense, un manchego y un yanqui de Kansas City. Y tienen mucho humor, pero lo que se traen entre manos no es ningún chiste. Al contrario, aportan una visión ácida al mundo que les rodea porque hay cosas (la explotación laboral, las frustraciones de la existencia moderna, el amor/odio hacia la gran ciudad) que conviene tomarse muy en serio. Cada uno parece de su padre y de su madre, pero les unen el rock, la conciencia política y las calles de Embajadores, donde han vivido y conservan el local de ensayo. Ahí, en la calle de Tarragona, nos encontramos con el epicentro para las operaciones de Camellos, la banda más vitriólica, corrosiva y sorprendente que ha nacido de un largo tiempo a esta parte en Madrid. “Nos hemos propuesto, desde la humildad, ofrecer un retrato de la España de 2019. Que mucha gente de diferentes generaciones exclame: "Joder, eso también lo he vivido yo”, resume el batería y benjamín del cuarteto, Jorge Betrán (Huesca, 27 años), en funciones de portavoz locuaz para esta entrevista.
Betrán ha tenido que finalizar su horario laboral como analista de tráfico digital para sumergirse en esta charla sobre Calle para siempre, el segundo y demoledor trabajo de Camellos, un compendio de estribillos muy tarareables que dan soporte a frases que golpean como taladros: “Yo a tu edad tenía tu edad”, “Tienes menos dinero que cuando te duchas”, “Mi dignidad, al cementerio”, “Cuñados, suegros, condenados a entenderse” y otras buenas docenas de ejemplos palmarios. “Nos han llegado pantallazos con frases nuestras en perfiles de Tinder, y eso, claro, nos divierte”, se carcajea nuestro interlocutor oscense. “Hombre, ¡más raro sería que las utilizasen en LinkedIn! Y tampoco nos las ponemos en nuestros estados de WhatsApp. Eso ya sería recrearte en ti mismo, como una masturbación frente al espejo…”.
Escriben las letras juntos y entre todos, a ocho manos. Aprovechando que comparten una sensibilidad pareja hacia la vida y un gusto por un humor “visceral”. Pero no se sienten “canallas”, un término que encuentran algo manoseado y falsario, sino “unos tíos honestos que hablan de las cosas que les rodean”. Cuatro millennials (el mayor no pasa de los 31 años) que se levantan muy temprano y dan el callo en sus curros, desde la enseñanza de inglés a la ingeniería aeroespacial, pero luego tiran de sarcasmo y bilis en cuanto enchufan las guitarras. “La música no es un plan B ni un entretenimiento para ratos libres, sino un segundo trabajo que implica el mismo tiempo y sacrificio que el otro”, proclaman con gesto por una vez solemne.
Para concebir las 13 canciones del nuevo álbum, de hecho, se enclaustraron “en plan bohemio y jipi” durante una semana veraniega en Salinas de Hoz, una minúscula pedanía oscense con apenas 10 habitantes censados. No pararon de escribir hasta que nacieron todas esas nuevas criaturas: desde Mazo, retrato burlón de un Madrid que a todos nos acaba gustando y sacando de nuestras casillas a la vez, a Tentaciones, la demoledora crónica de un pringao que también trabaja desde casa los fines de semana pero fantasea con que su jefa, en el fondo, se está enamorando de él. “Aunque suene un poco ególatra”, carraspea Jorge, “me haría ilusión que sirviéramos como voz para una generación. Ese sí que sería un honor grande”.
Por lo pronto, Calle para siempre se estrena en directo este viernes en la sala Independance, con las entradas ya agotadas y la admiración de quienes los comparan ya con una versión capitalina y actualizada de Siniestro Total. El título juega a la ambigüedad, en la más típica tradición camellera, puesto que no queda claro si “calle” es el sustantivo que alude a la vía pública o el imperativo del verbo callar. “Yo prefiero pensar que se refiere a la calle, al barrio y el asfalto, a las cosas que son de verdad, de toda la vida”, concluye Betrán. “Incluso sería fantástico que existiera una calle con ese nombre: Para Siempre. Pero no, creo que el ayuntamiento de Almeida no empatizaría mucho con nosotros…”.
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