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La ‘banlieue’ utópica de Ricardo Bofill

Paseo por los monumentos retrofuturistas del arquitecto catalán en las ‘ciudades nuevas’ de la región parisina

Marc Bassets
El complejo de edificios Espacios de Abraxas a Noisy-le-Grand, de Ricardo Bofill.
El complejo de edificios Espacios de Abraxas a Noisy-le-Grand, de Ricardo Bofill.estudi bofill

Las utopías se desmoronaron hace tiempo, pero sus monumentos siguen en pie. “Vivir aquí es como vivir en la Torre Eiffel o en el Arco del Triunfo. Exagero un poco, pero…”, dice Yann Minh, vecino de los Espacios de Abraxas, un complejo de edificios construidos por Ricardo Bofill en Noisy-le-Grand, en las afueras de París. Noisy-le-Grand es la etapa final de una excursión por la banlieue —el espacio de las tensiones sociales pero también un laboratorio de la Francia diversa— en busca de los monumentos retrofuturistas que el arquitecto catalán construyó en los años ochenta.

Quizá Yann Minh —artista ciberpunk, hijo de un médico vietnamita y de una francesa profesora de español— exagera, pero no tanto. La vivienda social de Bofill en Noisy-le-Grand, Cergy-Pontoise y Saint-Quentin-en-Yvelines —villes nouvelles, ciudades creadas de la nada— se estudia en las escuelas de arquitectura y ha sido el escenario de películas, videoclips y anuncios de publicidad. Los turistas y los estudiantes pasean por los edificios y han sido motivo de pelea política.

Los proyectos de Bofill (Barcelona, 1939), al igual que las ciudades nuevas, son un testimonio de la fe pasada en la arquitectura y el urbanismo como motor de un cambio social. La leyenda dice que fue el general de Gaulle, entonces presidente de la República, quien a principios de los sesenta le dijo a un colaborador mientras sobrevolaban la región parisina en helicóptero: “Póngame orden en esta lío”. La anécdota seguramente sea apócrifa y las palabras, inexactas. Pero la orden existió y desembocó en la creación de Marne-la-Vallée (que incluye Noisy-le-Grand), Cergy-Pontoise, Saint-Quentin-en-Yvelines, Melun-Sénart y Évry.

Restrospectivamente, era inevitable el encuentro entre las villes nouvelles, un ejercicio de ingeniería social típica del gaullismo y casi soviética, y Bofill, el arquitecto de la posmodernidad que recuperaba el vocabulario del clasicismo para superar las vanguardias, y que quería crear palacios para la clase trabajadora. Después de construir el Walden 7 en Sant Just Desvern, y de varias experiencias frustradas en Francia, las ciudades nuevas le llamaron.

“Lo que quiero hacer es un monumento habitado, un homenaje a la vida cotidiana”, decía Bofill en 1981 en una entrevista con la televisión francesa. “Vengo de un país latino y creo en la ciudad, en la convivialidad, en la vida en común”.

El itinerario por la banlieue utópica de Ricardo Bofill comienza en las Columnas de Saint-Christophe, en Cergy-Pontoise, en el noroeste de París. El efecto es de irrealidad. Una plaza con una columna en medio, un edificio en forma de media luna y el inicio del llamado Eje Mayor: un recorrido simbólico que desemboca en el río Oise. Éric Rohmer rodó allí El amigo de mi amiga. En el horizonte, los rascacielos de La Défense, en París.

La segunda etapa es Saint-Quentin-en-Yvelines, en el sureste. A una punta del lago artificial, las Arcadas, barrio que evoca el Eixample de Barcelona, y el Viaducto, pisos construidos sobre el lago como el castillo de Chenonceaux sobre el Loire. A la otra punta del lago, Los Templos, conocidos como “el Versalles del pueblo”.

“Es magnífico vivir ahí, con el agua, el aire, la luz…”, comenta Marie-Hélène Parisi, que vive en el Viaducto desde 1988. “Déle las gracias al señor Bofill si habla con él”. (El arquitecto, de viaje en China, no estaba disponible para hacer declaraciones para este artículo).

Tercera y última etapa: los Espacios de Abraxas, en el este de París. De lejos, el bloque intimida. Entre otros nombres, le han llamado Alcatraz. Una vez dentro, la teatralidad se hace evidente. Los habitantes de los edificios —el Teatro, el Arco, el Palacio— son a la vez actores y espectadores.

La utopía de los Espacios de Abraxas —un barrio aislado, sin comercios y con muchos de los problemas de la banlieue más conflictiva: inseguridad, tráfico de drogas, degradación— no se cumplió. Incluso se planteó derrocarlo.

“Esto es lo que queríamos hacer en aquella época, construir esta utopía, y nos dimos cuenta de que esta utopía no se podía construir”, dijo Bofill en una reunió en 2016 con los vecinos de Noisy-le-Grand y la nueva alcaldesa, Brigitte Marsigny, comprometida, como Bofill, en la rehabilitación.

Otro factor en el retorno de los Espacios de Abraxas fue el rodaje en 2014 de la última parte de Juegos del hambre. Treinta años antes ya se había rodado ahí Brasil, la distopía de Terry Gilliam en la que la obra de Bofill era el decorado de un mundo opresivo y totalitario.

Esta arquitectura tan teatral inspira ficciones que a su vez modifican nuestra visión del lugar. Es un juego de espejos que atrapa al visitante mientras este se pierde por los pasadizos y escaleras oscuras —en la escalera 3 los ascensores llevan tres días averiados— o contempla el monumento desde el salón del piso donde hace dos años se mudaron Yann Minh y su mujer, Linda Rolland.

“Yo era fan de Brasil y me encantaba la arquitectura de Ricardo Bofill”, dice Rolland. “No es una arquitectura burguesa ni simpática, ni tampoco a escala humana. Al contrario. Es monumental, neoestalinista, gigantesca, desmesurada”, apunta Minh.

La paradoja es que todo esto no la hace inhóspita para Rolland y Minh. Ambos viven en comunión con los Espacios de Abraxas.

“El lado distópico se compensa con el hecho de vivir en una ficción, en un espacio aumentado por la dimensión ficticia”, reflexiona Minh. “Es inspirador”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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