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BLUES Beth Hart

Cicatrices del corazón

La estadounidense Beth Hart despide las Noches del Botánico

Beth Hart durante su actuación en Madrid, dentro de Noches del Botánico.
Beth Hart durante su actuación en Madrid, dentro de Noches del Botánico.Angel Manzano (Redferns)

Saldría una retahíla importante de nombres si nos ponemos a repasar las estadounidenses que han abrazado el blues, un género en el que siempre fueron pioneras y belicosas. Beth Hart lleva ya dos décadas largas acreditando una cualificación absoluta al respecto, así que no fue una sorpresa la incandescencia de su irrupción de anoche en Noches del Botánico, que se nos acaban sin remisión (y bien que las extrañaremos). La angelina no figuraba ni de lejos entre los nombres más populares del cartel, pero aun así movilizó a casi 2.000 almas y desperdigó su apabullante catálogo de géneros rotundos, en el que se cuela de continuo el rock de raíz o el soul más visceral.

No empezó del todo bien la velada Hart, con la voz descolocada en Let’s Get Together. Pero el desasosiego se nos pasó pronto: justo el tiempo que tardó en abordar el baladón Close to My Fire, y emprender ese particular derroche de sensualidad y seducción. Lo corroboramos con Baby Shot Me Down, escrita en homenaje a su “querida mamá” para restañar el daño que le infligió el marido el día en que la dejó por otra. Beth incluyó en ella los primeros alaridos rasgados de la noche, esos con los que resulta imposible disimular el ascendente de Joplin.

Palabras mayores. Hart recurre a influencias supremas (Aretha, Tina Turner, incluso Chris Cornell), pero su verdadero hechizo reside en el talante confesional, en esa disposición a expresarse a pecho descubierto. No es que nos enseñe el enorme tatuaje que le cubre casi todo el brazo derecho; es que nos muestra también las cicatrices del corazón. Bottle of Jesus atestigua la peligrosa tentación del codo empinado, mientras que Coca-Cola, balada absorbente de acordes casi impresionistas, evoca aquellos veranos iniciáticos en las playas californianas. El valor testimonial de la primera persona, hoy tan en alza. O del alma al aire, que diría aquel.

Es Beth la que se sienta o recuesta al borde del escenario, para notar aún más cercano el aliento del público. Es ella la que dedica Love Gangster a Leonard Cohen, del que se proclama “la mayor fan en todo el mundo”, pese a las distancias estilísticas. Y es Beth la que, sentada al teclado, insiste en invocar el espíritu de Joplin mediante la abrumadora Good Day to Cry, casi un trasunto de Cry Baby. Añadamos la incisiva fogosidad de Jon Nichols a la guitarra, el colmillo retorcido de Get Your Shit, la tristeza doliente de Boogieman. ¿Cómo reunir ganas para despegarse del asiento? ¿Cómo no añorar la botánica hasta mejor ocasión?

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