Avistamiento marciano
La alianza entre el guitarrista y el zanfonista sumerge a la Galileo Galilei en territorios insólitos, casi inéditos
Un par de marcianos tomaron tierra este miércoles en la calle Galileo y, como buenos representantes de otro cuerpo celeste de la galaxia, dejaron muestras de que lo suyo no tiene parangón. Ignoramos si gozan de identidad propia ante las autoridades del planeta rojo o son unos auténticos sin papeles, pero a efectos civiles los identificaremos aquí abajo como Germán Díaz y Antonio Bravo. Lástima que fueran escasos los terrícolas que los avistaron a su paso por la Galileo Galilei, pero la afabilidad, ingenio y hasta empeño didáctico de estos visitantes nos obliga a abrirles las puertas ante eventuales nuevas visitas. Ojalá se prodiguen, aunque su aproximación a las musicales populares durante la I Guerra Mundial aún no haya sido bien explorada. Y es que esta brigada interestelar anda abriendo caminos por territorios ignotos, auténticos agujeros negros del ingenio humano.
Todo es insólito, inédito y, con las mismas, estimulante. A la izquierda, Germán Díaz y sus pelos alborotados hurgan en las tripas de la zanfona, ese cacharro medieval y telúrico, una crujiente caja de sorpresas. A la derecha, Antonio Bravo esboza travesuras con su guitarra jazzística. Y algunas canciones de gran éxito hace ahora justo un siglo crepitan desde el centro de la escena gracias a un precioso fonógrafo para cilindros de cera, datado en 1905. Todo muy mágico. Muy diferente. Ya decimos: extraplanetario.
El dúo a veces recrea de modo dulce y fidedigno las melodías originales, tan encantadoras como Indianola o Battle of the Marne (esta sonó mediante una caja de música con papel perforado). Pero también hay momentos de experimento puro, distorsión, disonancia, obstinatos grabados en bucle, pasajes libérrimos. Costaba creerlo, pero en Oh! I hate to get up in the morning la zanfona sonaba casi como un laúd árabe. Lo dicho: que vivan las incursiones marcianas.
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