¡Marchando una de entusiasmos!
¿A cuánto está ahora el quilo de político entusiasmado o el de seguidor entusiasta?
Lo peor, en la situación en que estamos, es dejarse llevar por el desánimo. Y lo segundo peor es dejarse llevar por el entusiasmo. Y lo tercero peor es dejarse llevar. Aunque lo peor de lo peor es dejarse. ¿Dejarse qué? Manipular. La desesperación ni se compra ni se vende: se alquila. A menudo por horas, cuando es posible. Aunque sobre todo se sufre bajo su influjo. Y se sufre mucho. Más de lo que recogen las estadísticas mejor cocinadas, que rara vez profundizan en el infierno de la incertidumbre. Y es sabido que el entusiasmo, en política, tiene fecha de caducidad, como los productos de supermercado.
Ahora abunda el entusiasmo hacia Grecia, y Varoufakis se ha convertido en algo así como el Alan Ladd de Raíces profundas, con mejor pinta. Y sin coleta. Que les salga bien a todos la jugada, aunque el partido ganador gobierna gracias al pacto con una derecha antieuropea. Gran jugada de Tsipras dirigida a Merkel, valga la redundancia. Como si dijera: cuidado Angela, porque si no quieres vértelas con nosotros, tendrás que apechugar con estos. El resultado hasta ahora es que Grecia tiene que presentar un programa urgente de reformas, quizás ya lo haya hecho cuando salgan estas líneas. Es preocupante pensar en la decisión de los entusiastas en el caso de que Tsipras-Varoufakis se queden a medias en sus justas pretensiones, porque nada hay tan pelmazo como un entusiasta desconcertado. Y por mucho apego que se tenga a La Internacional, lo cierto es que el futuro es muy oscuro mientras los problemas sean globales (y lo serán cada vez más) y los remedios más bien locales. ¿O es casual que la Unión Europea tenga de único la moneda y poco más?
Lo peor de los entusiasmos entusiasmados es que acostumbran a recurrir de inmediato a un objetivo tan maravilloso como el que los dejó en bolas para seguir con la murga del todo o nada, como esos jugadores de póquer arruinados que lo fían todo a una mano que será la buena y salen de nuevo trasquilados. ¿Tan difícil es asumir de entrada que los buenos propósitos casi siempre se los lleva el diablo, que a menudo no es otro que tus compañeros de filas? Otra manera de decirlo es que nada hay tan peligroso en política como la ingenuidad. A fin de cuentas, en nuestra Comunidad, hace mucho que gobierna una pandilla de sinvergüenzas sin que la gente, como ahora denominan algunos a los ciudadanos, hayan dejado de entregarles sus votos, y así nos va. Pero ¿es que no les bastaba con observar durante un ratito a un tipo como Zaplana? Se ve que todavía predomina un entusiasmo cegato.
La proliferación actual de partidos o formaciones políticas es temible precisamente porque todos apelan a esa clase de entusiasmo navideño que siempre concluye en enero. El “régimen del 78”, como algún listillo de repostería denomina a la Transición, toca a su fin, y lo que toca es que todo el mundo se dedique a la política a fin de administrar con entusiasmo sus fétidas cenizas. ¿A cuánto está ahora el quilo de político entusiasmado o el de seguidor entusiasta? Cabe suponer que su precio de mercado será oscilante, y lástima que no coticen en Bolsa. Así sabríamos con mayor exactitud que una encuesta en quien debemos confiar para que cunda, estupefacto, el entusiasmo.
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