Mandela y la crisis de liderazgo
El cambio social no pasa ni por individuos heroicos ni por organizaciones que pretendan liderar esos procesos en solitario
La muerte de Mandela ha vuelto a situar el tema de los liderazgos en primera línea. Es ya un lugar común quejarse de la falta de personas que sirvan de referentes en momentos como los actuales. Personas que puedan orientarnos con su buen criterio en el proceloso mundo que nos rodea, lleno de incertidumbres y riesgos. Y es también habitual que en esa salmodia haya quien se refiera, con añoranza, a momentos en los que teníamos auténticos líderes. Dirigentes en los que confiar. No quisiera desanimar a nadie, pero olvidémonos de salvadores que acaben en un abrir y cerrar de ojos con la complejidad que nos rodea. Mandela es irrepetible y esperemos que, con suerte, sea irrepetible su peripecia personal. Mucho más cerca, sabemos que Felipe González o Pujol son irrepetibles. Y pienso que en eso también somos afortunados. La fortaleza de una comunidad se demuestra en su capacidad de depender menos de personas carismáticas y de saber seguir adelante con o sin liderazgos heroicos. La democracia contemporánea ha ido separando el grano de la paja. Y si parece claro que las personas son capaces de encarnar, mejor que cualquier otro formato, programas políticos y valores de fondo que serían muy complejos de transmitir, se sabe perfectamente que ello es claramente insuficiente. Insuficiente por episódico y por extremadamente frágil.
Mandela es un referente a nivel global, no solo por su peripecia personal de entrega y sufrimiento a una causa, sino por su capacidad de entender cuál era su papel, cuál era su fecha de caducidad, cuál era la fuerza de su mensaje de tesón y de reconciliación, cuál era el ejemplo de coherencia que tenía que dar entre su mensaje y sus formas de vida. Y seguramente lo que le hace hoy anecdóticamente más vulnerable es que no supo trasladar su fuerza integradora a una familia más extractiva que comprometida. No hay país o colectividad en el mundo que pueda sostenerse de manera convincente basándose en el carisma de una personalidad irrepetible. Los medios de comunicación audiovisuales prefieren personas a situaciones. Prefieren rostros individuales a historias colectivas. Pero, no por ello Noruega tiene una democracia menos sólida que Italia. El liderazgo fuerte es hoy más colectivo, horizontal y compartido que personal, jerárquico y monopolizado. Lo que da fuerza y perspectiva a los procesos actuales de liderazgo es su capacidad de traducirse en procesos de cambio que trasciendan a las personas. Las pregunta pertinentes son: ¿han contribuido esas personas a construir una comunidad capaz de transformar su entorno de manera autónoma y colectiva? ¿Han modificado las relaciones de poder previamente existentes? ¿Lo han hecho incluso a costa de poner en cuestión su propio papel?
El tema de fondo ya no es la acción aislada de un líder, sino el conjunto de actores, procesos y relaciones del sistema o ecología social que le rodea y que genera un proceso de innovación social potente. No necesitamos personas con carisma, sino valores carismáticos que permitan construir alternativas más allá del continuismo y de la desposesión social en marcha. ¿Estamos de acuerdo en que hay que cambiar rutinas que creíamos básicas? ¿Estamos de acuerdo en que no nos sirven los mecanismos de asignación de recursos, ni las pautas sobre las que hemos construido la autoridad? Las relaciones sociales que se van construyendo son tan o más importantes que las personas concretas que los lideran. No hay nada peor que apuntalar un liderazgo fuerte sobre la base de convertir en simples espectadores a los ciudadanos que uno debería reforzar para que se defiendan de manera autónoma. Añoramos al cirujano de hierro, cuando lo que necesitamos es alguien que nos acompañe y refuerce nuestras propias responsabilidades.
Estamos hartos, o al menos yo lo estoy, de aquellos que cuando las cosas van bien atribuyen el éxito al que dirige esa organización, y cuando las cosas van mal es que el liderazgo no ha funcionado. Es evidente que convierte en mucho más sencillo cualquier análisis. Pero veamos, ¿podemos esperar que las cosas se arreglen si en vez de Rajoy tenemos a Gallardón, o en vez de Mas a Junqueras? No digo que esos cambios fuesen intrascendentes, pero no serían taumatúrgicos. La producción de procesos de cambio social como los que necesitamos hoy día, no pasa ni por individuos heroicos ni por organizaciones que pretendan liderar esos procesos en solitario. De ocurrir, será basándose en la coproducción de respuestas colectivas a través de liderazgos conjuntos, formados a partir de relaciones entre diferentes organizaciones, diferentes individuos y con el consenso implícito o explícito del conjunto de una comunidad. La cita de Brecht es siempre oportuna: “algunos dicen ‘infeliz el pueblo que no tiene héroes’, yo más bien diría ‘infeliz el pueblo que tiene necesidad de héroes”.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política e investigador del IGOP de la UAB.
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