Barcelona no tiene su gran novela
La voz crítica con la situación social y la supuesta modernidad de la capital catalana ha crecido en la ficción de la última década. Lo demuestra un nuevo ensayo que analiza la visión de la ciudad en la obra de Eduardo Mendoza, Milena Busquets o Mathias Énard
Barcelona, tan escrita, no tiene su gran novela. Curioso. El tiempo en el que debía haber surgido, el siglo XIX, cuando por realismo tocaba (Balzac, Zola, Dickens, en otras metrópolis), no la generó, mientras, ya a principios del XX, al Modernismo le dio por el relato rural (Caterina Albert, alias Víctor Català, por citar), y su sucesor, el Noucentisme, tuvo siempre la cabeza en otras cosas, como hacer de cerebro ordenador sociopolít...
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Barcelona, tan escrita, no tiene su gran novela. Curioso. El tiempo en el que debía haber surgido, el siglo XIX, cuando por realismo tocaba (Balzac, Zola, Dickens, en otras metrópolis), no la generó, mientras, ya a principios del XX, al Modernismo le dio por el relato rural (Caterina Albert, alias Víctor Català, por citar), y su sucesor, el Noucentisme, tuvo siempre la cabeza en otras cosas, como hacer de cerebro ordenador sociopolítico de Cataluña, por lo que, directamente, se saltó el género o, como máxima concesión, lo dejó en la novela de regusto psicológico (Carles Soldevila y su Fanny, por citar, de nuevo).
Tampoco la iconografía de la ciudad lo necesitaba, cómoda con su notable presencia desde el XVII en libros capitales como la segunda parte del mismísimo Quijote, donde ya se asocia a la modernidad y al progreso económico y social. Y ni esa marca simbiótica se vio demasiado afectada cuando, en particular la literatura francesa, se dio al mundo esa imagen de una Barcelona exótica, pasional, pecadora, transgresora, oriental, un punto depravada, a partir del retrato del mitificado Distrito Quinto, o sea, el barrio del Raval, el famoso Barrio Chino como le bautizara el periodista Francisco Madrid en el capital libro de reportajes Sangre en Atarazanas (1926), reeditado tras décadas de ser cara e inencontrable pieza de coleccionista. Es la ciudad que, con precedentes como los de Paul Morand, Pierre Mac Orlan o George Bataille, retratan Jean Genet en Diario del ladrón (1949) y Pieyre de Mandiargues con Al margen (1967). Es el escenario, salvando distancias, adonde se había ido a divertir en busca de exotismo la alta burguesía catalana que reflejó con primor ya Josep Maria de Sagarra en su imprescindible Vida privada (1932).
Aún así, parece una ciudad imbatible, cuya aureola no para de crecer, cuyo cosmopolitismo todavía deja sitio para bodegas de barrio, como bien refleja el attrezzo de ciudad abierta que destila La magnitud de la tragèdia, de Quim Monzó (1989). Y en una mirada más histórica, por así decirlo, La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza (1986), que rezuma la euforia de una Barcelona que ha ido engarzando su imparable afán de modernidad a rebufo de grandes acontecimientos, desde la Exposición Universal de1888 a la Internacional de 1929. Caprichoso azar: aparece ese título de Mendoza el mismo año en que se anuncia la designación de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992.
Es curioso también que el mismo autor que da esa imagen de una Barcelona imparable hasta el infinito y más allá sea el que desprenda un “escepticismo insidioso” hacia la misma ciudad en El secreto de la modelo extraviada (2015). La expresión es del escritor y periodista David Clusellas (Aviñón, 1979) en su estudio Lire Barcelone, recién publicado por Edicions Trabucaire en francés. Su paseo histórico-literario por la capital catalana pretende fijar cuándo y cómo la literatura ha pasado de reflejar la euforia colectiva de la Barcelona Olímpica a, en la misma proporción, el desencanto ciudadano, a denunciar desde la estética realista las injusticias sociales, una imagen más crítica de una ciudad que se enrosca en sí mima para convertirse en producto de lujo, víctima en parte de su propio éxito, algo impensable pocos años antes. Para el cronograma, el punto de salida es la preparación de Barcelona para el Fòrum de las Culturas de 2004, el artificial evento que quizá simbolice (discutible proyecto urbanístico aparte), el momento de la conjunción del estallido de la burbuja inmobiliaria, la crisis económica, la gentrificación y dos efectos colaterales de todo ello: el resurgimiento del independentismo y el estallido de los indignados sociales.
Recurre gráficamente Clusellas a la publicidad institucional del Consistorio barcelonés para fijar el proceso: de la campaña Barcelona, posa’t guapa (de 1986, para la rehabilitación de viviendas ante los Juegos) a Barcelona, la millor botiga del món (1997) “de la modernidad a la lógica comercial, con la complicidad de las élites económicas y urbanas (…) Barcelona es víctima de su propia vocación de modernidad”, el salto a una “ciudad-escaparate” , concebida ya no por sus ciudadanos sino a través y para los ojos “de los otros”, mayormente turistas, que quizá no dejen de ver la ciudad de manera no demasiado distinto a los que buscaban y leían el orientalismo de los años veinte y treinta y los cincuenta y sesenta. Una tesis reforzada por la sensación de que el Ayuntamiento se habría apropiado de la vocación de modernidad de la ciudad para hacer de ella una política institucional vacía y pantalla para otras situaciones, en una tesis en parte fundamentada en la del filósofo Joan Ramon Resina, profesor en Standford.
Escoge Clusellas para su periplo seis novelas, dos en cada uno de tres idiomas: catalán, castellano y francés. Encuentra los primeros síntomas de desafección en A la ciutat en obres (2002), de Mercè Ibarz, “más un libro-síntoma que profético”: la ciudad que aparece está a punto de ser relanzada bajo el anzuelo del Fòrum y por vez primera la modernidad es tachada de minimalista y vista como una cosa negativa: destrucción fagocita rehabilitación; lo nuevo, a lo viejo; el olvido, a la memoria. También dan sus primeras señales de vida cierta gentrificación y la precariedad laboral.
Calle de los ladrones (2012), del francés Mathias Énard, va más allá, ni que sea porque, tras ocho años, ya son visibles claramente los problemas posteriores al Fòrum: es, asegura Clusellas, la primera vez que tiene protagonismo relevante la Barcelona musulmana, la de los magrebíes que han desplazado a los andaluces de los años 30 en las calles más infames del Distrito Quinto, enlazando con la tradición literaria de Genet o Mandiargues. La ciudad a la que llega Lakhadar buscando a la estudiante de árabe que le hechizó, Judit, es ya la atrapada por el turismo low-cost y sí que ha abierto la Rambla del Raval (2000) en pleno Barrio Chino: oxigena el área, pero no cambia la composición sociológica de pobreza y exclusión social, mientras la gentrificación es ya galopante por toda la ciudad. Amén de profetizar (cinco años antes de los de La Rambla y Cambrils) un posible ataque terrorista yihadista, hace asomar Énard los movimientos de resistencia que desean ya una transformación sociourbanística.
Más cáustica es Marta Rojals en L’altra (2014), donde los protagonistas provienen de la Cataluña interior para hacerse un lugar desde la metrópolis; la ubicación es en los barrios que están por encima de la Diagonal, frontera entre la Barcelona rica y la pobre, como en los años 50 y 60 lo fue la Gran Vía, como recordaba Manuel Vázquez Montalbán, nacido en el Raval. Las críticas a Barcelona llegan por querer ser más moderna que los modernos, esa idea equivocada de modernidad que una de las protagonistas define ácidamente al recordar que en Barcelona no se encuentran madalenas porque todo son ya muffins. Son personajes que odian las playas de Barcelona, epítomes del esplendor olímpico de 1992, y donde una de las parejas protagonistas ha de vender su piso para solventar compromisos de su abuelo en el geriátrico donde está, mientras otros amigos deben abandonar el barrio de toda la vida porque vivir ahí se ha convertido en un lujo.
Dice Clusellas que es la de Rojals una novela psicológica que tiene puntos en común con Barcelona! (2015), del belga Grégoire Polet, “la mejor novela en lengua francesa que refleja la complejidad de la realidad social de Barcelona”, Y cierto es que tanto la cuestión del pujante independentismo político como el de los indignados (que enlaza con la tradición anarquista de la Barcelona de principios del XX) protagonizan muchas páginas, con un pincelada guiñolesca a partir de que la hija del presidente de la Generalitat se enamora de un inmigrante sin papeles, refugiándose en Sants, por antonomasia el barrio del movimiento okupa y contestatario.
El tono de Mendoza es muy distinto en El secreto de la modelo extraviada, quinta novela de su famoso detective sin nombre y puro desengaño de las esperanzas de cambio que varias generaciones habían depositado en una Barcelona que en los años 80 era rematadamente mediocre y gris porque, deja entrever el autor, había renunciado a su rol histórico por egoísta y chapucera. La reacción vendrá de la mano de la operación 1992, que comportará una posterior de limpieza del todo ya discutible y que en el periodo del Fòrum deja a la ciudad demasiado cerca de Las Vegas, una Barcelona kitsch simbolizada por la Torre Agbar iluminada de colores.
No aparece el independentismo en la obra de Mendoza, y si se entrevé el catalanismo siempre es por la vía del humor, de la misma manera que el movimiento contestatario muta en él en crítica social mostrando oscuras alianzas entre los poderes económicos y políticos: sí, Barcelona es una ciudad corrupta, amén de socialmente desigual y salvajemente capitalista.
La Barcelona más ensimismada es la que refleja Hoy he conocido a alguien (2008) de Milena Busquets, “novela de clase, burguesa”, como la define Clusellas, que la escoge como muestra de la cohabitación de otro tipo de literatura, ésta sin un ápice de crítica al sistema: en la Barcelona del upper Diagonal donde vive la protagonista, diseñadora de moda, no hay dificultades económicas, la alta burguesía vive una vida paralela entre la élite dirigente de la que forman parte; la cuidad aparece absolutamente despersonalizada, tan globalizada es esa Barcelona que “la acción podría pasar en San Francisco”, al igual que ya transcurre parcialmente en Londres y Nueva York.
Al hilo de la tesis de Lire Barcelone, si la capital catalana ha implosionado y la impostura de la modernidad ha sido incluso secuestrada por el propio Consistorio sirviendo para enmascarar la triste transformación socioeconómica de la ciudad, no debería sorprender que en los últimos años hayan proliferado las novelas en las que el escenario se ha desplazado de los céntricos y literariamente famosos barrios del Raval, Gràcia o el Eixample a los periféricos. En Picadura de Barcelona (2014), por ejemplo, Adrià Pujol Cruells hace que su protagonista cruce de noche, con el avituallamiento de las latas de cerveza de los vendedores ambulantes, de punta a punta una ciudad dormida física y metafóricamente. Más salvaje se muestra Sergi Pons Codina en sus novelas Mars del Carib (2014) y Dies de ratafia (2017), donde los personajes plantan cara contra la sociedad postcapitalista en el barrio extremo de Sant Andreu, a su manera estrafalaria y pasada de revoluciones desde paraísos artificiales y refugios de pequeños delincuentes, sabiéndose tragicómicos y derrotados de antemano.
Algo parecido practica Cristina Morales a partir de las cuatro jóvenes que no azarosamente muestran síntomas de disfunciones psíquicas en Lectura fácil (2018): entre un piso tutelado en la Barceloneta y una casa okupa en Sants, van lanzado dardos radicales contra el establishment de la ciudad, cuestionándolo absolutamente todo.
A su modo también lo hacen los personajes que, desde la novela negra de corte social, Carlos Zanón va colocando en sus libros (Marley estaba muerto, en 2015; Taxi, 2017), mayormente desde el montañoso barrio del Guinardó y hasta L’Hospitalet y El Prat de Llobregat. Y es que, en una vuelta de tuerca, de los márgenes de la capital catalana se ha llegado al extrarradio. Quizá porque, como dice, si uno escribe sobre el centro de Barcelona sólo puede hablar ya de turistas o narcopisos, Tony Hill reivindica su Cornellà de los 70, el de los Estopa, en Tigres de cristal (2018). Posiblemente, el extrarradio sea ya uno de los últimos refugios donde hallar gente auténtica. Una razón no muy alejada de la que puede dar Kiko Amat, que hace lo propio en Antes del huracán (2018) con su Sant Boi natal de los años 80, donde hace tiempo que ya saben que lo del estado del bienestar dejó hace mucho de funcionar, si alguna vez ahí lo hizo. En realidad, usa Amat el río Llobregat como el pionero Javier Pérez Andújar fue por el margen del Besós y la ciudad de Sant Adrià en, por ejemplo, Paseos con mi madre (2011).
Igual resulta, sin embargo, que cuestionar valores estéticos y morales y vivir una situación de crisis constante entre la búsqueda de la innovación (el Mobile World Congress haciendo de sucedáneo de las exposiciones de 1888 y 1929) y el turismo de masas resulta que es la única modernidad posible hoy, parece apuntar Clusellas. Barcelona, así, estaría donde siempre, también en lo literario.
Lire Barcelone
Editorial: Trabucaire
Formato: Tapa blanda, 172 páginas