Carolina Jiménez: “Bukele es un aspirante a autoritario en esteroides”
La venezolana es la primera presidenta latinoamericana de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés). Habla en Lideresas sobre el declive democrático de la región y de cómo los “autoritarismos son trans ideológicos”
Carolina Jiménez Sandoval fue la primera mujer de su familia en ir a la universidad. En su natal Acarigua (llanos de Venezuela) se tomó a pecho los consejos de su abuela que la motivaba a estudiar y no solo se fue a Caracas sino a Estados Unidos y Japón y no paró. Hoy es la primera presidenta latina de Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés), una voz para las mujeres de la región en temas de derechos humanos y democracia. Nacida hace 50 años, conoce bien la realidad de países como Nicaragua, Colombia y México, donde ha trabajado. Jiménez dice que en el centro de su trabajo está la lucha contra el olvido. “Milán Kundera dice que ‘la lucha de los seres humanos contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido’. A eso juegan los autoritarios a que nos olvidemos de lo que han hecho”, dice en conversación con EL PAÍS.
Pregunta: Existe la sensación de que estamos en una hora oscura para la democracia de América Latina. ¿Lo ve así comparado con otros momentos, incluso de dictaduras en la región?
Respuesta: Es una hora muy oscura, pero sigue habiendo luces. Por una parte, hay un retroceso democrático que nos asfixia: autoritarismos muy consolidados como el de Venezuela o Nicaragua; otros que van a una velocidad impresionante como el caso del Salvador con Nayib Bukele, que en un solo término presidencial logró desmantelar el estado de derecho y pasar a un modelo de seguridad claramente violatorio de los derechos humanos, pero con muchísima popularidad. Luego, tienes elecciones como las de Javier Milei en Argentina o el deterioro democrático del Perú; ataques en México al periodismo.
P. ¿Por qué ocurre ese declive?
R. El deterioro democrático en la región es muy claro. Con muy contadas excepciones, vemos un retroceso de esa promesa que una vez tuvimos sobre una América Latina Democrática después de dictaduras militares y de guerras civiles. Eso viene acompañado también con una parte de un desencanto con la democracia de parte de la gente.
P. ¿En qué cree que radica el desencanto?
R. Los datos principales encuestadoras regionales como el Barómetro lo muestran. En 2010 le preguntaron a la gente en América Latina: ‘¿Usted cree que la democracia es el principal modelo de gobierno que prefiere sobre los demás?, en ese momento 63% dijo que sí. En 2023 ante esa misma pregunta solo el 48% respondió afirmativamente. La crisis de la democracia también es epistemológica, es de desencanto ciudadano con un sistema que le prometió muchas cosas a la gente y le dio poco. Entonces sí, es un momento muy oscuro. Nos remite a la memoria momentos de falta de democracia y de enorme restricción de nuestros derechos.
P. ¿Dónde están las luces?
R. América Latina no es una región donde hemos quedado callados ni calladas; que, si bien experimenta muchos tipos de violencia, no tiene un conflicto armado interestatal activo. Además, aunque es una región conservadora ha logrado victorias de derechos como las de Argentina y Colombia con el movimiento feminista, por ejemplo. La juventud latinoamericana ya no cree en las instituciones, en sus congresos y presidentes, pero cree en sus causas, como la lucha por el medio ambiente, la equidad de género, la justicia social. Además, esta sigue siendo una región donde la sociedad civil es muy fuerte.
P. Con todas esas asimetrías, ¿qué es lo que observa más preocupante?
R. Hay diferencias por los contextos e historia política, pero hay unos patrones regionales. Los retrocesos democráticos traen consigo viejos fantasmas como amenazas a la libertad de prensa, de asociación, desapariciones forzadas, presiones políticas y todo eso es alarmante. América Latina continúa siendo el continente más desigual del mundo, con una enorme deuda en materia ambiental, lo que se ve reflejado en el ataque contra las líderes y lideresas. La violencia que trae el crimen organizado también es un fenómeno regional bastante arraigado, algunos de los países latinoamericanos siguen siendo los principales productores de drogas ilícitas, antes la cocaína y ahora el fentanilo. Y en ese marco totalmente anacrónico y prohibicionista de la política de drogas, la región sigue poniendo los muertos, los estados no logran contener esa violencia que ahora es trasnacional, tampoco logran proponer una alternativa a la violencia.
P. La violencia contra las mujeres es otro patrón
R. Con un componente enorme de impunidad muy grave. Los autoritarismos son patriarcales. Estados Unidos, por ejemplo, que fue de los primeros países en legalizar el acceso al aborto ahora enfrenta un retroceso de 50 años bajo la presidencia de un autoritario de ultraderecha; lo que ocurre en Argentina donde Javier Milei tiene este tema en su narrativa; y luego están los líderes que se suponen progresistas y no son nada feministas. Venezuela tiene 25 años de revolución bolivariana y no hay ni unión civil; en Bolivia esta medida tiene pocos años; y en México donde el presidente nunca ha promovido leyes a favor de los derechos sexuales y reproductivos y LGBTIQ+, todo se ha logrado a través de cortes y tribunales, igual que en Colombia. Los liderazgos de la región, independientemente de cómo se denominen son bastante conservadores. Los autoritarismos están muy ligados a los retrocesos de los derechos de las mujeres.
P. No es algo solo de la región
R. El declive democrático es global. No solo en China o India, con esa enorme población; sino también en Europa donde hay avances claros de los grupos de ultraderecha, como Hungría o Italia. Los autoritarismos son trans ideológicos. Veamos el caso de Vladimir Putin, misógino, militarista y con cero tolerancias a la disidencia política o como Bukele, que es de derecha, pero tiene enormes alianzas con el gobierno hondureño y el nicaragüense.
P. ¿Por qué ha sido tan rápido el ascenso de Bukele?
R. Es un líder con gran control del uso de las narrativas y un comunicador muy eficaz. Lo defino como un aspirante autoritario en esteroides, justamente por la rapidez de su ascenso, que se entiende en el contexto- también bastante regional de la violencia delincuencial que afecta la vida de la gente diariamente-. No hay que negarlo, las maras en El Salvador han controlado territorios tanto urbanos como rurales y hay un cansancio absoluto de la sociedad. Llegó al poder, como muchos, prometiendo que iba a cambiar esa situación. Al inicio, sabemos ahora, intentó negociar infructuosamente con ellas para que bajaran los niveles de violencia. Luego, él, que ya venía cooptando el poder judicial, cambió al fiscal general y a magistrados de la Corte de manera abrupta, decide probar otra estrategia que detenciones masivas, que era un estado de excepción y que se volvió permanente.
P. Un modelo que ya se quiere exportar
R. Preocupa que se crea que esos modelos son replicables y sostenibles. No lo son y el ejemplo es Ecuador. Ya se escucha del modelo Bukele, aunque no es claro qué significa eso. Sin embargo, como se ven éxitos, Bukele adquiere enorme popularidad y eso ha llevado a poder seguir cooptando instituciones al punto que dice, el pueblo lo pide, yo debería reelegirme. Cuando se pierde independencia judicial- algo que se ve en toda la región- se pierden los contrapesos.
P. Hay, sin embargo, otros países con autoritarismos muy arraigados como el de Venezuela. ¿Por qué se ve una profundización de ese autoritarismo?
R. Los últimos hechos, como la desaparición forzada y detención de Rocío Sanmiguel y la salida de la oficina del Alto Comisionado para los derechos humanos y la inhabilitación de candidatos de la oposición, son síntomas de un repunte represivo y violan las normas internacionales de derechos humanos y el espíritu del Acuerdo de Barbados. El Gobierno lleva años siendo represivo, de hecho, es el único país de las américas con una investigación de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad. La estrategia de represión no es nueva, pero este es un año electoral que pone en jaque la permanencia del gobierno de Nicolás Maduro porque es tremendamente impopular y porque la oposición logró realizar elecciones primarias.
P. Daniel Ortega ha exiliado intelectuales, les ha quitado sus nacionalidades, ¿podría profundizar la represión aún más?
R. Las personas en Nicaragua nos dicen que siempre puede pasar algo más. Cuando piensas, qué más hará si ya tienen un control absoluto del poder, básicamente desplazaron a la sociedad civil, cerraron universidades, vemos que entran en una fase de persecución a la iglesia católica, metiendo sacerdotes presos o desterrándolos. No solo expulsa a la Cruz Roja Internacional y decide ilegalizar hasta a los Boy Scout, sino que empieza una batalla contra un certamen de belleza, detiene a la familia de la reina de Miss Nicaragua y los destierra. Por eso es importante que no se olvide o se normalice ese autoritarismo. No es normal que haya desaparición forzada, detenciones ni alternabilidad en el poder. Cuando lo normalizamos abandonamos a la gente.
P. ¿Qué puede suponer para las mujeres que en México haya dos mujeres candidatas a la presidencia?
R. México es un país con altísimos niveles de violencia, muy marcado por el crimen organizado y con una profunda militarización. Pero lo más interesante es que este año tendrá sí o sí una mujer presidente, la primera en su historia. Es muy importante a nivel de representatividad, pero lo que queremos con los liderazgos de mujeres en el poder es que ejerzan liderazgos feministas no femeninos. Para las que defendemos el feminismo desde una visión de igualdad, no puede haber un feminismo militarista, eso no existe, y es muy patriarcal. No vemos que las dos candidatas principales traigan propuestas diferentes para la seguridad: ni para los más de 100.000 desaparecidos o sobre el control que ejerce el narcotráfico. Tampoco los hemos escuchado hablar mucho de los derechos de las mujeres. No es parte importante de su agenda.
P. Uno de sus temas transversales ha sido la migración. Recientemente le pidió a Gustavo Petro que no la politice.
R. Estamos en un momento de migración acelerada como no habíamos visto antes. En Venezuela se dio una tormenta perfecta, una crisis de derechos humanos, no es casualidad que la primera oleada de migrantes fuera después de las protestas de 2014, cuando empezó a ver a Maduro vía a convertirse en autoritario. El precio del petróleo comenzó a disminuir y llegó la recesión, años de escasez tremendos. En enero del 2017, la Federación Venezolana de Farmacias emitió un comunicado de que el índice de escasez de medicamentos del 85%. Para ese momento, no había ni sanciones financieras. Mi reclamo al presidente Petro es que repita, sin mayor análisis, lo que dice día y noche Maduro: ‘el único problema que tiene Venezuela es el bloqueo’. Insisto, las sanciones profundizaron el problema, pero no puede adjudicarse eso como causa única de un fenómeno complejo que afecta la vida de millones de personas. Y es grave que lo diga justamente el líder de un país que es principal receptor de la diáspora venezolana.
P. Y está la crisis humanitaria del Darién
R. Estados Unidos lo que hace es externalizar sus fronteras y promover un sistema regional de contención y vemos a nuestros países cooperar de forma eficiente: enviando militares a las fronteras, en lugar de movernos hacia la creación de un sistema regional de protección. Es bastante decepcionante ver a los gobiernos articulándose para contener y teniendo muchas dificultades para proteger. Es una deuda grandísima que tiene todo el continente.
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