De la identidad a la acción: el momento de construir una comunidad de propósito hispana
La comunidad hispana tiene hoy una oportunidad histórica: convertir el idioma que la une en una infraestructura de progreso

Somos más de 635 millones de hispanohablantes -la tercera lengua materna del planeta-, una de las comunidades lingüísticas más grandes, diversas y vibrantes del mundo. Esta magnitud no es solo un dato demográfico; hablamos de una potencia económica y cultural cuya contribución al Producto Interno Bruto (PIB) mundial supera el 6,2%. El poder adquisitivo de la comunidad hispana global se estima en torno al 9% del PIB mundial, y solo en Estados Unidos el PIB generado por los latinos se equipara al de la quinta economía más grande del planeta. Sin embargo, nuestras conexiones, colaboraciones y movilidad aún no reflejan el potencial real de esta escala. Tras el Primer Foro de Liderazgo y Futuro Hispano del Club Hispanidad Futura, celebrado en Madrid el mes pasado, una idea emergió con claridad: la hispanidad necesita pasar de la identidad simbólica a la acción colectiva, de la afinidad emocional a una estrategia común.
Pese a su fortaleza, la comunidad hispana sigue funcionando como una constelación dispersa. Países que comparten idioma, valores, desafíos y oportunidades aún operan de forma aislada, como si no pertenecieran a un mismo espacio cultural y estratégico. En el Foro de Liderazgo y Futuro Hispano, al que asistieron más de cien líderes, emprendedores, académicos, inversores, diplomáticos y jóvenes de más de veinte países, una convicción se repitió: somos una comunidad en potencia, pero no en práctica. La cuestión ya no es cuántos somos, sino qué podemos lograr juntos.
La raíz del desafío: una identidad fragmentada
Durante décadas, hemos confiado en que la lengua por sí sola bastaría para cohesionarnos. Sin embargo, compartir un idioma no garantiza compartir un destino. El mundo hispano ha heredado barreras estructurales -políticas, históricas, geográficas- que han atomizado nuestra identidad y limitado la colaboración.
La falta de coordinación educativa, los sistemas rígidos de movilidad profesional, la escasa cooperación tecnológica y la débil conexión entre ecosistemas de innovación explican por qué, pese a nuestra escala, no actuamos como un bloque. Aquí es donde surgió una reflexión clave en el foro: nuestro reto más profundo no es económico ni institucional, sino de identidad y pertenencia. Sentimos que formamos parte de algo parecido, pero todavía no contamos con los mecanismos para vivirlo, construirlo y proyectarlo.
Antes de hablar de un nuevo camino, es fundamental reconocer lo que ya se ha logrado. La hispanidad no está comenzando de cero; está esperando dar el siguiente paso. A lo largo de la región existen instituciones, redes y programas de gran valor que demuestran el potencial de la cooperación.
Por un lado, hay ecosistemas emprendedores vibrantes en ciudades como Ciudad de México, Bogotá, Santiago, Buenos Aires y Madrid, impulsados por aceleradoras y comunidades globales como Endeavor, cuya red de emprendedores de alto impacto opera en múltiples países hispanos. En el ámbito de la cooperación institucional, la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) llevan décadas promoviendo la cohesión cultural y educativa.
Pero el ecosistema se extiende a iniciativas menos visibles, aunque igualmente cruciales. En el ámbito de la ciencia y la tecnología, el Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (CYTED) y los proyectos IBEROEKA (instrumento de apoyo a la cooperación tecnológica empresarial) son ejemplos de cómo se articula la innovación transnacional. En la esfera del talento, organizaciones como Celera y la Red de Jóvenes Líderes de la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ) en América Latina evidencian que ya existen plataformas de liderazgo y cooperación que conectan a nuevas generaciones en clave iberoamericana.
Nuestro desafío, por lo tanto, no es “inventar” la comunidad hispana, sino conectar lo que ya existe, darle coherencia estratégica y multiplicar su impacto.
De la identidad a la acción: hacia una comunidad de propósito
Proponer una “comunidad de propósito hispana” no es hablar de nostalgia ni de uniformidad. Es hablar de futuro. Se trata de construir una red articulada que permita que una generación -la más numerosa de la historia hispana- pueda moverse, aprender, emprender y cooperar sin barreras. Este propósito se articula en tres pilares interconectados:
El primer pilar es la “identidad consciente”. Esto implica reconocer que somos una comunidad global con una fuerza cultural, económica y humana innegable. No se trata de diluir lo local, sino de ampliarlo con una capa de pertenencia supranacional. En palabras de Federico Linares, presidente de EY España, el liderazgo hispano global es una fuerza que debe ser activada a través de un idioma compartido.
El segundo pilar es la “infraestructura compartida”. La identidad, para ser operativa, necesita mecanismos concretos: movilidad, reconocimiento mutuo de competencias, redes de emprendimiento, alianzas educativas y circulación de conocimiento. Es aquí donde cobran sentido los esfuerzos por homologar títulos y cualificaciones, y donde la labor de ecosistemas como Endeavor, al conectar emprendedores de alto impacto, demuestra cómo la colaboración regional puede transformar economías. Como señaló Andrés Tallos, managing director de Endeavor España, la importancia de los ecosistemas y las redes transnacionales es fundamental para el crecimiento.
El tercer pilar es la “narrativa y proyecto común”. Necesitamos un relato que inspire acción, un mensaje que diga: no somos una suma de países aislados, sino una comunidad global con un propósito compartido. Así lo destacó Alejandro Rodríguez, director de Celera, al hablar del papel crucial del talento joven y la necesidad de generar redes significativas que potencien su poder transformador.
El papel del Club Hispanidad Futura: activar el potencial latente
La misión del Club Hispanidad Futura no es sustituir lo ya existente, sino articularlo, conectarlo y potenciarlo. Su papel es servir como plataforma de encuentro entre generaciones, espacio transnacional para el talento hispano, foro estratégico para pensar juntos movilidad, emprendimiento, liderazgo y comunidad, y una red de ecosistemas, instituciones y personas que comparten una visión de futuro.
Durante los tres días del foro en Madrid, esta idea resonó una y otra vez: necesitamos transformar la hispanidad de un concepto cultural a una estructura de cooperación, de movilidad, de talento y de innovación. Como dijo Marlene Estévez, fundadora del Club Hispanidad Futura, el objetivo del Club es crear un ecosistema vivo y conectar líderes de todos los sectores. El Club nace para llenar un vacío claro: la necesidad de un espacio donde el talento hispano pueda reconocerse, organizarse y avanzar unido, asegurando que nuestra voz contribuya al desarrollo económico, social, tecnológico y cultural del mundo futuro.
¿Qué podría significar, en términos prácticos, construir esta comunidad de propósito?
Significaría la creación de un “Erasmus hispano” que permita la movilidad estudiantil y profesional entre todos los países hispanohablantes, acompañado del reconocimiento mutuo de títulos y cualificaciones en todo el espacio hispano. Implicaría el desarrollo de redes de inversión centradas en emprendimientos liderados por jóvenes en varios países a la vez, y la consolidación de plataformas de investigación científica compartida en español.
El resultado sería un ecosistema de innovación hispano que conecte hubs tecnológicos de Madrid, Ciudad de México, Bogotá, Buenos Aires, Santiago o Miami, y la celebración de foros permanentes donde líderes públicos y privados coordinen agendas comunes.
La hispanidad tiene escala suficiente para ser una potencia cultural y económica del siglo XXI. Lo único que falta es el puente que conecte esas orillas.
Hoy, como comunidad hispana, tenemos una oportunidad histórica: convertir el idioma que nos une en una infraestructura de progreso, pasar del orgullo a la acción, de la identidad a la estrategia. Nuestro idioma ya es global; ahora necesitamos que también lo sea nuestra voz.
No buscamos uniformidad ni hegemonía. Buscamos propósito compartido. Un proyecto que nos permita mirarnos unos a otros -desde Madrid hasta Montevideo, desde Bogotá hasta Santiago- y reconocernos como parte de algo más grande, más fuerte y más esperanzador. Porque la hispanidad no es un legado del pasado. Es un plan para el futuro. Y ha llegado la hora de activarlo.
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