Lo bueno, lo malo y lo feo del 9 y 10 de enero en Venezuela
Para los millones de venezolanos que rechazan a Maduro y el chavismo de forma contundente en las urnas el 28 de julio fue un día de duelo. Pero los acontecimientos de estas dos jornadas también dejan momentos y escenas que piden ser procesadas por sus potenciales implicaciones a futuro
La reaparición de María Corina Machado el 9 de enero en Caracas es uno de los eventos más extraordinarios en la historia política venezolana del siglo XXI. Pese al cerco policial que la ha obligado a esconderse para proteger el liderazgo del movimiento opositor, su presencia demostró que todavía se puede desafiar a un régimen que ha decidido aferrarse al poder por la fuerza. Para los miles de ciudadanos que se atrevieron a ir a las calles fue una jornada de ansiedad, confusión y esperanza.
Al día siguiente, Maduro se vio obligado a una juramentación exprés. Lo escoltaron sus socios dictadores de Cuba y Nicaragua y representantes secundarios de la internacional autoritaria que encabezan Rusia, China e Irán. Entre ataques e insultos contra sus adversarios y otros líderes, presentó un nebuloso plan de gobierno basado en siete transformaciones, algunas de ellas refritos de planes anteriores, pero que prepararán al gobierno para un aislamiento económico e internacional cada vez mayor. En cambio, brillaron por su ausencia tres rasgos que caracterizaron a la revolución bolivariana durante la época de Hugo Chávez: las multitudes eufóricas, la compañía de líderes mundiales y la presencia, siempre tensa pero nutrida, de una oposición política plural.
Por la tarde, ya era evidente que la promesa del presidente electo Edmundo González Urrutia de regresar al territorio venezolano para tomar posesión como presidente constitucional no se cumpliría. Para los millones de venezolanos que rechazan a Maduro y el chavismo de forma contundente en las urnas el 28 de julio fue un día de duelo.
Pero los acontecimientos de estas dos jornadas también dejan momentos y escenas que piden ser procesadas por sus potenciales implicaciones a futuro.
Lo bueno
Los venezolanos respondieron a la convocatoria de María Corina Machado, desafiando el ecosistema de terror desplegado por el Gobierno. No fueron millones, pero si muchos miles y en muchos lugares del país y del mundo. En un estado policial que no le tiembla el pulso para reprimir y desaparecer a sus ciudadanos, la presencia de cada venezolano en una protesta es una evidencia de que las ansias de cambio y el movimiento ciudadano siguen vivas.
La concentración fue posible. María Corina Machado arengó al pueblo tras 133 días de cautiverio en una pausa en la clandestinidad forzada que la dictadura le impuso. Para quienes depositan en ella las esperanzas de una transición a la democracia es un ejemplo de su compromiso con la causa de la liberación del país. Para Machado es una señal de que su liderazgo ha resistido en buena forma la dura prueba de la clandestinidad.
El mensaje de Donald Trump reconociendo a González como presidente electo y respaldando la causa democrática en Venezuela fue el segundo hecho más importante del 9 de enero. Tras meses de silencio y especulación sobre posibles arreglos entre su Gobierno y Maduro en torno a sanciones, petróleo y deportaciones, por fin Trump tiene claro Machado y González representan la “VOLUNTAD del pueblo venezolano”. El mensaje del presidente electo estadounidense resonó con fuerza y tendrá para Venezuela efectos de corto y largo plazo que apenas se pueden anticipar.
Un hecho muy positivo es que en comparación con protestas anteriores, la represión fue baja. El Gobierno estaba consciente de que reprimir a mansalva acarrea costos altos dentro y fuera del país y no quería arruinarle a Maduro aún más su triste coronación. Durante los días previos a la renovación del mandato, optó por intimidar mediante la represión selectiva y preventiva sobre activistas y figuras políticas. Pero nada indica que no reprimirá de manera amplia y brutal si surgen nuevos focos de protesta masiva.
Lo malo
Más allá de las especulaciones sobre tensiones internas, la juramentación presidencial hace ver con nitidez que Maduro logró mantener el mando de las estructuras principales del Gobierno conjurando por ahora el peligro de una letal fractura interna. Pese a la movilización ciudadana, el miedo sigue siendo una de las formas más eficaces de control social.
Edmundo González no llegó al país como había prometido ni sus llamamientos al estamento militar dieron frutos. Si en un mediano plazo no logra cristalizar la promesa de regresar a juramentarse, su figura podría perder relevancia y, ahora sí, correría el riesgo de parecerse a otras experiencias opositoras fallidas.
El breve secuestro de María Corina Machado prueba la vulnerabilidad de su situación. Aunque la líder opositora logró mantenerse oculta en el país sin ser detenida u obligada a exiliarse, el Gobierno probó que puede jugar con ella al gato y el ratón alcanzándola si así lo quiere.
La coalición opositora no es una sola fuerza. Aparte de Machado y Tomás Guanipa, no se vieron otros dirigentes partidarios de la oposición acompañando las manifestaciones. Esto puede deberse a decisiones internas de la oposición, pero también puede ser la expresión de diferentes perspectivas sobre estrategias para hacer avanzar la lucha por el cambio. Sea una o la otra, hasta hoy ni líderes ni partidos han discutido a fondo públicamente cuales estrategias alternativas podrían ser más efectivas.
El silencio prolongado después del secuestro de Machado y las demoras al día siguiente en los mensajes de Machado y González, hizo evidentes debilidades en la mensajería opositora. Ante el asedio interno al que están sometidos los líderes y activistas de la sociedad civil, esos vacíos pueden generar un desgaste muy contraproducente en la moral ciudadana.
Lo feo
La deslucida juramentación de Nicolás Maduro, sin pueblo y con muy pocos amigos, fue el punto más bajo de las dos jornadas. Pero, como escribió José Natanson en la revista Nueva Sociedad, de momento el tirano se salió con la suya. Es feo, porque implica que los jirones de democracia que aún subsistían en Venezuela han desaparecido y que Maduro tiene de momento pleno control del gobierno.
En meses recientes, Diosdado Cabello ha emergido de forma inequívoca como el esbirro mayor del chavismo –un equivalente a Pedro Estrada, jefe de la policía y siniestro represor del dictador Marcos Pérez Jiménez–. Pero las recientes apariciones televisivas de Cabello revelan algo más: su fin ya no es solo político. Quiere intimidar a sus enemigos con un nivel de sadismo y perversión que los venezolanos no habían visto. Basta ver el clip de su programa Con el mazo dando donde aparece hurgando dentro de la supuesta cartera azul de María Corina Machado para ver la premeditación y alevosía con la que simula escudriñar en la intimidad de su víctima ante la risotada de un público tan enfermo como él. He visto muchas vilezas en 25 años de chavismo, pero esa me hizo imaginar la fruición psicópata de los torturadores de la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez o del centro de tortura clandestino de la dictadura argentina, en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Francamente perturbadora y escalofriante.
🚀¡De lo que se están perdiendo Erik Prince y Bukele!
— El Cuarto Rojo (@ElCuartoRoj0) January 11, 2025
En Caracas estamos disfrutando de un impresionante show de drones para celebrar la gran victoria de este #10Ene
¡Aquí celebramos en Revolución!
¡No volverán! 🇻🇪 #VenezuelaRevolucionaria #ShowDeDrones pic.twitter.com/ralmYKFZiU
Por aquello de que una imagen vale más que mil palabras, el show de drones en Caracas con que Maduro anunció su coronación la víspera es otra prueba de que la coalición gobernante celebra el robo electoral sin ningún escrúpulo. El rostro de Maduro ondeando en el cielo caraqueño, deja claro que la supervivencia del régimen está por encima de la voluntad de los millones de venezolanos que lo adversan.
Coda: espejismos versus esperanza
Uno de los mayores aciertos de la oposición en el último año y medio fue desarrollar una comunicación efectiva y con resultados. Lo prueban el triunfo del 28 de julio, la recolección de actas que lo sustentan y el desenmascaramiento definitivo de la tiranía madurista. Pero ese capital arduamente construido puede perderse. La oposición ha pasado por esa situación incontables veces y hasta ahora no ha sabido administrar la lección que deja. Cuando expectativas poco realistas se ven defraudadas o el voluntarismo no arroja resultados, el riesgo de una resaca política de proporciones épicas se incrementa. Como en 2005, 2014, 2017 y 2019, esto podría volver a pasar. Mucho más, cuando los acontecimientos están de por sí arropados alto cruce de noticias falsas y malintencionadas. Los episodios del 9 y 10 de enero son un claro recordatorio en ese sentido, como se hizo patente con el secuestro de Machado. Tras décadas de lucha democrática, los venezolanos ya saben de sobra lo jodido que es desalojar a una dictadura. Se les puede decir que no hay garantías para el regreso de González pero que todavía así la lucha seguirá. Los líderes deben dejar de prometer espejismos para ofrecer a la población un camino político basado en estrategias y un trabajo organizativo de base que pueda articularse en acciones para resistir a la tiranía de abajo hacia arriba. La oposición debe comenzar a repensar su propia visión del país más allá de la polarización y sumar a los antiguos chavistas a la tarea de restituir la democracia. Esa es una lucha común y de todos. Como recordaba el activista social Roberto Patiño en redes sociales, para el líder checoslovaco Vaclav Havel la esperanza y el optimismo no eran lo mismo. “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que ese algo tiene sentido independientemente de cómo resulte”.
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