Edmundo González, El Asad y el 10 de enero en Venezuela
Si alguien duda de que también en Venezuela los acontecimientos pueden precipitarse con un cambio de dirección repentino, solo tiene que pensar en Siria, un país lejano geográficamente, pero muy cercano en términos del ejercicio de un poder brutal
Si algo ponen de manifiesto los eventos mundiales de fines de 2024 es que, en política, el tiempo no es lineal. Puede moverse en zigzag: estancarse por largos periodos, retroceder de pronto para luego dar un inesperado salto hacia adelante.
Los venezolanos lo saben de sobra por experiencia propia. Hoy ven lo acontecido con el tirano sirio Bachar El Asad con la mirada fija en el 10 de enero, fecha en que Edmundo González Urrutia, quien derrotó de manera abrumadora a Nicolás Maduro en las elecciones del 28 de julio, debería juramentarse como nuevo presidente constitucional, si Maduro no se hubiese robado la elección.
Pero repasemos lo que ha pasado en Siria. Hasta hace dos semanas, El Asad parecía mantener el férreo y sanguinario control de su país con el apoyo de Irán y Rusia. De pronto, se hizo evidente que ese control era precario. En pocos días un grupo rebelde apoyado por Turquía lo puso en jaque y el domingo El Asad huyó de Damasco a un exilio incierto en Rusia.
No quiero sugerir que la caída de Asad vaya a causar la caída de Nicolás Maduro, pero ha sido una buena noticia para la oposición venezolana, como me lo han comentado varias personas allegadas a González Urrutia y la líder nacional María Corina Machado.
El caso de Asad les recuerda el del dictador Marcos Pérez Jiménez. En 1957 se pensaba que Pérez Jiménez se eternizaría en el poder. Su régimen comenzó a desmoronarse con las campanadas del nuevo año gracias a una conspiración cívico-militar tras un plebiscito fraudulento. En la madrugada del 23 de enero de 1958, Pérez Jiménez huyó en el avión La Vaca Sagrada, dejando tras de sí una maleta con millones de dólares, como lo contó Gabriel García Márquez en Cuando era feliz e indocumentado.
A raíz del fraude del 28 de julio, Maduro se atrincheró en el poder desplegando una campaña represiva sin precedentes para acabar con la protesta y asfixiar la esperanza de cambio.
Por esa razón, el chance de que González Urrutia se juramente el 10 de enero es mínimo en este momento. Sobre el presidente electo pesa una orden de captura por conspiración y sabotaje, entre otros cargos. María Corina Machado pasó a la clandestinidad y su equipo político sufre una feroz persecución, como lo demuestra el acoso contra la Embajada de Argentina (bajo la protección de Brasil), donde se encuentran refugiados sus asesores principales.
En vista de todo esto, los esfuerzos por aumentar la presión sobre la cúpula chavista para forzar su salida son un desafío enorme. Pero aumentar la presión es la movida correcta, el único camino para evitar la normalización de un estado forajido y el avance totalitario.
Y no debe perderse de vista el potencial que presenta un escenario internacional que ha cambiado súbitamente de muchas maneras. Desde la elección de Donald Trump, el manifiesto colapso eléctrico en Cuba y la prolongación de la guerra en Ucrania hasta los ataques de Israel contra el grupo terrorista Hezbolá, la caída de El Asad, un nuevo (des)orden se está asomando, debilitando alianzas que han sido críticas para Maduro.
Todas las personas cercanas a González Urrutia y Machado con las que conversé sobre cómo afectan estos desarrollos la posibilidad de cobrar el triunfo opositor optaron por mantener el anonimato para no poner en riesgo acciones y gestiones que se adelantan dentro y fuera de Venezuela.
Para una de ellas, el hecho axial es que a partir del 10 de enero el régimen madurista pasa a ser un gobierno de facto. Dentro de Venezuela, esto envía un mensaje a la base de las fuerzas armadas, cuyo respaldo al régimen es frágil, como lo demuestra el triunfo electoral de González Urrutia en los centros electorales donde votaron militares. “El objetivo es profundizar grietas en la coalición cívico militar que le permite a Maduro gobernar. La misión principal de los militares es la custodia de la patria. Hemos trabajado en los rangos bajos y medios para que retiren su apoyo a Maduro en apego a esa misión y no a un gobierno”, me confió.
Otra persona cercana a las conversaciones que se han efectuado en Estados Unidos con el Gobierno de Biden y los equipos de Trump, piensa que el nuevo cuadro político favorece una mayor presión. En especial, ve como auspiciosos los nombramientos de Marco Rubio y Christopher Landau, como secretario y subsecretario de Estado, y de Mike Waltz como asesor de seguridad del presidente. Los tres conocen el proceso político venezolano y son garantía de que la nueva administración no perderá a Venezuela y América Latina de vista, a pesar de la guerra en Ucrania y la volátil situación del Medio Oriente. “Ni que lo hubiésemos mandado a pedir habríamos encontrado un equipo como este. Rubio le dará énfasis a Venezuela, más allá de la migración”, dijo esta persona respondiendo a informaciones de prensa que han ventilado que Trump, persuadido por cabilderos del petróleo, daría prioridad a un arreglo que mantenga las licencias petroleras en Venezuela a cambio de que Maduro reciba a los venezolanos deportados desde Estados Unidos. Sin embargo, en su opinión, eso no implica acciones inmediatas: “Veo difícil que la nueva administración Trump tome decisiones antes de haber llegado. Biden ha apoyado el rescate de las formas democráticas, como lo hizo claro en su comunicado del Departamento de Estado agosto. Entretanto la oposición venezolana tiene sus propias tareas. Lo más importante para nosotros es coordinarnos internamente, tener claridad sobre qué tenemos que impulsar para presionar por la transición y cómo manejar la expectativa de movilización en Venezuela”.
Cuando esta persona habla sobre presionar, tiene en mente el ejemplo del presidente Bernardo Arévalo, quien llegó al poder en Guatemala tras meses de tenso pulso con los poderes fácticos –el llamado “pacto de corruptos”–, gracias a organizaciones indígenas y al apoyo decidido de Estados Unidos, mediante presión sancionatoria y diplomática. “González Urrutia sería un Arévalo reloaded”, resume añadiendo en su fórmula a los países latinoamericanos que se han ya pronunciado a favor del rescate democrático en Venezuela. “Hay un nuevo momento político a partir del 10 de enero. No intentar la presión necesaria ahora sería un grave error”.
Para una tercera persona, clave en el entorno de Machado, un elemento crucial de esa presión es la promesa de Edmundo González Urrutia de regresar a Venezuela a tomar juramento en la fecha constitucional. La pregunta es si podrá hacerlo con el gobierno de Maduro en su contra. La intención de González Urrutia es firme, pero está condicionada por varios factores, empezando por su seguridad personal, admite. “El 10 de enero no es solo una fecha sino también un acontecimiento que refleja la voluntad de los venezolanos de recuperar la democracia cobrando su triunfo electoral del 28 de julio. El cambio de poder puede ocurrir inmediatamente antes o inmediatamente después. Lo que no va a pasar es que ese cobro se aplace indefinidamente o lleguemos a 2026 sin una transición democrática”, dijo. Pero, por eso mismo, se buscará con más intensidad una negociación con Maduro para la transferencia de poder y se insistirá en fracturar el estamento militar. “Entre los militares hay tensiones a raíz de las elecciones y sobre el papel que está jugando Diosdado Cabello. Muchos no quieren acompañar el hundimiento del Titanic chavista”, remató. Sin embargo, nadie puede asegurar que los cuadros bajos y medios de las fuerzas armadas se expresarán rompiendo filas con el gobierno.
A cuatro semanas para el 10 de enero no hay certezas sobre nada, pero es notable el despliegue de actividades de González Urrutia y Machado para hacer valer el derecho de sus ciudadanos, sea a través de una negociación con Maduro o mediante un quiebre interno del régimen.
Si alguien duda de que también en Venezuela los acontecimientos pueden precipitarse con un cambio de dirección repentino, solo tiene que pensar en Siria, un país lejano geográficamente de Venezuela, pero muy cercano en términos del ejercicio de un poder brutal, apoyado por tiranías que desprecian la democracia y los derechos humanos. Y si los líderes opositores quieren persuadir a Trump de que apoyar la democracia en Venezuela es una apuesta que lo ayudaría a cumplir su promesa de retornar a millones de migrantes a sus países de origen, solo tendrían que mostrarle la imagen de las kilométricas caravanas de carros y gente abarrotando los caminos a Damasco, en medio de cantos de celebración. Esos cientos de miles de sirios –probablemente millones– que regresan a su país liberado tras décadas de opresión –ojalá que no solo momentáneamente–, son el espejo de millones de venezolanos que anhelan volver a Venezuela y reconstruir su democracia.
Sería un duro golpe para las expectativas de los venezolanos dentro y fuera del país que la transición no se concrete, pero más desmoralizante aún sería que sus líderes no hagan el mayor esfuerzo en la hora más oscura de la dictadura.
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