La madre que construye la memoria de las víctimas de feminicidio en Brasil
La profesora jubilada Regina Jardim publica una reseña en Internet por cada víctima de la violencia machista, lo más parecido a una base de datos en un país sin recuento oficial. Lleva unas 20.000 desde que en 2007 su hija mayor fue asesinada
Cada noche, cuando Brasil duerme, enciende la computadora en la mesa de la cocina. Espera, y espera y sigue esperando hasta que la pantalla se enciende. La computadora tiene sus años y pone a prueba la paciencia de cualquiera. Pero Regina Jardim, 64, madre, profesora jubilada, es una mujer con tesón embarcada en una misión desde hace hace 17 años y tres meses. Su rutina empieza siempre con una visita a Google. Escribe tres palabras y pulsa intro. Mulher morta pelo… (mujer muerta por el…) Intro… Y ahí están, las últimas noticias de feminicidios.
Con los retazos de información que encuentra, compone un pequeño perfil de cada brasileña asesinada por el mero hecho de ser mujer, a manos de un marido, un novio, un amante, una antigua pareja… Y lo publica en Internet. Perfil a perfil, pacientemente, ha construido desde hace 17 años una obra monumental, Quem Ama Liberta (Quien ama libera). La convicción de que “esas mujeres no puede ser olvidadas”, como explicaba una mañana reciente en la cocina de su casa, en Cruzeiro, la impulsa desde hace casi dos décadas en este proyecto que nació cuando su vida y la de su familia saltaron por los aires el fin de semana del Corpus Christi de 2007.
Asomarse al memorial en Instagram o en Facebook impresiona, deja a cualquiera sin aire. Yasmin Vitória, 17 años. Gessica Marchesin, 25 años. Elisandra de F. Dias Moreira, 42 años. Raimunda da Silva Leite, 36 años. Lacia Oliveira Guajajara, 53 años... Cada una enmarcada en color violeta, la mayoría sonrientes. La antigua profesora de Portugués deja constancia pública del nombre, la edad, la profesión, los datos que logra reunir sobre sus vidas, las circunstancias del crimen o el autor. Unas 20.000 reseñas lleva publicadas, según sus propios cálculos. Algunas incluyen varias víctimas: madre con hijos, hermanas…
Esta jubilada, que completa su pensión con la corrección de redacciones escolares y trabajos académicos, documenta cada caso con la pulcritud de un notario. Esta noche encenderá el ordenador en su coqueta cocina ―decorada con gusto y alegría en rojo y blanco— para publicar las cortas biografías. Cada una, con su foto y, si no la consigue, con una flor. Sin un recuento oficial de víctimas, es lo más parecido a una base de datos del reguero de sangre y vacío que deja en Brasil la violencia de género. Cada noche, a solas de nuevo con el pasado y el presente, con su paciencia y sus pensamientos.
Esta misión quijotesca nació el 9 de junio de 2007, cuando de madrugada sonó el teléfono en su casa de Cruzeiro, una ciudad pequeña a medio camino entre Río y São Paulo. Llamaba un amigo de la familia. La mayor de sus cinco hijos, Priscila Jardim, 29 años, acababa ser asesinada en el aparcamiento de una discoteca por Alexandre Bittencourt de Oliveira e Souza, 27 años, con el que ella acababa de romper tras tres meses de relación. Le vacío el cargador de una pistola.
“Priscila y yo teníamos una conexión astral; ella era aries; y yo libra. Un bebé buenísimo, que nunca dio trabajo. Y luego fue mi compañera, mi amiga, y a veces mi madre, ¿sabe? Porque me separé cuando ella tenía 11 años”, cuenta Regina. Cuando Souza la mató, Priscila estaba emancipada, trabajaba de recepcionista en una empresa y se preparaba para entrar en la universidad. Iba a estudiar comercio exterior.
La tragedia devastó a la matriarca y al resto de la familia. Durante días, Regina estuvo noqueada, incapaz de levantarse de la cama. Cuando reunió fuerzas, se buscó una abogada —”quería que fuera una mujer”— y después entró en Internet. Necesitaba saber más sobre lo ocurrido a su hija. ¿Aquello era común? ¿Cuántas mujeres morían a manos de sus parejas en Brasil? “Me quedé perpleja. Vi tantos casos”. De golpe entendió que su preciada Priscila era solo una entre muchísimas mujeres. “Y me dije: ‘Yo, que tengo, que tuve cuatro hijas, que tengo sobrinas, una hermana, que trabajo con adolescentes en una escuela técnica desde hace 15 años… ¿No conozco este grave problema de mi país? Esto hay que contarlo, esto se tiene que saber”. En ello está en cuerpo y alma hasta hoy.
Aspira a que cada víctima sea recordada más allá de sus íntimos. Pero, como buena profesora, también hay un fin pedagógico: lograr que sus compatriotas entiendan la dimensión de la violencia machista, cómo la dominación patriarcal mata y carcome la sociedad. Quiere educarlos sobre las dinámicas del feminicidio, que desde que fue tipificado, en 2015, hasta el año pasado mató por lo menos a 10.655 brasileñas, según el Forum Brasileiro de Segurança Pública, una ONG que radiografía la violencia y donde nunca han oído hablar del ímprobo esfuerzo de esta mujer. En 2023 cada día cuatro brasileñas fueron asesinadas por feminicidas.
Regina rememora las vicisitudes mientras comparte con la visita un café delicioso que le trae su yerno. En estos años, ha descubierto patrones. “La mayoría de las víctimas trabaja [fuera de casa], porque cuando la mujer trabaja tiene el coraje de decir basta. Esos hombres conocen sus rutinas, las matan cuando llevan a los hijos a la escuela o cuando ellas van o vuelven del trabajo. Lo más habitual es eso, o dentro de casa. Y cuando tienen medidas de protección, usan a los hijos. Él llora, dice que los añora y ella abre la puerta. Cree que ese hombre al que amó, con el que se casó, con el que tuvo una relación, puede pegarle, pero no se cree que la puede matar”. Una convicción que los hechos desmienten a diario en todo el planeta.
“Mis antiguos alumnos dicen que en el aula yo ya tenía una actitud muy feminista”, aunque no militara en nada, cuenta. Desde luego, ha roto moldes. Criada para ser buena esposa y madre, aprendió pronto a coser, a cocinar y contrajo matrimonio cuando aún era adolescente, con 16 añitos. Nada muy extraordinario entre las brasileñas de su generación. Construyó una familia y, fuera de casa, una carrera profesional. Tras 11 años de matrimonio, con cuatro hijas y un hijo, se divorció de un esposo al que considera un buen padre, pero que poco más aportaba al hogar.
Durante el día, Regina es una abuela jubilada que vive con dos perritos, acaba de terminar la carrera de derecho y cuida de uno de sus cuatro nietos. De noche, bucea en Internet como un detective. La prensa local, los medios dirigidos a un público más popular, son su mejor fuente. Poca atención presta la prensa seria de São Paulo al goteo de crímenes, ya de por sí subnotificados.
Regina cita siempre la fuente y pone enorme empeño en conseguir foto de cada víctima. “Busco por aquí y por allá. Ahora es un poquito más difícil porque antes todo el mundo estaba en Facebook”, dice. Algunas madres le escriben para que elimine las fotos de sus hijas, otras, para enviarle un retrato con el que sustituir la flor.
Recopila las informaciones a diario en cuidados posts que comparte con los 16.000 seguidores de Quem Ama liberta en Instagram y los 24.000 de Facebook. Una audiencia modesta para un esfuerzo de 17 años en uno de los países más enganchados a Internet del planeta. Cada brasileño navega como nueve horas diarias.
Al principio estuvo sola. “Durante cinco años prácticamente no tuve visualizaciones”, dice sobre los inicios en Orkut, una red social que reinó en Brasil. Pese a la falta de interés, no se rindió. Conviene no subestimar nunca el dolor de una madre. De los cinco hijos, le quedan tres vivos. La pequeña, Lailah, se suicidó un año y ocho meses después de que su hermana fuera asesinada.
El juicio por el asesinato de Priscila, que fue retransmitido por la radio, se celebró en Cruzeiro (80.000 habitantes). Su madre batalló para que el abogado del acusado fuera apartado del caso por conflicto de interés, era el marido de la comisaría que llevaba la investigación. Regina, que conocía al asesino porque había sido alumno suyo, lo describe como un niño de papá arrogante que conducía sin carné y al que con 18 años le regalaron un arma. Fue condenado a 13 años de cárcel, pena ampliada tras un recurso a 18 años. Ya libre, casado y con hijos, el feminicida lleva una vida de ermitaño en una ciudad vecina. Sus padres se arruinaron y la discoteca nunca volvió a ser un buen negocio.
Regina es una mujer exhausta de habla suave que va al grano. Adora la literatura y coser. Sigue tan profundamente traumatizada que, explica, continúa en tratamiento psiquiátrico. “A menudo he tenido que oír que tengo que olvidar, que tengo que seguir adelante. ¡No puedo!”. Sufre porque incluso a su familia no le gusta que siga con el memorial. “Hace como cinco o seis años que mis hijos ya no sacan el tema, es como si no existiera”.
Preservar Quem Ama Liberta ha requerido varias mudanzas en Internet. Poco antes de que Orkut cerrara, en 2014, llevó el memorial a Facebook. Y, desde 2020, publica los perfiles paralelamente en Instagram. Como al principio Regina se topaba con fotos muy explícitas en los blogs de Orkut, decidió que ella las mostraría vivas y dignas.
Poco a poco, un pequeño grupo de mujeres empezó a seguirla. El interés se fue traduciendo en likes. Y fue creando una comunidad desde la cocina de su casa, iluminada por una luz suave que se cuela por el ventanal desde el pequeño patio. Gracias a esa red, puede ofrecer a quien lo necesita los servicios gratuitos de una psicóloga y una abogada.
Brisa Batista, una combativa feminista de 42 años curtida en la batalla contra el racismo y la misoginia, tiene un lugar especial en esa pequeña comunidad de apoyo. Cuando descubrió Quem Ama Liberta en Facebook, esta socióloga de São Paulo quedó fascinada con aquellas reseñas a las que Regina ya había dedicado más de una década. “La contacté para decirle que aquello era importante, que estaba prestando un servicio público. Quise fortalecer su tarea porque entendí que estaba extremadamente sola”. La activista lamenta que la sociedad brasileña, e incluso el movimiento feminista, “reciba estos asesinatos como hechos de la naturaleza”.
Así fue en España hasta finales del XX. Solo con el bárbaro asesinato de Ana Orantes, en 1997, cobraron verdadera relevancia pública y política. En 2001, EL PAÍS creó, por iniciativa de las secciones de Sociedad y Documentación, su propio recuento de víctimas de la violencia de género dado que la redacción pedía cada vez más a menudo el dato y que la estadística oficial era lenta y muy deficiente: dejaba fuera a las víctimas de los exmaridos y exnovios. Con el tiempo, el Gobierno pidió la base de datos al periódico y, a partir de ella, creó el registro oficial español que arranca en 2003 y contiene 1.278 mujeres. Documentación sigue actualizando el recuento interno.
En la cocina de Cruzeiro, la informática ha sido otro reto. Brisa sugirió a Regina, y esta aceptó, que para ampliar la repercusión del memorial lo publicará también en Instagram. También lograron comprar un nuevo portátil con donativos. Solo falta migrar los contenidos. Agilizará mucho la tarea de subir a Internet cada reseña.
Conscientes del enorme valor de esa base de datos, las dos amigas están embarcadas, junto a un voluntario especialista en tecnología de la información, en trasladar los miles de perfiles a una página web donde queden bien guardados y a salvo de los humores de las grandes tecnológicas. Siempre andan escasas de tiempo, pero lo que haga falta para evitar que la memoria de Priscila, Yasmin, Gessica, Elisandra, Raimunda, Lacia..., de esas miles asesinadas, desaparezca sin remedio, porque son el testimonio descarnado de un fenómeno secular que el progreso no logra enterrar.
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