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Gustavo Gorriti, periodista perseguido por la Fiscalía peruana: “La desinformación funciona”

El reportero de investigación enfrenta un proceso penal por haber revelado casos de corrupción en los que está implicada la élite política y empresarial de su país

El periodista peruano, Gustavo Gorriti, en 2014.
El periodista peruano, Gustavo Gorriti, en 2014.Knight Center
Juan Diego Quesada

Gustavo Gorriti (Lima, 1948) fue cinco veces campeón nacional de judo de Perú. Cuando se cansó de las lesiones se pasó al Krav magá, el sistema de defensa personal de las fuerzas armadas israelíes. Los periodistas de IDL-Reporteros, el periódico de investigación que dirige, lo practican tres veces en semana, no como una sugerencia, sino como una obligación laboral. El político al que le descubren un escándalo puede estar al día siguiente esperándolos en la puerta de la redacción con un bate de béisbol en la mano.

Gorriti, a lo largo de estos años, se ha dado cuenta de que pocas cosas se complementan tan bien como las artes marciales y el periodismo. Esa disciplina aprendida le sirve de ayuda en este momento grave de su vida: en agosto del año pasado le diagnosticaron un linfoma del manto, un cáncer muy agresivo, en un estado avanzado. Se sometió a quimioterapia y ahora se medica. A estas alturas debería pasar las mañanas practicando yoga nidra, una técnica de relajación a través de cuencos tibetanos que producen un sonido musical, pero Gorriti ha pedido el alta voluntaria y dedica el día a defenderse de la persecución de la Fiscalía peruana, que le ha ordenado que entregue los teléfonos que usó cuando investigaba el caso Odebrecht y descubrió la implicación de políticos y empresarios de su país.

“Combino el tratamiento con el enfrentamiento. Si algo no puedo hacer en una circunstancia como esta es no plantear una resistencia”, cuenta en una videollamada que atiende desde su despacho en Lima, delante de una biblioteca que ha atesorado durante toda una vida. Llegó tarde al periodismo, no pisó la redacción de una revista hasta los 30 años, en la década de los ochenta. Pero desde ese momento se inició en los secretos de un oficio que lo convertiría, con los años, en un reportero legendario.

El intento de la Fiscalía peruana de revelar las fuentes de información de Gorriti ha despertado una ola de solidaridad internacional del gremio periodístico y de organizaciones en defensa de la libertad de expresión. IDL-Reporteros comenzó a investigar en 2011 el caso Lava Jato, considerado el mayor escándalo de corrupción de la historia de Brasil -y probablemente de toda América Latina-. De ahí derivó el caso Odebrecht, que seguía el rastro que dejó una constructora que compró de forma masiva a políticos, empresarios y funcionarios de todo el continente. En Perú, el asunto fue especialmente grave. La empresa financió a nada más y nada menos que a cuatro presidentes peruanos y, aparentemente, a la principal líder de la oposición, Keiko Fujimori. Todos ellos han sido procesados y han pasado tiempo en prisión o en libertad vigilada.

Para investigar la raíz de este asunto, se creó en su día un equipo especial para Lava Jato, con dos fiscales, Rafael Vela y José Domingo Pérez, que ahora también están siendo investigados, al igual que Gorriti. La fiscalía acusa a los tres de cohecho, tanto activo como pasivo. “Supuestamente, ellos me daban información y yo les daba apoyo mediático”, explica el periodista. Ese señalamiento se basa en la declaración de Jaime Villanueva Barreto, antiguo hombre de confianza de la exfiscal de la Nación Patricia Benavides, que llega a decir que Gorriti, con sus exclusivas, indujo al suicidio al expresidente Alan García, que se pegó un tiro cuando los policías entraban en su casa para detenerlo por corrupción, en 2019.

García intentó demostrar públicamente que él no había sido sobornado por Odebrecht, pero Gorriti consiguió las pruebas. Ambos se enzarzaron en una pelea pública con un intercambio agrio y áspero de calificativos. “Por eso me acusan de jalar el gatillo”, dice. “Hubo mucha violencia y una gran pasión en todo esto. Y debo decirte que a mí me chocó profundamente esa muerte. Elegir la muerte en esas circunstancias me pareció increíblemente exagerado, no correspondía con los hechos”. Desde ese momento aumentó exponencialmente una campaña de difamación contra Gorriti que tiene eco en redes sociales, televisiones privadas y ahora alcanza a la rama judicial.

El periodista tenía hasta el 5 de abril para entregar a las autoridades los teléfonos que usó entre 2016 y 2021. No lo ha hecho. Eso sí, ha dado los números que utilizó en ese tiempo porque esa información es pública, en cualquier caso. El siguiente paso de la fiscalía, que no ha hecho ninguna pesquisa más allá de darle veracidad al testimonio de Villanueva Barreto, podría ser ordenar allanar la casa de Gorriti y tratar de sustraerle esa información a la fuerza, aunque sea secreta y esté amparada por la Constitución. “He puesto la frontera en que no habrá ningún levantamiento del secreto de las comunicaciones, en absoluto será obedecido. Voy a hacer un esfuerzo por mantener al máximo la integridad de esta información. Y con esta resistencia lo que hacemos es cumplir la ley”, sostiene.

Todo esto le ha ocurrido en un momento de su vida en el que entró en Cancerland, un territorio al que no se necesita visa para poder entrar, pero del que es muy difícil salir, como dice Paul Auster, otro paciente oncológico. Será un camino duro, pero no piensa doblegarse, y eso que se enfrenta a un enemigo muy poderoso: “La desinformación funciona. Los atentados contra periodistas de investigación han venido precedidos de campañas de desinformación, como en el caso de Dafne Caruana. Hay que saber cómo funcionan esos mecanismos, hay que entenderlos y hay que enfrentarlos. Porque investigar toma tiempo y es caro, pero mentir no requiere ningún esfuerzo”.

Gorriti es autor del libro de referencia sobre Sendero Luminoso, que tiene dos tomos. Digamos que la suya es una vida de emociones fuertes, no solo la de alguien detrás de un escritorio: en 1992 fue secuestrado después del autogolpe de Estado de Alberto Fujimori. Acumula un sinfín de premios, el último el Gabo por una investigación que hizo su redacción por las muertes de manifestantes a manos de la policía en Ayacucho durante las protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte, la sucesora de Pedro Castillo. Boluarte, a pesar de tener un índice de popularidad que no llega al 10%, se ha atornillado al poder con el consentimiento del fujimorismo, un movimiento político que en teoría era la oposición. Las investigaciones de Gorriti también alcanzan a los Fujimori, por lo que ahora mismo no existe ningún contrapeso que pueda garantizarle un proceso justo.

Contempla con incredulidad un mundo en el que los corruptos emprenden una campaña en contra de los investigadores y se tornan los roles. “No me quiebro”, añade Gorriti, “a pesar de que este año comenzara de nuevo una campaña de desinformación y guerra psicológica en mi contra”. En ella participa gente de otros países, como el parlamentario europeo Hermann Tertsch, que a menudo difunde bulos contra el periodista en sus redes sociales. “Hay un intercambio de técnicas de corruptos de ultraderecha en América Latina, se hizo lo mismo en Guatemala. Hay un fantástico travestismo de posiciones: se convierte a los investigadores en investigados para poder perseguirlos criminalmente; y se transforma a los criminales en víctimas”, lamenta. Si la policía allanara en este momento su casa, se encontraría a un señor sereno y de barba cana sentado delante de su ordenador. En la cabeza, un gorro negro que oculta los estragos de la quimioterapia y piensa: “tienes que tomar con calma todo esto”.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.
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