El sentido social de Marcela Granados ha convertido el hospital que dirige en el mejor de Colombia
Es la directora general de la Fundación Valle de Lili. Con una visión humanística e innovadora, esta payanesa ha implementado el uso de la tecnología y las redes para llegar a poblaciones vulnerables

Cuidar, acompañar y resolver, esos son los verbos que desde niña aprendió a conjugar la doctora Marcela Granados Sánchez, directora general de la Fundación Valle de Lili, de Cali, el mejor centro hospitalario del país en 2025, según la reciente medición de la revista estadounidense Newsweek en colaboración con la firma global de datos Statista.
El análisis, en el que el hospital colombiano logró 92,97 puntos (sobre 100), mide a 2.445 instituciones de 30 países. En cuanto a la posición mundial, Valle de Lili se situó en el lugar 149. En otra importante medición, a cargo de la consultora Intellat, se posicionó como el quinto de Latinoamérica.
Nacida en Popayán, Granados creció y estudió en Medellín por los compromisos laborales de sus padres, él médico y ella odontóloga. En su casa siempre se respiró estudio, rigor y servicio. De pequeña acompañaba a su padre en sus visitas a las casas de los pacientes. Esa experiencia influyó directamente en la decisión de estudiar medicina, al igual que ocurrió con su hermana y, años después, con su hija.
Los juegos infantiles giraban alrededor de esos mundos, siempre orientándose al servicio que ofrecían los suyos y del que era testigo. Esa sensibilidad se potenciaba con su otra pasión: la música. Desde muy niña, Granados tocaba piano: “Mi papá decía que el mundo demandaba más músicos porque necesitaba más humanismo. Pero decidí presentarme a Medicina con la convicción de que ese era mi camino para aportar a la sociedad”.
Es cirujana egresada de la Pontificia Bolivariana, de Medellín, especializada en medicina interna, medicina crítica y cuidados intensivos. Además, tiene maestría en Administración de Empresas con doble titulación de la Universidad Icesi y la de Tulane, en Nueva Orleans. Su esposo es administrador, su hija es especialista en emergencias y su hijo, músico y compositor. “Ellos y mis nietos son un motor importante en mi vida. Creo que el tiempo es lo único que no se recupera, y por eso cuido mucho los espacios de calidad con ellos”.
A Cali llegó en noviembre de 1992 como intensivista, cuando los doctores Martín Wartenberg y Vicente Borrero, fundadores de la Valle de Lili (1982), en aquel tiempo en el barrio Centenario, reclutaron a los mejores especialistas de diversas regiones del país. A ella la encontraron en la Fundación Santa Fe, de Bogotá, donde trabajaba en cuidados intensivos: “Ellos marcaron mi trayectoria profesional. Aprendí una forma de liderar un hospital que transformó mi práctica a través del humanismo, el rigor clínico y la visión estratégica de la salud al servicio de la comunidad”.
A los dos años de su llegada, Granados asumió el liderazgo de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Está convencida de que un buen hospital es aquel que pone a la persona en el centro. Como le decía el doctor Borrero: “Aquí no tratamos enfermedades, tratamos seres humanos enfermos’. Cuando se comprende esto, la excelencia, la calidad y la innovación vienen como consecuencia de un trabajo riguroso y compasivo. Ese ha sido el camino que hemos elegido recorrer durante todos estos años”.
Siempre le atrajo el cuidado de los adultos y de los pacientes graves. Por eso, antes de terminar su primera especialización, ya estaba manejando un servicio de urgencias en una gran clínica en Medellín, en plena época del terrorismo. “La intensidad y responsabilidad de ese momento histórico me mostraron que la atención crítica era mi vocación –cuenta–. Esa etapa me confirmó que el cuidado de los pacientes en estado grave exigía una combinación de conocimiento técnico, serenidad y claridad en la toma de decisiones”.
En esos años fue testigo de las primeras muertes, una oportunidad para poner a prueba la serenidad y empatía que todo profesional de la salud debe tener: “Mi padre me enseñó que la muerte es parte de la vida, y que acompañar el final es un acto médico tan importante como salvar. Entenderlo me permitió encontrar un equilibrio entre la serenidad profesional con la compasión humana. No se trata de endurecerse, sino de ser útil, claro y cercano en los momentos más difíciles”.
Medellín y Cali eran los focos principales de la escalada violenta derivada de los enfrentamientos entre los carteles del narcotráfico, prueba de fuego para todos los profesionales de la salud: “A lo largo de distintos momentos de nuestra historia, y aún hoy, la violencia y el conflicto han marcado de forma importante la demanda de servicios especializados en la salud. En ese sentido, nuestra premisa siempre ha sido atender a todos, sin distinción alguna. Un hospital debe enfocarse en salvar vidas y acompañar personas, sin etiquetas”.
Empatía, como repite, es una de las características que, según ella, debe tener todo profesional de la salud: “Un paciente es una persona en su máxima vulnerabilidad física y emocional. Es alguien que confía en nosotros para recuperar su salud y su tranquilidad. Por eso nuestra responsabilidad no es solo técnica. Con las familias, lo primero es la relación humana. Debemos hablar con transparencia y adaptar la información a cada persona. La verdad debe comunicarse con claridad, pero también con sensibilidad”.
Cuando ascendió a la jefatura de la UCI, tenían solo ocho camas, pero la necesidad del suroccidente del país los llevó a crecer rápidamente hasta llegar a 200. “Fue un desafío clínico, administrativo y humano, y un compromiso con la región”, añade. “Hoy afrontamos desafíos relacionados con la tecnología y la innovación aplicadas al sector salud”. Esos comienzos en Cali le mostraron que tenía habilidades naturales para la gestión. El doctor Borrero, director general en ese momento, la animó a cursar la maestría en administración, potenciando su liderazgo.
La Valle del Lili, que además de su sede principal tiene otras a lo largo de Cali (en la Avenida Estación y los barrios El Limonar y Tequendama), y una adicional en el municipio de Jamundí, es una fundación sin ánimo de lucro, con más de 8.000 colaboradores, entre los que se cuentan unos 800 médicos y especialistas. “La comunidad es nuestra dueña”, dice Granados, lo que implica que todos los recursos se reinvierten en mejorar la atención, la tecnología, el talento humano y los programas sociales. “La sostenibilidad financiera, social y ambiental es indispensable para cumplir este propósito”, explica. “El respaldo del sector empresarial nos ha permitido crecer desde nuestro propósito”.
El modelo, que la ha convertido en ejemplo y referente en América Latina, se sustenta en cuatro pilares: “La excelencia asistencial, la educación, la investigación y un profundo compromiso social. Una gobernanza sólida, un talento humano excepcional y una visión de largo plazo”, dice.
En 1998 se creó el programa formal de entrenamiento en cuidados intensivos, en alianza con la Universidad del Valle, que ella dirigió hasta hace siete años. Desde 2017 es uno de los 13 hospitales universitarios que existen en Colombia, según la certificación emitida por los ministerios de Educación y Salud, y allí terminan su formación los estudiantes de Medicina de la Universidad Icesi. Reciben cada año a 800 estudiantes de pregrado y 200 médicos becados por la fundación, que adelantan especialidades médico-quirúrgicas.
Más de 10.000 profesionales se han formado gracias al programa que llaman ‘Alianza profunda por la vida’, especialistas que sirven en distintas regiones del país y del mundo: “Varios de los estudios publicados por la unidad están entre los 10 del Top de más leídos y consultados en el campo del cuidado intensivo en el ámbito mundial. De acuerdo con el Ranking Scimago, somos número uno del país por cantidad y calidad de publicaciones científicas”, revela.
De 1996 al año pasado, en la Fundación se habían realizado 268 trasplantes de corazón, un total de 2.551 de riñón, de médula se contabilizaban 1.437, de hígado iban 1.173 y de pulmón la cifra era de 44.
En la actualidad, cuando la salud está más que antes en el ojo del debate, Granados aboga por eliminar la polarización y las tensiones entre los actores del sistema. “Colombia necesita un modelo que garantice equidad, acceso, sostenibilidad y eficiencia. Los recursos son limitados y el sistema debe adaptarse a los cambios demográficos. La discusión debe centrarse en los pacientes, no en las posturas políticas”, argumenta.
Otro reto es asegurar la sostenibilidad de la Fundación y ampliar su impacto, para que la tecnología, el conocimiento y la excelencia trasciendan: “Programas como ‘Hospital padrino’ permiten que brindemos acompañamiento a más de 404 hospitales en 24 departamentos del territorio nacional. Eso muestra que es posible transformar comunidades enteras, con educación y telemedicina. Este programa ha mostrado logros como la reducción de la mortalidad materna y neonatal, así como la implementación de la teletrombólisis asistida, para el tratamiento de la enfermedad cardiovascular. Ese es nuestro foco: estar donde más nos necesitan”.
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