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Amparo Ángel, la pianista y compositora payanesa que es patrimonio cultural vivo de Colombia

Consciente del papel de la música en el desarrollo del humanismo, esta pianista y compositora ejerció de docente en varias universidades y buscó abrir espacios de enseñanza musical para niños

En noviembre pasado, pocos días después de haber sido condecorada con la Orden de la Democracia Simón Bolívar por su aporte a la cultura del país, Amparo Ángel (Popayán, 83 años) se preparaba para viajar a México a asistir al estreno de su más reciente composición, Concierto para violonchelo y orquesta Op.44, en el Festival de Música de Morelia. Meses atrás, el Ministerio de las Artes, las Culturas y los Saberes de Colombia le había otorgado el reconocimiento Trayectorias 2025. “La muerte sería la única razón por la que me retiraría”, dice.

Se dedica a la música desde sus 5 años y a los 83 sigue tocando, componiendo, enseñando y buscando cumplir el sueño de que se apruebe una ley que haga obligatoria la enseñanza de música clásica y académica en los colegios del país. “Es importantísima. Aporta a la formación de la personalidad, del carácter, del humanismo. Además, desarrolla el cerebro, pues hace que el lóbulo derecho y el izquierdo se conecten simultáneamente”, explica.

Ella lo sabe bien. De niña inició sus estudios musicales en el Conservatorio de Música de la Universidad del Cauca, en Popayán. Desde entonces, casi todos los días piensa en música, aunque también le interesan la literatura, la historia, la filosofía y la arqueología. “Lo que yo tengo en la cabeza es un recorrido por la música”, dijo en 2022 durante un evento en el que el Banco de la República celebró su vida y obra. Ese amor le vino de sus padres que, si bien se dedicaban al comercio, eran cantantes empíricos y, en sus ratos libres entonaban boleros. Cuando tenía 9 años, su mamá, para incitarla a tocar música popular, algo prohibido en el conservatorio, le regaló un acordeón. Así, de a poco, le fueron heredando esa pasión. Pocos años más tarde, su familia decidió mudarse a Bogotá, donde Ángel siguió su formación en el Conservatorio de la Universidad Nacional, bajo la tutela de los célebres pianistas Luisa Manighetti y Eduardo de Heredia.

Hace 52 años comenzó su carrera como pianista, una que la llevó a dar recitales en Colombia y en el exterior y a compartir escenario con orquestas como la Sinfónica de Colombia, la Filarmónica de Bogotá, la Sinfónica de Guatemala y la Sinfónica de Sao Paulo. En esa época, como en la del conservatorio, pasaba alrededor de ocho horas al día tocando piano. “No se puede bajar la guardia. Hay que preparar las obras durante meses y dominarlas perfectamente”, explica. Ese profundo conocimiento de las piezas de compositores como Bach, Beethoven, Mozart y Chopin le serviría años más tarde en su faceta de compositora (para su Oda a la música, por ejemplo, recurrió al cuarto movimiento de la Sexta Sinfonía de Beethoven para aprender a describir una tormenta).

Su encuentro con quien durante 20 años sería su cómplice y esposo, el también compositor Luis Antonio Escobar, fue un detonante creativo en su vida. Juntos impulsaron proyectos culturales de diferente índole. En un inicio, se dedicaron a viajar y rastrear la historia musical de Latinoamérica, dando a luz investigaciones clave sobre la música precolombina y la de la colonia en países como México, Guatemala, Ecuador, Perú y Brasil.

Para ella, el amor por la música ha venido acompañado de un interés por compartirla con otros. En 1976, se inspiró en el espacio cultural El Muro Blanco, una especie de universidad abierta creada por su esposo y el poeta Andrés Holguín, para instaurar El Murito Blanco y organizar talleres de iniciación musical para niños. Ese fue el preludio de su programa de televisión La Flauta Mágica, transmitido por Inravisión entre 1982 y 1986. Mediante herramientas didácticas y divertidas como el dibujo o los títeres, enseñaba a los más pequeños a acercarse al mundo del lenguaje musical. Esa apuesta se convirtió en un hito en términos de educación infantil en aquella época. Aunque el programa acabó, ella insistió en la enseñanza musical para los niños, así que escribió varios libros, entre ellos, Xochi y Pilli, historia de la música, y Cristóbal Colón, el caballero de las espuelas doradas.

En paralelo, Ángel ha sido maestra de composición, orquestación y análisis en el Departamento de Música de la Universidad Sergio Arboleda, tallerista en la Secretaría de Educación de Bogotá, y docente temporal en la Universidad Nacional. Además, ha publicado varios libros sobre la historia musical de Colombia, entre ellos, el Diccionario de compositores colombianos. Hoy, sigue siendo profesora. Recibe a sus estudiantes en la sala de su casa, donde tiene dos enormes pianos de cola y un pequeño acordeón. “Para mí es una dicha hablar, por ejemplo, de Beethoven, Schumann o Stravinski y contar su historia a mi manera”, dice.

Tras la muerte de su esposo, en 1993, Ángel inició su faceta como compositora. Tenía 51 años. Estudió composición y orquestación bajo la guía del célebre director y compositor colombiano Blas Emilio Atehortúa y se especializó en gramática musical, contrapunto, análisis, música de cámara y práctica coral. “Blas sabía que yo era música y ser músico es dominar un lenguaje. Él me ayudó a tener confianza en que lo podía hacer”, recuerda. Sus obras, de estilo neoclásico, han sido aplaudidas e interpretadas por la Filarmónica de Bogotá, la American Wind Symphony Orchestra de los Estados Unidos y la Orquesta Sinfónica de Mérida, Venezuela, entre otros, y la han convertido en una de las concertistas más relevantes de Colombia.

A pesar del impacto que ha tenido en la historia musical del país y de sus contribuciones a la enseñanza del lenguaje musical, Ángel confiesa que ha sido de sueños más sencillos. “No he buscado honores. Simplemente, he llevado una vida tranquila. Al tener música, soy feliz. Esa es la palabra: felicidad. Si uno no es feliz, entonces, ¿para qué vive?”, reflexiona. Hoy, además de dedicar su tiempo a enseñar y a componer, sigue con proyectos como el que inició hace poco menos de veinte años: conocer a fondo la cultura musical de países fuera de la región. Ya suma más de una decena de viajes y cientos de conciertos y diarios.

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