Amalfi Anacona, maestra del empoderamiento femenino en el Cauca
Esta indígena yanacona impulsó la creación de la Secretaría de la Mujer en su región y fundó la Mesa Interpartidaria de Mujeres Políticas. Ha sembrado semillas de organización social en mujeres indígenas de distintas poblaciones del departamento
Amalfi Anacona cambió los tacones y por un par de tenis cuando entendió que su destino y lo que la hacía feliz era caminar por los resguardos, veredas y municipios del Cauca para conversar con otras mujeres, escucharles sus problemas y necesidades, explorar sus talentos y alentarlas a agruparse.
Es hija de Raquel y nieta de Fabina, dos lideresas indígenas del pueblo yanacona criadas en el resguardo de Pancitará, de la vereda de Chaupiloma, en el municipio de La Vega, que la educaron en la búsqueda del respeto y el reclamo de una inclusión consciente.
Con 55 años, es la fundadora de la Mesa Interpartidaria de Mujeres Políticas del Cauca, instalada en 2017 y de la que es coordinadora regional desde hace siete años. Son 60 mujeres de distintos partidos y movimientos, diferentes procedencias, etnias y religiones, que impulsan el liderazgo femenino y combaten las violencias de género de las que también son víctimas en sus aspiraciones a cargos públicos. Una diputada, varias concejalas y dos alcaldesas, entre otras lideresas, forman parte de la organización.
Anacona estuvo entre las impulsoras de la creación de la Secretaría de la Mujer de su departamento, en 2012, la primera que salió del proceso social y entró como contratista a la entidad. Hacía un diplomado de liderazgo cuando comenzó a discutir con sus compañeras de la necesidad de una representación institucional que trabajara para solucionar las problemáticas de género, impulsara la autonomía económica de las mujeres víctimas de violencia y permitiera una real y respetuosa participación femenina en política: “Estar en la Secretaría me ha permitido ayudar a incidir en la construcción de procesos de formación para las mujeres”, dice Anacona.
Hoy, se encarga en la entidad de la línea de participación política y ciudadana en todo el departamento y apoya el fortalecimiento de organizaciones sociales. Con otras funcionarias está trabajando en un proyecto de escuelas de formación y consejos consultivos en los 42 municipios.
Nació y vivió hasta los cinco años en San Sebastián, en la vereda El Porvenir, en pleno Macizo Colombiano y a siete horas en bus de la capital, Popayán. Para buscar mayores oportunidades, la familia se mudó a la ciudad, donde ella terminó el bachillerato en el colegio mixto Alejandro Humboldt. Es la menor de cinco hermanos y otras dos mujeres. Su papá, Elías, fue ganadero y agricultor en una tierra donde se producen maíz, trigo, frijol, ullucos y mucha papa.
Desde niña, Anacona participaba en las actividades culturales de la escuela y se fue convirtiendo en líder e incluso en justiciera, porque defendía a sus compañeras cuando algún muchacho quería agredirlas: “En Popayán fui vigía del salón”, recuerda. “Visitaba familias para ver en qué condiciones vivían y hacerles seguimiento para buscarles ayudas. Luego ingresé a la Defensa Civil y fui condecorada como la mejor rescatista del Cauca. De esa forma me fui haciendo conocida por las mujeres de la región”.
Empoderarse y desligarse del maltrato
Mientras trabajaba como secretaria en el colegio del resguardo de Totoró, y gracias a esa empatía que le sale naturalmente, se convirtió en confidente de muchas madres, que le contaban de sus padecimientos, muchos de ellos relacionados con violencia de género. “Organicé un grupo de mujeres con las que se trabajaban tejidos y se compartían relatos. Nos sentábamos en círculos alrededor de una vela. Yo les hablaba de cómo dirimir conflictos, comenzando por los que se presentaban entre nosotras, porque, si no solucionábamos los nuestros, difícilmente podíamos crear las redes de apoyo de las que estábamos hablando”.
No había recursos. Empezó a preguntar por las habilidades y los conocimientos de cada una, para que unas les enseñaran a otras, replicando saberes, generando confianza, ofreciendo alternativas que les abrieran la mente: “Para poder armar equipos y enseñar, hay que desarmarse del egoísmo. Si no se hace, difícilmente se permitirá que otras sigan el proceso”.
Luego habló con el gobernador del cabildo y consiguió que les asignaran presupuesto para insumos. “Eso permitió que las mujeres se empoderaran poco a poco y se fueran desligando del maltrato”, relata. “Entre las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar muchas veces pesa más la dependencia económica que el afecto que se ha ido debilitando; por eso, muchas aguantan”.
De ese experimento nacieron varios grupos que siguen funcionado: uno de artesanas; dos de modistas que cosen los uniformes para el colegio del resguardo y otras instituciones; uno que produce alimentos lácteos, otro de comidas tradicionales, el de plantas aromáticas y el de flores que venden en Bogotá. “Me llaman profesora. Cuando voy de visita, me agradecen porque ya tienen liderazgo en el resguardo y, con sus emprendimientos, su vida ha mejorado”.
En su trasegar, Anacona sintió la necesidad de volver a estudiar. Se graduó en Administración Pública pasados los 30 años, y para complementar y saber cómo acercarse más a la gente, se hizo normalista. “Eso me ha permitido llegar con facilidad, con mi condición de indígena, ser social, amiguera y política”, dice.
Ya con herramientas, y sabiendo que por medio de la gestión política se pueden lograr cambios, convenció a un candidato para que adjudicara un lote en Pedregal, localidad del municipio de Inzá, que permitiera construir casas para mujeres cabezas de familia.
Hace tres años fue seleccionada como becaria del Instituto Holandés para la Democracia y viajó a Guatemala a un encuentro de mujeres en el que expuso el trabajo, las problemáticas, los desafíos y los logros de las organizaciones sociales del Cauca.
En estos tiempos de agitación preelectoral, está trabajando con la Defensoría del Pueblo y las demás mujeres de la Mesa Interpartidaria en alertas tempranas que prevengan los atentados, las amenazas y la destrucción de publicidad que en otros tiempos sufrieron las caucanas que participaban en política.
Anacona habla con la certeza de quien tiene un camino recorrido, pero sobre todo está consciente de que no quiere detenerse. En su refugio, en la vereda La Rejoya, a 40 minutos del centro de Popayán, vive con Efraín, su esposo, que se ocupa del negocio familiar de venta de gas en cilindros, y sus cuatro hijos: Jimenna (30 años), que está terminando Derecho en la Universidad del Cauca; Hover (27), que pronto será tecnólogo en Comunicaciones y Televisión del Sena; Jennifer (23), que espera culminar Psicología; y Emmily (13), que pasa a noveno grado.
Las cocinas son sus lugares favoritos en los resguardos. Allí, saboreando un café, Anacona se embelesa con la sabiduría de sus congéneres y no se cansa de repetir la importancia de trabajar en el respeto del hombre hacia la mujer, pero también, y no menos importante, de la obligación que tiene toda mujer de hacerse respetar. Además, insiste: “En el liderazgo hay que desarmarse de muchas cosas, dejar de competir entre nosotras para poder construir. Debemos ponernos de acuerdo y avanzar”.
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