De la Calle tiene razón
El riesgo es una nueva catapulta para los extremos y el centro desaparecido. A la primera vuelta deben llegar tres bloques. Si aparecen 10 candidatos, el resultado de 2022 podrá repetirse

Abogado reconocido y político caldense, Humberto de la Calle apareció en la escena como registrador nacional del Estado Civil en 1982 y desde entonces se convirtió en figura indispensable del quehacer de la Nación como candidato a la Presidencia, ministro de Gobierno, designado presidencial, vicepresidente de la República, ministro del Interior, embajador ante la Organización de Estados Americanos, embajador en España, embajador en el Reino Unido y jefe del equipo negociador en el proceso de paz en 2012.
En su juventud tuvo arrebatos de poeta y fue miembro del movimiento nadaísta que fundó Gonzalo Arango, y cuyos principios fueron el humor negro, el erotismo, la irreverencia social y un lenguaje directo. De la Calle se adorna de un buen sentido del humor que maneja con elegancia y elocuencia, heredadas de la tradición grecoquimbaya del siglo XX, pero con una ideología diferente a los representantes de la Escuela de Manizales que comandaban Gilberto Álzate Avendaño, Silvio Villegas y Fernando Londoño y Londoño, entre otros.
El expresidente Cesar Gaviria lo describe como hábil, inteligente, agudo, claro o ambiguo según se necesite, e inspira confianza en su contraparte. Por todo ello, se ganó el respeto —dice Gaviria— de los constituyentes. Nunca hubo quejas de su muy difícil papel, a pesar de la ironía con la que trató algún constituyente nuestro proyecto al comenzar las deliberaciones.
Entre las múltiples responsabilidades de su actuación pública hay dos que merecen el reconocimiento de la historia. Su papel de redactor del proyecto del Gobierno de convocatoria de la Asamblea Constitucional de 1991, lo mismo que su participación en las deliberaciones de la misma en su condición de ministro del Interior. La segunda, la de jefe de la comisión negociadora con las FARC, en la que manejó con paciencia y sabiduría el difícil trabajo de coordinar el desarrollo de las conversaciones con la guerrilla.
Elegido senador de la República, después de haber intentado mediante competencia interna de su Partido Liberal buscar la Presidencia, renunció en enero de 2025 para recuperar su libertad de acción. Ahora se dedica a escribir novelas y publicar una columna de opinión en el diario El Espectador. Su última columna, Gazapera, describe con precisión cinematográfica la situación de la política colombiana.
La película comienza con la disolución del primer gabinete del presidente Petro: una guerra sin cuartel que evoluciona a un nuevo fenómeno que es el de la implosión. Cada fracción tiene su carga de dinamita interna. En el Centro Democrático se revienta la encuesta interna. En el conservatismo se dan en la jeta Cepeda y Pipe. En la coalición de las regiones expulsan a Héctor Olimpo. En el centro vetan a Alejandro Gaviria. En el centro-derecha, Vicky y Abelardo acuden a las armas nucleares. En el Pacto Histórico, Caicedo se separa de Petro en Magdalena y Gloria Flórez pelea con Bolívar e Isabel Zuleta.
Volviendo al centro, De la Calle afirma que en esas toldas se ha abierto una verdadera locura mediante la cual los ciudadanos, aterrados por las agresividades de los radicalismos, votarán por el centro en cabeza suya. Esa idea no convence a De la Calle. Se necesitaría más bien un centro emberracado, firme. Conclusión: el riesgo es una nueva catapulta para los extremos y el centro desaparecido. A la primera vuelta deben llegar tres bloques. Si aparecen 10 candidatos, el resultado de 2022 podrá repetirse. Que nos coja confesados, ¡por Dios!
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