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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El regreso del miedo

La política del miedo, la democracia del miedo y economía del miedo, tan características de la Colombia de mediados del siglo XX y de la Latinoamérica dictatorial, vuelven cuando nadie las esperaba

Gustavo Petro durante una ceremonia militar en Cundinamarca, Colombia, en julio pasado.
Gustavo Petro durante una ceremonia militar en Cundinamarca, Colombia, en julio pasado.Sebastian Barros (Getty Images)

“Tú metes miedo”, le dijo un patriarca barranquillero al candidato Gustavo Petro, temprano en la campaña presidencial de 2022. El consejo que le dieron en esa tarde caliente en La Arenosa, para obtener el apoyo de empresarios importantes y ganar la Presidencia, fue: “Modera el tono de amenaza que hace que la gente te recele.”

Se oyó entonces al candidato del amor, tema dulzón y zalamero usado en la campaña de 2018, hablar del país de la belleza. Se recordaron sus promesas sobre el respeto a las instituciones, la economía de mercado y la Constitución de 1991, firmadas en piedra a Antanas Mockus. Eso le daba garantías a mucha gente, atemorizada de que Petro se volviera un “hombre fuerte”, al estilo de los Castro, Ortega y Chávez-Maduro. El temor era fundado, pues los tres países caribeños han reinstaurado la ancestral tradición dictatorial en América Latina. No es casualidad que los tres queden en el Caribe.

Para algunos analistas de geopolítica, el mar Caribe es para los Estados Unidos lo que el Mediterráneo fue para los romanos, el Mare Nostrum. Sobre todo desde la construcción del canal de Panamá, que unió por mar, aparte del Occidente y oriente mundial, a las costas este y oeste de los Estados Unidos. Por lo tanto, una forma crítica para debilitar a los americanos es minar su hegemonía en el Caribe.

Rusia y China han tenido mucho interés en consolidar regímenes amigos en este Caribe crucial. A través de décadas esa estrategia se ha materializado en los tres regímenes dictatoriales de Cuba, Nicaragua y Venezuela, que hoy aportan un interesante teatro de operaciones al renovado choque de las superpotencias.

Las novelas del dictador han retratado la forma como los regímenes autocráticos nacen, crecen, se reproducen y (algunos) mueren. El señor presidente de Miguel Ángel Asturias (1946), El recurso del método de Alejo Carpentier (1974), Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos (1974), El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez (1975) y La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa (2000).

La literatura trae los temas recurrentes de esos hombres que nacen a la vida pública llenos de ilusiones y luego se transforman en figuras monstruosas: 1) la soledad del poder; 2) la corrupción personal y de su séquito; 3) la paranoia del tirano; 4) la arbitrariedad y barbarie con que se trata a los enemigos, verdaderos o ficticios, grupo que crece como espuma; 5) el uso de los militares para cosas absurdas ―construir carreteras, manejar petroleras, facilitar negocios criminales―, y pagar con eso su lealtad, corromperlos y volverlos cómplices; 6) el populismo económico de salarios absurdos, precios ficticios de servicios públicos y proyectos faraónicos sin tener con qué; 7) el voluntarismo del patriarca, que prevalece sobre instituciones plurales como el banco central, las altas cortes, el Congreso y las comisiones de regulación; 8) el regreso al caciquismo local latinoamericano; y 9) la congelación del tiempo, frente a un mundo que se aleja cada vez más rápido. Cuba, Nicaragua y Venezuela llegaron al nivel 9 de ese videojuego. Aún puede haber un temible nivel 10) con una guerra caliente en el Mare Nostrum.

Después de leer esas novelas y sufrir su historia, nadie en América Latina quería vivir de nuevo las dictaduras opresivas del siglo pasado. Pocos imaginaron que volverían y serían legitimadas por los países grandes de la región, México y Brasil, y serían vistas con desdén por los Estados Unidos. No previmos que el siglo XXI reescribiría lo peor del siglo XX latinoamericano.

El paulatino descenso de Colombia en esa dirección, con la instauración del voluntarismo personalista en servicios clave de la población como la salud, la vivienda, la energía eléctrica, el gas domiciliario, los precios de peajes y seguros, el crédito educativo, los permisos ambientales, los proyectos faraónicos y fantasiosos de un tren bala por aquí y un canal interoceánico por allá, muestran que recorremos ese camino.

El 2025 empieza con un aumento desmesurado del salario mínimo, que el presidente anunció como represalia al hundimiento en el Congreso de la reforma tributaria. No importa el desaliento a la actividad privada y el hueco que crea en las finanzas del Gobierno. Seguirá con la anunciada toma de la junta directiva del Banco de la República, con directores que sí obedezcan, como dijo el ministro de Hacienda Diego Guevara, en contra de la independencia exigida por la Constitución. El Congreso aprobará la ley de transfuguismo, para que los partidos políticos dejen de importar. Luego se consolidará la toma de la Corte Constitucional. Más adelante puede llegar el repudio a la deuda pública, ya sugerida por el presidente.

Estas cábalas de año nuevo traen la sensación de miedo en los padres de familia y los empresarios. No pasará mucho tiempo para que ese miedo se torne en pánico ante la perspectiva de que el régimen se atornille, por interpuesta persona, en las elecciones de 2026.

Los mecanismos electorales personalistas de cambiar beneficios estatales por votos harán pronto su (re)aparición, nutridos con el nuevo funcionamiento de la salud, las pensiones, las transferencias directas a las familias, a los viejos y los jóvenes, y las asignaciones de territorio a sinnúmero de comunidades, al amparo de la llamada reforma agraria. Cómo rinden dos años y medio.

La política del miedo, la democracia del miedo y economía del miedo, tan características de la Colombia de mediados del siglo XX y de la Latinoamérica dictatorial, vuelven cuando nadie las esperaba.

Muchos patriarcas, intelectuales, políticos y empresarios han sido alcahuetas de esta realidad que nos puede aplastar. Miraron con desdén cómo le trasquilaban las barbas al vecino, creyeron que eso no nos pasaría, y no pusieron las propias a remojar.

Colombia es un país grande al sur del mar Caribe, con una cercanía clave al canal de Panamá. Para China y Rusia basta instaurar un régimen que incline la balanza en su dirección, y luego atornillarlo a través del miedo, de manera que permanezca así por décadas, hasta congelar el tiempo. Es el regreso del miedo.

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