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María Gómez, poeta: “Mi Dulcinea es feminista”

La escritora colombiana publica ‘Don Quijote a voces’, un homenaje al clásico de Cervantes, a la locura lúcida de su protagonista, y a las mujeres cuyas voces han sido silenciadas

María Gómez Lara, en Bogotá, el 30 de agosto de 2024.
María Gómez Lara, en Bogotá, el 30 de agosto de 2024.ANDRÉS GALEANO
Camila Osorio

“Yo quiero conversar con Dulcinea como una amiga”, cuenta María Gómez Lara (Bogotá, 34 años), una poeta colombiana que vive hace tres años en Madrid y hace nueve viene cocinando un libro que reescribe las voces de Dulcinea, de Sancho, o del mismo caballero andante de La Mancha. Retomándolas como voces bogotanas, renovándolas desde el siglo de oro, Gómez quería darle una mirada feminista a Dulcinea, un altar a la amistad de Sancho, un homenaje a la locura del mismo Quijote. “Es un homenaje para un libro que para mí fue muy importante”, dice sobre la obra de Miguel de Cervantes. Gómez, ganadora en 2015 del Premio Loewe Joven por Contratono (Visor), este mes ha publicado en Colombia su quinto libro, Don Quijote a voces, con la editorial Pre-Textos —un poemario que también está disponible en España desde marzo.

Pregunta. Cervantes publicó este libro en 1605. ¿Por qué regresar a Don Quijote?

Respuesta. Don Quijote es una obra enorme, es muchos libros, está lleno de historias y de personas que son poetas. Para mí, es sobre el amor a los libros, sobre lo que puede hacer la literatura en nuestras vidas. Para los que nos gusta mucho vivir en el mundo de la imaginación, es un refugio. Hay una gente que ve molinos, hay otra que ve gigantes, un libro de miradas paralelas. Y es un libro sobre una manera de ver el mundo, una perspectiva: la de la locura lúcida. Don Quijote es el loco más cuerdo de todos, un loco que se libera de las ataduras, un loco que es libre a través de las palabras. Para mirarlo en el mundo de hoy, cuando la sociedad nos determina unos roles, como el que nos han impuesto a las mujeres, alguien que se sale de ese lugar es la loca. Yo a esos locos los veo como lucidez, como libertad.

P. El libro empieza con la voz de la sobrina del Quijote, quien le tiene miedo a los libros. “Dios nos libre de la enfermedad incurable y pegadiza / ser poeta: / una dolencia irreversible”.

R. Ocurre como en el libro original, en el episodio ‘El escrutinio de la Biblioteca’, cuando la sobrina está quemando los libros, y ella y otros, en realidad, a lo que le tienen miedo es a la poesía. Le quieren quemar los libros a Don Quijote porque, dicen, perdió el juicio por leer demasiado. Era un hidalgo tranquilo, ahí leyendo sus libros de caballería, y de repente se hartó, se cansó de las responsabilidades de la vida real, y dijo: quiero ser un caballeo andante y voy a salir a los campos a buscar unos gigantes para vencer. A mí lo que me gusta de esta parte, que fue lo que trabajé en el poema de la sobrina, es la fuerza tan grande de la poesía para que alguien crea que, quemándola, evita que alguien más se enloquezca. Es al revés: la poesía es lo que nos mantiene cuerdos. La poesía es lo que nos mantiene humanos.

P. Su libro, Don Quijote a voces, realmente es las voces de muchas mujeres.

R. Para mí es muy importante subirle el volumen a las voces de las mujeres, porque hemos sido silenciadas durante la historia de distintas maneras. Es una preocupación vigente: en Afganistán, recientemente prohibieron el sonido de la voz de las mujeres en público. La voz de las mujeres tiene el derecho de ocupar un espacio en el mundo.

P. ¿También fueron silenciadas sus voces en Don Quijote?

R. Pero por supuesto. Escogí a tres mujeres, Marcela, Zoraida y Dulcinea. Busco darles unas voces, o interioridad, que no había en el texto original, que sean su propia narradora, que cuenten su propia historia. Marcela es un personaje muy avanzado para la época de Cervantes. Es una pastora literaria y dicen que ella es una fiera, una asesina, la insultan terriblemente. Resulta que no correspondió el amor de Giróstomo, otro pastor, y este se suicidó. Lo que pasó en realidad es que Marcela decidió ser libre y ella lo dice, en el libro original, libre de corresponder. Es una mujer dueña de su deseo, de su cuerpo, de su vida. A mí me parece maravilloso que Cervantes la escribiera, que Don Quijote se ponga del lado de ella y diga: ay, sí, déjenla en paz. Yo la retomé para ir más lejos en su subjetividad, para contar que la acosan por su cuerpo (sus rizos de oro, sus dientes de perlas). Quería permitirle decir que la belleza no le pertenece a nadie más sino a ella misma, y que ella pueda identificarse como Marcela por su propia voz. Que ella pudiera decir: yo soy dueña de mis cicatrices, de mis heridas.

“Yo soy Marcela por la voz / y las heridas las abren ellos al sólo querer apropiarse de esta piel que me cubre”.
Marcela Desamorada, en 'Don Quijote a voces'.

P. ¿Y cuál es la opuesta a Marcela en el libro?

R. Dulcinea. Ella es aparentemente la protagonista del Quijote, la doncella, la hermosa, la excelentísima señora. Pero ella casi no está ahí, prácticamente todo es producto de la imaginación de Don Quijote. Él se inventa cosas que no tienen nada que ver con el personaje real. Don Quijote no ha visto a Dulcinea. Por eso ella no tiene voz, no tiene agencia sobre su historia, sobre la percepción que tenemos de ella las lectoras. En el poema que hice para ella quería darle toda la voz, imaginarme qué hubiera dicho. Esa Dulcinea es libre, mi Dulcinea es feminista. Mi Dulcinea no se aguanta más a Don Quijote porque él no tiene ni idea quién es ella. Ella solo quiere que la dejen en paz, y si se va a desencantar se desencanta sola, no necesita que venga ningún tipo a desencantarla.

P. ¿Y quién es Zoraida? De ella casi ni sabemos.

R. Zoraida es un personaje de un inciso en la Historia de El Cautivo. Ella es una mujer mora, árabe, que se enamora de un cautivo cristiano, lo escoge, le dice: “Tú, me voy contigo”. Abandona a su padre y sus joyas, abandona su riqueza, por irse con él. Ella es libre en ese sentido. Pero hay mucho dolor después de ese momento de libertad, porque ella no habla castellano, y la gente a su alrededor decide qué piensa ella. Se libera de su contexto, pero luego, en un nuevo lugar, está encerrada en un idioma que no habla.

P. Zoraida encerrada en un idioma extranjero como muchos inmigrantes en Estados Unidos o en España.

R. Sí, y ahí hay muchísimo dolor, en ese encierro. A una persona que no habla el idioma, o que incluso hable otra variante del idioma, le dicen lo que debe pensar, lo que debe necesitar, lo que debe querer. El “pero ellos, los inmigrantes están bien aquí, deberían estar agradecidos de que los recibimos”. La lengua es identidad. Zoraida debe cambiarse el nombre a María para que la acepten. Hablar la propia lengua, o la variante de la lengua, en donde sea que estés, es libertad. Es decir que no silencio mi propia voz, porque mi voz suena así, no suena de otra manera.

“Tendría que buscar una voz tendría que crearla entonces de la nada una lengua no materna no extranjera sino yo mi propia música”.
El Silencio de Zoraida, en 'Don Quijote a voces'.

P. En ese sentido, ¿fue intimidante reinterpretar la voz de los personajes de Cervantes sin poder escribir como alguien del siglo de oro?

R. Sí, me demoré en publicar este libro por miedo, porque ¿quién soy yo para meterme con Don Quijote? Y como vivo en España, tuve cierta aprensión sobre cómo va a ser recibido este texto en la tierra de Don Quijote, escrito por una colombiana. Pero luego lo pensé como un homenaje. Los autores que me acompañan en la vida, como Cervantes, se vuelven como mis amigos, y uno a los amigos no se los toma con tanta solemnidad, con los amigos hace chistes. Los personajes de Don Quijote me son cercanos, yo quiero conversar con Dulcinea como una amiga y decirle “mira, ya, hay que dejar a este porque de verdad no tiene idea quién eres tú”.

P. Hablando de amistad, Sancho quedó para el final del libro.

R. Sí, a diferencia de las mujeres en el libro original, Sancho es el amigo que tiene toda la voz. Sancho es quien se va transformando hacia el mundo de la imaginación de Don Quijote, porque este es un libro que también es sobre la importancia de la amistad. Solemos poner en el centro de la vida las relaciones de pareja, cuando la amistad puede ser tan central. Por eso el poema que cierra mi libro es uno muy triste en el que Sancho le pide a Don Quijote que no se muera.

“Pero yo no quiero ínsulas ni gobiernos ni sirvientes / quiero a mi amigo Don Quijote que me entiende”.
Sancho Amigo, en 'Don Quijote a voces'.

P. ¿Llamarías tu libro una mirada feminista a Don Quijote?

R. Sí, creo que sí. Soy feminista, y muy orgullosa de serlo.

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Sobre la firma

Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.
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