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Juan Fernando Cristo
Columna
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Cristo, el apostador

El nuevo jefe de la cartera del Interior aceptó el cargo con el propósito de recuperar su capital político. Se enfrenta a grandes obstáculos para lograrlo

Juan Fernando Cristo, nuevo ministro del interior
Juan Fernando Cristo en Bogotá, el 19 de julio.Andrés Galeano

Como cualquier apostador profesional que ve menguadas sus ganancias que fueron muchas en el pasado, Juan Fernando Cristo, otrora senador y ministro exitoso, resolvió apostar la totalidad de los restos, antes una fortuna, con el propósito obvio de recuperarse. Fue así como apostó lo que le quedaba en el saco a una misma fórmula, corriendo todos los riesgos del juego. Aceptó posesionarse como ministro del Interior de un Gobierno que no cuenta con las mayorías con las que resultó elegido y comprometido -ese mismo Gobierno- con un proceso denominado de la paz total, que anda manga por hombro, es decir en un estado de fracaso que para corregirlo exige un esfuerzo bastante más arriesgado al que en condiciones normales demanda el oficio cotidiano.

Cristo es un buen tipo que sabe mucho de política, con experiencia en el sector público y está metido en un bollo gigantesco. Al hacer pública su aceptación del sorpresivo encargo de ministro, dijo que su mandato estaba inspirado en la necesidad de construir el tan mentado Acuerdo Nacional y en la exploración de convocar una Asamblea Constituyente producto de unas coincidencias con los partidos representados en el Congreso, con los gremios, los empresarios y los trabajadores. Que este país -dice- necesita mucho que hablemos y que nos escuchemos.

El problema es que casi todos sus contertulios le han dicho que lo de la constituyente no tiene buen ambiente y que los acuerdos nacionales necesitan consensos como los que él propone, pero requieren de transacciones entre los partidos como el que se logró en la Comisión Primera del Senado con la Ley Estatutaria de la Educación y que el Gobierno incumplió por imposición de Fecode.

Es curioso que la propuesta del ministro, quien se está resteando, sea por la negativa. No a la reelección. No a las propuestas de tocar los periodos del Congreso ni del presidente. ¿Para qué la constituyente, entonces? ¿Para qué una constituyente de cambios que se pueden hacer por el Congreso?

El otro dolor de cabeza que afecta al apostador es el desorden en el orden público. En varias regiones del país la guerra está perdida. Las conversaciones con las organizaciones criminales cada vez empeoran más y el gran comisionado de Paz se contenta con las respuestas de los insurgentes, que borran sus pecados con la simple manifestación de que “sí desean la paz”.

Y como si fuera poco surgió una rebeldía de amigos del Gobierno frente el ministro Cristo, de quienes se quejan de que la agenda del apostador no es la misma que la del Pacto Histórico. En el periódico El Espectador se dice que en el 2026 las grietas de la discordia se profundizarán porque desde ambos bandos se acusan de estar perdiendo el interés por el bien general del Gobierno, por estar haciendo campaña política, ya sea para repetir curul o para hacer un salto al Legislativo.

Todo pone en peligro los restos que le quedan al ministro Apostador.

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