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Símbolos
Columna
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Simbolismos de latón

Hemos vivido lo suficiente para ver a la izquierda convertir una sotana en símbolo suyo. Y a la espada de unidad libertaria transformarse en instrumento de división

Oficiales de la Guardia Presidencial de Colombia junto a la espada de Simón Bolívar, en Bogotá, el 07 de agosto de 2022.
Oficiales de la Guardia Presidencial de Colombia junto a la espada de Simón Bolívar, en Bogotá, el 07 de agosto de 2022.Guillermo Legaria (Getty Images)

Somos animales simbólicos. Vivimos de representaciones en un mundo en el que lo irreal es la realidad. Anotaba Yuval Noah Harari que “no hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos”.

La realidad que palpita en nuestra imaginación, con su enorme carga simbólica, se ha hecho tan importante que un trozo de papel rectangular con simbolismos monetarios puede valer más que un árbol o un río o el aire que respiramos. Lo que no vale nada vale más que lo que todo lo vale. Excentricidades de los simios de mejor alcurnia.

Luchar contra el simbolismo es inútil porque, a pesar de los riesgos que encierra armar realidades etéreas, ellas ejercen magnetismo en un animal que se permite soñar. Entre otras, los sueños demuestran que somos una especie en la que todos podemos escribir y narrar, pues no son nada diferente a complejos guiones que nuestro cerebro elabora cuando no tiene que ocuparse de odiar, amar, escupir, mentir o sacar ventaja de los demás.

Sin simbolismos no hay humanidad, por lo que vale la pena que no cejemos en el empeño de saberlos manejar, más si se los usa en campos tan delicados como el del ejercicio del poder en beneficio de los demás. La discusión sobre la actualización de los símbolos es estéril.

Sacar el istmo de Panamá del escudo, o las cornucopias de una abundancia perdida; suprimir del himno aquello de “la humanidad entera, que entre cadenas gime, comprende las palabras del qué murió en la cruz”; o modificar el componente cromático de la bandera para que refleje el hoy y el ahora de los colombianos… todo eso no deja de ser una soberbia pérdida de tiempo. Los símbolos representan momentos y sentires de épocas que conforman nuestro pasado. Desconocerlos o vulnerarlos abre puertas a peligros insondables.

Hay una historia regional que refleja muy bien la importancia de los símbolos patrios, y en la que se origina la frase “un saludo a la bandera”, entendida como algo que se hace con escaso compromiso, sin verdadero respeto o convicción. Como resultado de la Guerra del Pacífico, y del tratado de Ancón, Tacna (Perú) se hallaba bajo control de los chilenos y sus habitantes eran obligados a saludar a la bandera de Chile, pues la del Perú estaba prohibida. Se la saludaba, por temor a castigos, pero se hacía con evidente malestar.

Los símbolos no se imponen. Los símbolos se “sienten” con genuina devoción, so pena de convertir algo sublime en fuente de malquerencias. Respetamos la bandera, respetamos el himno, respetamos el escudo, respetamos el sancocho, respetamos la camiseta de nuestras selecciones deportivas, respetamos los bambucos y el vallenato, respetamos las orquídeas y podrían mencionarse mil símbolos más, oficiales o no, que animan el espíritu de los colombianos y que nos unen.

El sombrero de Carlos Pizarro, esto es, Carlos Pizarro, no nos representa a todos, porque, aun con su valiosa decisión de jugársela por la paz, regresando a la civilidad, fue un protagonista de la guerra con víctimas (y familias) que no tienen por qué rendirle pleitesía.

La sotana de Camilo Torres no nos representa a todos, aún a pesar de la genuina creencia del sacerdote en la igualdad y en lograr condiciones sociales justas. Eligió las armas contra el Estado y murió en su ley, convirtiéndose en un personaje de nuestra historia cuya conducta admite críticas o vítores, pero no nos representa a todos.

La bandera del M-19 no es un símbolo nacional, en tanto representa a un grupo al margen de la ley que también dio un paso encomiable hacia las reglas del Estado de Derecho, pero que causó muerte y dolor. En este sentido, ondear esta bandera, por ejemplo, frente a donde estaba el Palacio de Justicia (que violaron los miembros de ese movimiento) no es grato, ni digno de aplauso. Sus miembros, si quieren seguir en la política, bien pueden hacerlo, pero diseñando una simbología que supere a aquella que relacionamos con la ilegalidad. Y la sangre de inocentes.

Vamos más allá: la espada de Bolívar, así como el propio Bolívar, pierden su fuerza simbólica si se los manipula para convertirlos en soporte de regímenes que desprecian las libertades, que atentan contra el derecho a la empresa o que censuran la expresión. Chávez, primero; Maduro, después; y otros líderes regionales ahora, distorsionan el legado del Libertador para dotarlo de un peligroso y nuevo nivel simbólico: el de la división, el odio y el resentimiento.

Ojalá la inquina, la hostilidad, la animadversión y el desprecio se quedaran en el plano de lo simbólico. No es así: se hacen realidad y amenazan con destruirnos. Nos están haciendo pedazos. Ya pronto nos barrerán.

***

Retaguardia 1. El Mossad es una efectiva agencia de inteligencia, que maneja información privilegiada y da resultados muy eficientes en sus tareas. Habrá que suponer que aquello de “periodismo Mossad” no es tan negativo como sugiriera el presidente. Sobre todo, en momentos en que aquí se desprecia el papel fundamental de la inteligencia estatal para combatir a delincuentes recién graduados de entrañables amigos.

Retaguardia 2. Si quieren verdaderos símbolos, esta semana estamos a punto de redondear las cuatro décadas del ataque del M-19, comandado por Carlos Pizarro, a la estación de Policía de la inspección de La Herrera, Tolima. Con armamento obsoleto, y desde una casa de bareque, un puñado de uniformados resistió por largas horas a doscientos guerrilleros. Tan tenaz fue su defensa, que Pizarro los invitó a unirse a la guerrilla. El subteniente Carlos Martín Rivera Prieto le mandó decir que él estaba para defender la patria y no para acribillarla. De símbolo, prefiero el quepis del subteniente al sombrero del subversivo.

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