Teatro, celebración y llanto en la cárcel
Un grupo artístico del centro penitenciario de Acacías presenta una obra original en la clausura del VI Festival de Teatro Carcelario
6 de mayo de 2024. Un sacerdote católico, tres actores y una profesora de teatro coinciden en la entrada de la cárcel de Acacías, Meta. Unos minutos después se les une una decena de estudiantes universitarios. Los ventiladores instalados en las paredes no alcanzan a ser alivio para el sofocante sol de mediodía, con una temperatura que supera los 30 grados. En el primero de los tres filtros de seguridad, un grupo de guardias toma registro de sus datos, los requisa y pasa sus pertenencias por el detector de metales. Cuchichean. A dos de los actores los vieron la noche anterior en televisión, en horario prime time. Detrás de una reja, al costado derecho del salón en donde esto ocurre, un tablero deja evidencia de cuántas personas privadas de la libertad hay en los nueve pabellones del penal: 2.318 hombres y mujeres. De ellos, una pequeña fracción participará pronto en la clausura del VI Festival de Teatro Carcelario.
Dos guardias indican el camino a los visitantes. La profesora de teatro Lina Orozco, de 38 años, camina con afán. Acelera el paso y le toma varios metros de ventaja a los demás, que optan por conversar a la par que avanzan, distendidos y mirando con curiosidad los patios y edificios del centro penitenciario. Esa mañana, antes de que saliera el sol, Lina tomó un avión de Bogotá a Villavicencio, la capital de Meta, y desayunó rápidamente huevos con arepa antes de emprender un trayecto de casi una hora en carro hasta Acacías. Luego de dos meses dirigiendo ensayos híbridos —la mayoría a través de videollamada, aunque ingresó a la cárcel en un par de ocasiones— sus alumnos presentarán la obra. Necesita darles unas últimas indicaciones. Apenas entra al área educativa, un espacio amplio en el que hay sillas y mesas organizadas, varios salen a recibirla.
Holmer Vallejo, de 36 años, escucha a Lina mientras se viste con la ayuda de un compañero. Él escribió la obra y se encargará de interpretar al personaje principal, un hombre que lucha contra sus impulsos en búsqueda de la paz interior. El traje que luce Holmer está hecho de lona, como el atuendo de casi todos los demás participantes de la obra. El vestuario y la escenografía fueron elaborados a partir de materiales reciclables que consiguió Rompiendo Barreras, el grupo de teatro de la cárcel. Unos ajustan el pendón que pintaron en las vigas de acero que cuelgan del techo, otros se maquillan y algunos repasan los diálogos. No es inusual para ellos presentarse, periódicamente actúan frente a otros reclusos y personal del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC). Pero hoy es diferente, en el ambiente reina una ansiedad innegable. Nunca han actuado ante una audiencia tan grande.
En su papel de líder, Holmer intenta reproducir las directrices de Lina. Baja su voz y reconoce que está asustado —”da culillo, así usted no lo crea”, repite—, pero el gesto de su cara permanece inmóvil. Quiere transmitir calma. Su buena conducta, cuentan los guardias, lo ha convertido en un referente positivo, especialmente desde que encabeza el grupo de teatro. Pronto cumplirá cuatro años en la cárcel de Acacías y más de una década preso. Nació en el departamento de Tolima y recuerda que desde joven le gustan las artes escénicas. Con 11 años, un tío lo invitó al cine y esa fue la chispa que prendió su interés. “Vimos una función de cine arte. Me pareció increíble, quedé atrapado. Al volver a la casa no contamos que había escenas de desnudez y morbo”, comenta y se le escapa una breve risa.
Cocinaba pizzas para ganarse la vida hasta que fue detenido. “Por el alcohol, inicié una guerra interna con mi conciencia”, señala. Estar en una celda, con más tiempo del habitual para lidiar con sus propios pensamientos, fue un catalizador para desahogarse escribiendo. Empezó con poemas, después cuentos y más adelante con obras de teatro, que son las que más disfruta. La que van a presentar es su decimoquinta, asegura. “Le he cogido más sabor al tema. Es fascinante todo lo que se puede hacer. Las personas son como herramientas que uno puede ir moldeando de acuerdo con el personaje que necesita plasmar”, agrega antes de llamar a Andrés Camilo, uno de sus compañeros, quien trabajó en un circo antes de estar privado de la libertad y para esta obra será un demonio, por lo que usará zancos, mucho maquillaje y orejas postizas. Holmer le muestra que su chaleco está endeble y procede ajustarlo.
El movimiento crece. Más personas ingresan y ocupan las sillas. Recostada sobre una pared, a la entrada, está Angy Fuerte, de 36 años. Ella es dragoneante del INPEC, licenciada en docencia y responsable del área educativa del centro penitenciario. De la mano de Holmer, dirige Rompiendo Barreras. Se le ve sonriente. “La de hoy es una obra estructurada, con un mensaje de fondo”, apunta. Sobre su tarea, explica que no se enfoca tanto en conducir —lo suyo es el baile y no la actuación, aclara—, sino en convencer a sus jefes para que faciliten recursos y espacios. Su gestión es una de las principales razones por las que casi un centenar de personas están allí como espectadores. “El filtro para que alguien se una al grupo es que cuente con reportes de buena conducta, sin sanciones ni informes”, afirma. A Holmer le delega lo netamente teatral: audiciones, semilleros, monólogos.
Angy cumple un rol similar con otros grupos artísticos. Dos de ellos también participan de la jornada. Iván Muñoz, de 56 años, es el guitarrista y líder de la orquesta Renovación, compuesta por ocho miembros. Con emoción relata que décadas atrás tocó junto al dúo argentino de vals criollo Los Visconti durante una visita que realizaron a Pacho, Cundinamarca, de donde es oriundo. “Llevo en esto toda la vida, incluso aquí adentro”, declara mostrando su instrumento con orgullo. En paralelo, una agrupación de baile del patio de mujeres prepara sus últimos pasos bajo las órdenes de Lina. Los guardias tienen preparada una sorpresa para una de ellas, cuyo hijo está cumpliendo años y se encuentra recluido en otro patio. Él creerá que lo llevan a una actividad extracurricular, ella está convencida de que se limitará a presentar el baile que ha practicado por meses. Pero pronto se reencontrarán, tras años sin verse, y se abrazarán en medio de lágrimas.
Antes de que eso ocurra, está el plato fuerte, la obra de Holmer. El sacerdote católico, el padre Johan Ortiz, se acomoda las gafas y mira expectante desde una mesa con manteles que fue acomodada en el centro del salón. A su lado se sientan altos mandos del INPEC y el gestor social del departamento de Meta y hermano de la gobernadora, Milton Carreño. En las sillas hay reclusos, guardias, funcionarios departamentales y estudiantes del Grupo de Prisiones de la Universidad de Los Andes, de Bogotá. Tres actores están en primera fila. Emmanuel Restrepo y Mariana Gómez, como los jurados del Festival, y Johanna Bahamón, como creadora de la fundación Acción Interna, organizadora del evento.
Una voz suena por los parlantes. Pide silencio. El telón se abre. Aparece Holmer.
“Un espacio para liberarse”
Otras cinco cárceles del país —Vélez, Santander; Anserma, Caldas; Puerto Triunfo, Antioquia; Tuluá, Valle del Cauca; y Florencia, Caquetá— también albergaron el VI Festival de Teatro Carcelario. Compañías creadas en esos centros de reclusión presentaron sus obras y fueron sometidas a la evaluación del jurado, que reveló su decisión semanas más tarde. La cárcel y penitenciaría de media seguridad de Tuluá, que vive una delicada situación por cuenta del control que ejerce la banda La Inmaculada sobre zonas del municipio, fue la ganadora con El médico a palos de Molière. La presentaron el 31 de mayo en el teatro Enrique Buenaventura, en Cali. Familiares y amigos de los actores tuvieron asegurado su ingreso. “Se busca que tengan un espacio para liberarse, de perdón, de nuevas oportunidades. Queremos darles el protagonismo y la importancia que merecen”, expresa Bahamón.
Ajeno al desenlace, que para entonces se desconocía, en Acacías el mayor José Joaquín Peña, del INPEC, toma el micrófono apenas acaba la obra de Holmer. “No importa lo que se determine, ustedes ya triunfaron para nosotros. Voy a encargarme de que todos los que hayan hecho parte de esto reciban una anotación positiva en su historial”, asevera. Andrés Camilo, ya sin zancos, festeja alzando los brazos. El aplauso es inmediato. La orquesta Renovación empieza su repertorio.
Los ojos de Mariana Gómez, quien interpretó a una mujer privada de la libertad en la serie La Influencer, están aguados y su nariz roja. Le emociona la escena. “Me conmueve la reacción de ellos. Es hermoso”.
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