Pipe contralor y Pipe delincuente
Entre el primer Pipe y el segundo hay una diferencia: el primero nunca contará nada porque los suyos son intocables. El segundo dice que quiere confesar a cambio de oportunidades
¿Por qué se les dice con cariño Pipe a aquellos que se llaman Felipe? Busco y busco y no encuentro. Según el diccionario de americanismos de la Real Academia Española, “pipe” puede ser apelativo para un amigo íntimo, para un individuo cualquiera o simplemente un pene. Si nos remitimos a la etimología griega, Philhippos es el amigo de los caballos. Pero por ningún lado logro encontrar el camino para comprender que el hipocorístico de Felipe sea Pipe. Es una lástima, pero también una oportunidad, pues hablar de Pipe en Colombia está de moda.
Este jueves en W Radio hubo una extensa entrevista a Pipe Tuluá, cabeza máxima de la banda delincuencial conocida como La Inmaculada, quien desde la cárcel lanzó un mensaje directo al Gobierno del presidente Petro: quiero hacer un proceso de paz y contar todo lo que sé.
Más allá de la ineptitud evidente de las autoridades judiciales colombianas que tienen detenido desde hace años a semejante capo y no han sido capaces de llevarlo a confesar los crímenes inenarrables de los que él y su banda han sido responsables, no deja de ser llamativo el pedido que, repito, desde una cárcel hace este personaje. Dice que quiere hacer la paz y silenciar las armas de sus hombres a cambio de oportunidades para él y para los jóvenes de su barrio de origen: La Inmaculada.
“¿Qué son oportunidades?”, le preguntaron varias veces. Y la respuesta, aunque poco elaborada, habla de la realidad del país: los jóvenes pobres que nacen en barrios olvidados por dios y por el Estado quieren encontrar salidas al inevitable círculo vicioso de reproducir crimen y delincuencia como única oportunidad de ganarse la vida y soñar con un porvenir menos miserable que el que les tocó en suerte. ¿Educación de calidad? ¿Garantía de trabajo con salarios dignos? ¿Una sociedad más justa y equitativa?
El exvicefiscal y profesor de la Universidad Nacional Adolfo Salamanca decía que el crecimiento del aparato judicial, con penas y cárceles, es proporcional a la desigualdad y la inequidad. De ahí que los jóvenes pobres más que despertar cada día pensando en “a quién voy a robar” se levantan de la cama pensando “cómo voy a sobrevivir”. Unos optan por la prostitución, otros por la delincuencia y algunos por vivir del rebusque. ¿Es eso dignidad?
En contraste, en mansiones lujosas (casi mafiosas) despiertan jóvenes, como otro reconocido Pipe, que lo primero que piensan es “con quién me voy a reunir hoy para cuadrar un nombramiento o un cargo o un fallo” que será garantía de ríos de dinero que llegarán impunemente (y con manto de legalidad) a engordar más y más sus ya popochas arcas.
Ese otro Pipe también es una fotografía de todo lo que está mal en Colombia. Es aquel que apenas con dos años de haber recibido su título de abogado sueña con ser procurador o fiscal gracias a una jugadita jurídica. Es aquel que siendo contralor miró para otro lado mientras robaban a la Unidad de Gestión del Riesgo o feriaban la plata del proceso de paz con las FARC.
Entre el primer Pipe y el segundo hay una diferencia: el primero dice que quiere confesar a cambio de oportunidades para los suyos. El segundo nunca contará nada porque los suyos son intocables. Y así, entre Pipe y Pipe, Colombia se ahoga en las aguas putrefactas de la inmoralidad.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y aquí al canal en WhatsApp, y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.