_
_
_
_
Elecciones Colombia
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Déjennos ser malas políticas

Parece que los altos estándares usualmente los aplicamos para las mujeres mientras la flexibilidad la reservamos para los hombres

Diana Rojas
Diana Rojas, una de las contendientes a la alcaldía de Cali, durante un evento de campaña, el 17 de septiembre de 2023.Campaña Diana Rojas

El resultado de las pasadas elecciones regionales en Colombia deja un sabor agridulce en lo que respecta a la paridad de participación y representación de las mujeres en la política. De acuerdo con el balance realizado por la organización Sisma Mujer, hubo un aumento en las candidaturas registradas para gobernaciones y alcaldías en comparación con las elecciones anteriores, cuatro años atrás. Además, fueron seis las mujeres elegidas como gobernadoras (Cesar, Meta, Chocó, Valle del Cauca, Tolima y Sucre), un récord histórico. Representan el 18,75%, cuando veníamos de un escasísimo 6,25%. Para las Alcaldías también hubo un aumento, aunque tímido, con 142 mujeres elegidas: un 12,9% del total, apenas 0,9% más que en 2019.

El lado agrio es que solo una mujer quedó elegida como alcaldesa (Ibagué) entre las 32 capitales departamentales. Y que en Bogotá, desde las elecciones del 2011 no tenía lugar un proceso electoral sin siquiera una candidata a la Alcaldía. Y, bueno, al fin y al cabo, tanto en alcaldías como gobernaciones los hombres siguen ocupando más del 80% de estos puestos.

Ahora estas mujeres electas se enfrentarán a un nuevo reto: la presión de hacerlo excepcionalmente bien.

Una de las frases que más me llama la atención cuando una mujer electa o nombrada en un cargo de alto nivel no tuvo buenos resultados o, incluso, participó en hechos corruptos, es: “No vuelvo a votar por una mujer”. Siempre me quedo pensando que nunca he escuchado esta frase con relación a un hombre. ¿Un presidente acusado de recibir financiación del narcotráfico? ¡No vuelvo a votar por un hombre! ¿Un alcalde se robó dinero público? ¡No vuelvo a votar por un hombre! ¿Un ministro de Defensa sin ningún conocimiento del sector? ¡No vuelvo a votar por un hombre! ¿Un presidente con baja aprobación? ¡No vuelvo a votar por un hombre! ¿Un director de programa con pocos resultados? ¡No vuelvo a votar por un hombre! Pero no, esto no pasa. Bueno, sí pasa si eres mujer.

De esta lógica se desprende un mensaje implícito: a las mujeres se les pide no defraudar porque podrían cerrarle la puerta a las siguientes. El país va a estar mirando qué tal lo hacen. Al parecer, están obligadas a demostrar que merecen ese puesto de liderazgo. Son peticiones y presiones injustas y problemáticas, porque fomentan y promueven la idea de que las mujeres debemos ser perfectas e impolutas. Todo lo debemos hacer bien. No podemos equivocarnos, no podemos hacerlo mal. No podemos hacerlo siquiera regular: no podemos pasar de agache.

Ser perfectas también incluye satisfacer a todas las personas y objetivos posibles: “No sirve cualquier mujer, tiene que ser…” y la frase se completa con un adjetivo exigente pero muchas veces contradictorio: tiene que ser buena ejecutora y dar resultados, pero también preocuparse por los procesos; tiene que trabajar más que el resto, pero también dar juego; tiene que ser transparente, pero también estratégica; debe tener el mejor equipo, pero también liderar y ser autónoma; tiene que alzar la voz, pero a veces solo lo necesario; debe tener muy buena apariencia, pero no demasiado buena porque entonces quizás solo se preocupa por la estética; tiene que ser feminista, pero para algunos mejor si no lo es mucho; tiene que estar preparada, pero mejor si es moderada con su conocimiento porque puede quedar como arrogante.

Todo esto mientras que a muchos hombres políticos sí les perdonamos que sean un poquito machistas, que no siempre estén trabajando, que estén algo desarreglados, que alcen su voz constantemente, que ejecuten más o menos. Parece que los altos estándares usualmente los aplicamos para las mujeres mientras la flexibilidad la reservamos para los hombres.

Cuando hay una decepción por el desempeño de una mujer, a esa presión se le suma “¿por qué votar por mujeres si ser mujer no es garantía de nada?”. Y efectivamente: no deberíamos ser garantía de nada. Porque ¿de qué debemos ser garantía? ¿Del detalle? ¿Del buen trabajo? ¿De la honradez? No venimos con sello de garantía porque no somos un grupo homogéneo. Pero aparentemente, cuando se vota por un hombre se vota por un político, pero cuando se vota por una política se escoge a una mujer. Parece que esta es su principal característica y todo será juzgado en función de eso. Y para rematar, el resto de las mujeres heredamos el acierto o desacierto con el que gobierne.

Pero no solo se nos exige más que a los hombres, sino que se nos apoya menos. De acuerdo con informes de Transparencia por Colombia y el Instituto Holandés para la Democracia Multipartidaria, hay un sinnúmero de barreras que limitan las posibilidades de participación política de las mujeres. Las organizaciones políticas invierten escasos recursos estatales para la inclusión efectiva de las mujeres en política. Tampoco hay igualdad en el acceso a los recursos para las campañas políticas. Esto se agrava si se tiene en cuenta que, además, las candidatas mujeres parten con desventaja y, según estos mismos informes, tienen que invertir más que los hombres para salir elegidas.

Además, al ser candidatas y electas muchas veces se ven sujetas a discriminaciones específicas por parte de miembros de su propio partido, de servidores públicos y de no pocos votantes. Con mayor frecuencia que a los hombres se les impide o restringe el uso de la palabra y se descalifican o ridiculizan públicamente sus propuestas. Las llaman “histéricas”, “menopaúsicas”, “locas”, “perras”, “brutas”, “gordas” y son objeto de tratos incómodos e inapropiados. Una vez más, la categoría “mujer” sobrepasa a la más general “personalidad política”. Una vez más, ahora por el lado negativo, no estamos en igualdad de condiciones.

Algún lector malintencionado querrá interpretar que considero que debemos aplaudir y ser condescendientes con las mujeres que no lo hagan bien. Pero lo que propongo es mucho más sencillo: que nos exijan y nos apoyen por igual. A los políticos hay que exigirles por ser políticos. Entre tantas barreras y presiones específicas con las que las potenciales candidatas saben que tendrán que cargar, muchas terminarán alejándose de la aspiración de tener cargos políticos importantes. Las entiendo. Hay pocos incentivos. Pero ojalá esto cambie porque estamos repeliendo talento femenino que de otra manera podría entrar a servir a la ciudadanía. Y sobre todo porque si esto no cambia seguirán siendo mayoritariamente los hombres quiénes deciden las políticas en nuestro país.

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y aquí al canal en WhatsApp, y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_