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Guerra entre Israel y Gaza
Columna
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Vivir en paz

Los argumentos, cuando no los asfixia el prejuicio o el odio, resuelven las guerras. Aquí, unos cuantos alrededor del conflicto que vive Oriente Próximo

manifestaciones a favor de israel y palestina
Manifestantes, unos a favor de Israel y otros de Palestina, se encuentran en Times Square (Nueva York), el 13 de octubre.JUSTIN LANE (EFE)

Premisa fundamental: tristeza, dolor y rechazo al atropello, vejamen y asesinato de la población civil, sea de Israel o de Palestina. Toda guerra es una tragedia y nadie puede querer avivarla o pensar que es el camino expedito para resolver diferencias.

Israel tiene derecho a existir. El término “sionista” no puede esgrimirse como una suerte de ofensa cuando no es otra cosa que el esfuerzo de un pueblo en la diáspora por regresar a la tierra de sus ancestros.

Los judíos no “aparecieron” en Palestina en los mil ochocientos y tantos. Esa es la época en que muchos llegan al escenario donde históricamente se asentaron durante siglos sus antepasados. Los mismos que soportaron el yugo de babilonios, griegos, persas, asirios, seléucidas, romanos, mamelucos, otomanos, de Bizancio y el Islam.

Una cosa es el Estado de Israel y otra los gobiernos de turno, a los que en 75 años se ha podido cuestionar en ejercicio de lo que es una democracia funcional.

Israel es una democracia: hay libertad de empresa, de expresión y de culto; separación de poderes; independencia del poder judicial; respeto a los derechos de las minorías; elecciones; plena igualdad de género; desarrollo científico y tecnológico; espacio para el disenso y hasta cárcel para sus altos dignatarios, presidentes incluidos, cuando delinquen.

En estricto sentido, los judíos podrían ser considerados históricamente palestinos. El nombre de Palestina (Siria Palestina) nace de la ira del emperador romano Adriano, tras la rebelión judía de Simón bar Kojba. La idea era “liquidarlos”, partiendo de la negación del nombre de su tierra, “tierra de Israel”.

Como todo Estado, Israel puede tener fuerzas armadas y activarlas cuando su población sea atacada, vulnerada o secuestrada. Las Fuerzas de Defensa de Israel no están exentas del cumplimiento de las leyes internacionales y del respeto a los derechos humanos. Y nadie, excepto el terrorismo, quiere que la población civil, israelí o palestina, sufra o muera.

Hamás es un grupo terrorista cuya carta fundacional contempla la expulsión, erradicación y asesinato de los judíos, y la destrucción de su Estado. Los palestinos no se sienten representados por Hamás; la inmensa mayoría los teme y sabe que su accionar es uno de los factores determinantes de no poder vivir en tranquilidad. Irán ha financiado actividades terroristas de Hamás y Hezbollah, y ha apoyado a Al-Qaeda, al Estado Islámico y a los talibanes.

Todo crimen de guerra o exceso, de parte y parte, debe ser condenado y sancionado. Los líderes democráticos del mundo están en el deber de rechazar los actos terroristas de Hamás, más recientemente el de la matanza de civiles del 7 de octubre, con el secuestro de mujeres, niños y ancianos. Así mismo, debe verificarse que los soldados de Israel actúen sin cruzar las líneas rojas de los derechos humanos.

Los judíos colombianos son eso: colombianos, así muchos insistan en verlos como “extranjeros”. El presidente Gustavo Petro no condenó el acto terrorista de Hamás y tampoco lamentó el asesinato de dos colombianos en los trágicos hechos de ese día. La inteligencia de Israel no creó a Hamás ni ha animado de manera alguna su accionar o el de otros grupos terroristas. No hay terrorismo “bueno”. El terrorismo es terrorismo.

Israel quiere existir en paz con todos sus vecinos y ha hecho esfuerzos diplomáticos durante siete décadas para lograr pleno reconocimiento y convivencia armónica. Sellará la paz con cualquiera que esté en disposición de hacerlo.

Los Protocolos de los Sabios de Sion, nuevamente desempolvados por estos días, son falsos. Los creó la policía secreta de la Rusia zarista para justificar los pogromos. En el documento, que circula desde hace más de un siglo, se les atribuye a eruditos judíos una conspiración para dominar el mundo mediante la manipulación de la economía, el uso de los medios de comunicación y el apoyo a los conflictos religiosos. El antisemitismo existe y goza de muy buena salud.

Gaza no es un campo de concentración. Quien lo diga, o compare a Israel con el régimen Nazi, comete una injusticia monumental, anclada en la ignorancia. Gaza y Cisjordania han contado con recursos y oportunidades para fortalecerse y progresar. Gaza es lo que es porque Hamás expulsó al gobierno legítimo de la Autoridad Palestina y convirtió a la franja en un trampolín para atacar a Israel. Las autoridades palestinas no controlan sus propias fronteras.

El vínculo judío con su tierra ancestral, así como el derecho nacional del pueblo judío, fueron en su momento reconocidos en el derecho internacional por la Liga de las Naciones.

Veinte por ciento de la población de Israel (casi dos millones) es de origen árabe, profesa la religión musulmana y goza de los derechos de todo ciudadano, incluso el de servir en las fuerzas armadas.

El pueblo palestino tiene derecho a la creación de un Estado, como lo propuso en 1947 el plan para la partición de Palestina: un Estado palestino árabe y un Estado judío, ambos con vocación de existir, reconociéndose en mutua convivencia. Hasta el momento, los líderes árabes lo han rechazado de plano. Llegará el día.

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