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Las sequías y la caída del consumo ponen a prueba la salud del café colombiano

La intensidad del fenómeno climático de El Niño se suma a la escalada de precios en los supermercados

Un trabajador pizca frutilla de café en Fredonia (Antioquía).
Un trabajador pizca frutilla de café en Fredonia (Antioquía).Edinson Arroyo (Bloomberg)
Camilo Sánchez

El consumo diario de tazas de café en el mundo ha experimentado un descenso inusitado en el último año. De poco ha servido, dicen los estudiosos, el empuje de mercados en expansión como el chino y el indio. Un cúmulo de malas noticias para las exportaciones colombianas, el tercer productor mundial, y un protagonista del sector junto a los poderosos Brasil y Vietnam. Por eso la preocupación de los caficultores se ha agudizado con las sequías anunciadas a raíz del fenómeno climático de El Niño y se impone como un desafío añadido para el futuro de un producto que forma parte de la identidad del país y durante décadas fue el gran tótem de la economía.

El exdirigente de la Federación Colombiana de Cafeteros Felipe Robayo es una de las voces más escépticas respecto al futuro del consumo. En contra de algunas proyecciones positivas publicadas por la mermada y algo desacreditada Organización Internacional del Café, recuerda que las compras mundiales vienen en picada desde hace algo más de un año. De acuerdo con cálculos del holandés Rabobank, por ejemplo, las importaciones de café en la Unión Europea y el Reino Unido cayeron durante el segundo cuarto de este año un 13%, mientras que en Estados Unidos se registró un descenso del 11% interanual.

El banco precisó que se trata del mayor desplome en los 15 años que lleva recopilando datos del sector. Se trata de una situación que está asociada al incremento de los precios del café en los supermercados alrededor del mundo, una situación que ha empezado a cambiar recientemente. En el momento en que las tasas de interés subieron, anota Robayo, la industria internacional se vio en la necesidad de detener las compras de café. Un frenazo al que tacha como “drástico”, y del que subraya el impacto sobre los precios.

Ante ese aumento del valor, los consumidores le han dado en los últimos tiempos la espalda a un producto que no se consideran de primera necesidad. El contexto de alta inflación y devaluación del peso colombiano frente al dólar también han ayudado a cambiar las prioridades. Albert Scalla, vicepresidente de la financiera estadounidense StoneX, añade que la sucesión de sequías y heladas padecidas en Brasil en 2021 y 2022 “dispararon los precios” y lastraron el consumo.

Juan Camilo Restrepo, exgerente comercial de la Federación Nacional de Cafeteros, reconoce que las anomalías climáticas, que siempre han supuesto un riesgo para la caficultura, hoy se han acentuado hasta el punto de que probablemente obliguen a redibujar el mapa: “Las lluvias son más intensas. Esto afecta el grano durante la cosecha porque lo hace caer antes de que madure. Las sequías, a su vez más arduas, no permiten que el mismo grano madure. Y las granizadas y los ventarrones han sido problemas de toda la vida”. Su mayor inquietud se centra, sin embargo, en la urgencia de remontar los volúmenes de producción de Colombia, que pasó de un promedio de 14 millones de sacos de café anuales, a algo menos de 11 en años recientes.

La industria cafetera, argumenta por su parte Albert Scalla, debe atacar un problema algo silenciado en los más de 60 países productores: la ausencia de campañas eficaces y sostenidas de promoción del consumo. “En un país como Colombia, llegas al aeropuerto, sales a la calle y lo primero que encuentras son anuncios de las grandes cervecerías o de gaseosas. En algún momento hubo un programa que se llamaba Toma café. Pero se acabó. Recuperar esto ya no es una necesidad, es una urgencia”, argumenta.

Otro aspecto que incide en el futuro de la caficultura colombiana es la cosecha que acaba de terminar en Brasil que, barriendo con todos los cálculos, alcanzó los 64 millones de sacos de 60 kilos. El país vecino es el gran hegemón de la industria mundial y su rendimiento marca la pauta. “Los precios dependen del clima y de Brasil. Punto. Como han tenido números tan fuertes y se espera que la próxima sea una supercosecha de 70 millones de sacos, ya se empieza a notar una caída en los precios internacionales”, explica Scalla.

El reporte del holandés Rabobank, una entidad central en el mundo de las finanzas agrícolas, apunta que, debido al bajón en la confianza de los consumidores y las altas tasas de interés, los precios del grano en Estados Unidos también han empezado a ceder. Noticias que no plantean un horizonte claro para Colombia. El diferencial de precios para el grano colombiano, una medida que establece el valor adicional por su calidad en relación al precio promedio en la Bolsa en el mercado de futuros, cayó de un máximo de 82 centavos a tan solo 18. El precio de la libra en la Bolsa de Nueva York, que llegó a estar en 2 dólares, hoy está en 1,52. Y el precio interno de la carga, por su parte, ha pasado de 2.400.000 pesos colombianos a 1.000.000.

Para Albert Scalla, el futuro del café colombiano, cuya producción se ha concentrado en la variedad arábica ―de la que concentra el 56% de la producción mundial―, depende en buena medida de la renovación del parque cafetero, que tiene un ciclo productivo de cinco años, y ha tenido algunos tropiezos que se han reflejado en menos grano. También del denominado “relevo generacional”, un asunto delicado debido al envejecimiento del campesinado y al traslado de los más jóvenes hacia las ciudades. La Colombia cafetera se va vaciando a medida que el negocio no arroja beneficios para los agricultores. Un último eslabón de complejidad para un producto caracterizado como el mejor “café suave” del mundo.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.

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