El difícil aterrizaje del acuerdo nacional propuesto por Petro
El presidente de Colombia cambia la estrategia en este segundo año de mandato y apuesta por un gran pacto nacional en medio de un clima de desconfianza
El nuevo curso político en Colombia va de una asignatura muchas veces reprobada en la historia del país: lograr un acuerdo nacional. Dos palabras que están marcando el arranque del segundo año de mandato de Gustavo Petro. El presidente desempolva así unas las grandes banderas de la candidatura que lo llevó al poder y asegura que es ahora el momento adecuado para alcanzar ese gran pacto que interpela a todos los colombianos. En palabras del presidente, se trata de “construir un país más equitativo y hacer realidad la paz”, un anhelo del que no es fácil quedarse al margen, pero que es difícil de concretar más allá del discurso. Tanto partidos políticos como gremios se han mostrado abiertos al diálogo y ya habido varios acercamientos, aunque pocos resultados. Desde el Gobierno se traslada la sensación de estar ante un momento histórico mientras la oposición espera con escepticismo. A falta de concreción, la desconfianza protagoniza el día a día de la política nacional.
Los ejemplos de un diálogo que más bien parece de sordos se suceden. Como este miércoles en la Cámara de Representantes. La plenaria aprobó la creación de una subcomisión formada por todos los partidos para elaborar un nuevo texto de consenso de la reforma sanitaria. La propuesta partió de una congresista que hasta ahora había pedido el archivo del proyecto presentado por el Gobierno de Petro. Su intención, dijo, era atender la propuesta del presidente de construir un acuerdo nacional. La mayoría de partidos celebraron la medida, que volverá a abrir la reforma más polémica del Ejecutivo, pero la desconfianza es más fuerte. Entre las filas del partido del presidente hay dudas de que las intenciones sean buenas. “Luego de que varios congresistas fracasaron en su intento de hundir la reforma, ahora andan con una proposición para ‘dialogar la construcción de la reforma’. Se acordaron tarde, aun así podemos concertar, pero sin dilatar el trámite”, advirtió el congresista Alfredo Mondragón.
Horas antes se había producido una reunión entre el Gobierno y los presidentes y representantes de los gremios empresariales. El encuentro llegó después de varios desencuentros, pero esa ya es otra historia, y se produjo en un buen ambiente, según las partes. Petro había anunciado que el objetivo era avanzar en la construcción del tal acuerdo nacional. Sin embargo, nada más cerrar la puerta, la ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, dijo sobre los otros: “Aquí no se han presentado reformas a la espalda de nadie, se han construido con participación de muchos colombianos. Lo que hay que decir es que ese síndrome de la Coca Cola del desierto se acabó”. Sus palabras no cayeron bien entre el sector. Bruce Mac Master, presidente del principal gremio de los empresarios, pidió respeto y “deponer las palabras que incendian y buscan generar nuevas violencias”. El buen ambiente se enrareció en segundos.
La realidad es que esta urgencia de un acuerdo nacional llega en el momento de mayor desacuerdo y polarización entre las partes implicadas. Esa idea de una gran concertación con la que llegó Petro al Gobierno hace un año llegó a cristalizar en no pocas ocasiones. En las primeras semanas, Petro se reunió con su oponente en la campaña, Rodolfo Hernández, se sentó con su enemigo histórico, Álvaro Uribe, formó una mayoría en el Congreso con partidos tradicionales y de derechas y nombró un primer gabinete con ministros moderados, de ascendencia liberal, en manos de quienes dejó la economía o la reforma agraria. El hombre que había militado en la guerrilla y cuyo nombre hacía temblar al status quo colombiano como candidato, se fue ganando como presidente la fama de hombre de consenso. No duró mucho tiempo, la idea de un acuerdo nacional desapareció del repertorio discursivo de Petro al tiempo que lo hicieron esos ministros “de centro” y la mayoría en el Congreso. Petro se cansó de tanta apertura y cerró filas con los suyos, la izquierda que lo había acompañado en sus tres intentos de alcanzar la presidencia.
En los seis meses siguientes, la nueva estrategia del Gobierno no dio muchos resultados. El plan de Petro pasaba por evitar la negociación de sus reformas, como exigen el resto de fuerzas, pero sin apoyos en el Congreso no hay forma de que los textos superen los trámites. Las reformas se fueron empantanando y la crispación política se volvió costumbre. Petro acusaba a las que llama las élites del poder político y económico del país de no dejarle gobernar, mientras los opositores acusaban al presidente de dar un giro dictatorial a su Gobierno. Por si fuera poco, los escándalos y corruptelas empezaron a cercar al presidente: su hijo Nicolás, su mano derecha Laura Sarabia y su amigo, el embajador Armando Benedetti, cayeron en tramas dignas de telenovela patria. El ambiente dejó un primer año de mandato difícil y tibio para el hombre que prometía cambiar el país en cuatro años.
Por estas razones, o por otras, Petro decidió arrancar el curso político con otro tono y recuperó una idea que une a la gran mayoría de los colombianos: un gran consenso para superar la violencia, las heridas de la guerra, la desigualdad y la pobreza que han marcado al país durante décadas. El presidente habló de la necesidad de “ceder” de todas las partes. Hasta ahora, se ha reunido con el Partido de la U, dividido entre sus filas, y con la bancada del Partido Liberal, con quien el Gobierno busca volver a armar una coalición en el Congreso que dé aire a las reformas. Entre los opositores, sin embargo, la desconfianza permanece. Para muchos críticos, Petro solo trata de buscar un acuerdo que le permita pasar sus reformas. Es decir, que solo cedan los demás.
En el Gobierno la estructura de lo que se busca no parece clara. El Ministerio de Interior, que ha anunciado que liderará desde el Congreso y con las comunidades el gran acuerdo nacional, no ha contestado a las preguntas de EL PAÍS sobre los cómo se llevará a cabo. Sin embargo, el canciller Álvaro Leyva, que de forma periódica hace unas grabaciones para comentar la actualidad, recuperó el tono histórico para referirse a los planes de Petro, que comparó con los Pactos de la Moncloa, que se firmaron en España durante la transición: “No hay paso atrás, es el capítulo que sigue, los hechos son tozudos y es que vamos por una patria justa, grande y digna”. Nada menos.
Entre tanto titular sobre el acuerdo nacional que podría ser, Petro resumió en una palabra el momento político en el que el gran diálogo tiene que abrirse paso. Para defender su reforma laboral de los cambios que le pide la oposición, el presidente dijo: “¡Mamola!”, una palabra que no necesita explicaciones para los colombianos, pero que para los no entendidos viene a ser algo así como ¡Ni muerto!
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