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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hércules o Aquiles?

Sigue el presidente perdido en su aislamiento, sin mucha fortuna a la hora de encontrar la salida del laberinto que es su Gobierno

Gustavo Petro presidente de Colombia
Gustavo Petro en Bogotá (Colombia), el 26 de junio.JUAN BARRETO (AFP)

Tiene que ser muy difícil para un revolucionario hacerse con el poder en un escenario democrático, con una Constitución y una arquitectura del Estado que no pueden desconocerse. El revolucionario, aunque su lema sea alcanzar la paz, sabe que una expedita transformación viene acompañada por algún ingrediente de violencia. Es la manera más directa de echar todo abajo y dar vida a unas instituciones que se acomoden al espíritu reformista del nuevo líder.

Quizás sea esa la gran dificultad del presidente Gustavo Petro: no pudo echar abajo aquello que lo hizo, primero, tomar las armas y, después, dar su lucha de años desde una oposición de izquierda, huérfana de los votos necesarios para llegar al poder. Logró esto último gracias a un fenómeno ya experimentado en el vecindario, esto es, la insatisfacción de inmensos sectores no militantes de la izquierda con los Gobiernos institucionales.

En exceso mortificado por la ley, el orden institucional y la estructura legal que enfrenta un presidente, Petro se ha dado a la tarea de combatir en todos los frentes. Directamente él, o a través de sus funcionarios pura sangre, no pierde oportunidad de fustigar al empresariado, a los gremios, a la banca, a los partidos políticos, a las Fuerzas Armadas, a los periodistas (que le producen urticaria) y a los dueños de los medios (que le dan arcadas). Pocos pueden decir que de él reciban trato de Barbie.

En la semana de celebración de la Independencia, y el comienzo de sesiones en el Congreso, Petro se reafirma como un guerrero independiente que no está interesado en depositar en nadie la confianza que requiere el verdadero trabajo en equipo o en tender lazos con aquellos que cometen el pecado de pensar diferente.

Petro es presidente, pero insiste en comportarse como un líder de la oposición. Y descubre a diario que romper la vajilla es sencillo; lo complejo es mantenerla intacta. Sigue soñando con la efectividad de tirar piedra; no aprende a usar esas piedras para edificar un sólido país, uno más justo. Es un hombre de ideas, aunque escaso de realidades para sus electores.

Tan intangibles son los resultados de este casi primer año de Gobierno, que, como en noche de casino, se juega ahora el cuello en las elecciones de octubre, que se convirtieron en la medida de si la gente sigue apoyando al fogoso Petro de campaña o se decepcionó de un presidente incapaz de concertar, de armar país, de liderar un cambio sensato y práctico.

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Cabe la posibilidad de que el presidente no esté tan preocupado por no lograr que se aprueben sus numerosas iniciativas de cambio, como estaría otro mandatario tradicional. Tal vez incluso le siente bien que el Congreso no lo aclame y las Cortes y las entidades se mantengan ajustadas a la ley, poniéndole la lupa a sus actuaciones. Con ello se le abre un camino que bien sabe transitar: el de las calles, el de la protesta social, el de las carreteras bloqueadas, el de los campesinos molestos, el de las minorías airadas.

Es ahí donde Petro es un héroe mitológico. Petro presidente lo ha pedido varias veces: que salga la gente a las calles a defender sus reformas. Eso lo convertiría en un revolucionario con revolución. Y no uno atado de manos por algo tan incómodo como la ley y las reglas de una república.

Falta ver si ese Petro, con enormes sectores preocupados por sus ínfimos logros, es un Hércules, un Odiseo, un Perseo… o un Aquiles con fenomenal talón y ánimo de seguir metiendo la pata. Un presidente que se extralimita en declaraciones y estigmatizaciones, pero al que pareciera que la pista no le alcanza para despegar.

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Gustavo Petro sale del palacio presidencial en Lisboa (Portugal), el 7 de mayo de 2023.

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