Cusumbosolo
En momentos de profundas crisis, hay criaturas que salen adelante sin apoyo de sus congéneres. La soledad les sienta bien
El presidente está solo. Muy solo. Y a millones de personas les preocupa esa soledad en tiempos sin Laura y otra gente armando líos de la Madonna. Pero hay alguien a quien pareciera que poco inquieta tal aislamiento: el propio presidente. Él es lo que coloquialmente se conocía en la vieja Colombia como un cusumbosolo.
El cusumbosolo es un mamífero que, llegada la madurez, prefiere alejarse de sus semejantes. Por ello se ha convertido en referente para hacer alusión a quien no se encuentra muy a gusto en equipo o comunidad. El Diccionario histórico de la lengua española ubica su primera mención formal en 1934, en las Papeletas lexicográficas de Emilio Robledo, quien describió al cusumbosolo como “persona solitaria y huraña”.
El cusumbosolo de la nueva Colombia requiere de actualización en su definición y alcances, para acercar ese concepto de hace noventa años al hoy y el ahora de un país que ha sufrido notables transformaciones y patina en escándalos. Ahí vamos.
El cusumbosolo no confía en nadie. Receloso por naturaleza, es incapaz de tejer vínculos duraderos con otros miembros de su especie. Aquellos que se le acercan más de la cuenta, siempre terminan agredidos. La sinapsis del cusumbosolo está finamente envuelta en capas y capas de tejido que impiden una lectura confiable de lo que piensa y, en consecuencia, de la manera en que actuará.
Se trata, eso sí, de una criatura de notable inteligencia y con un instinto de preservación que le permite responder al estímulo del peligro. Su memoria es prodigiosa, por lo que las experiencias del pasado, que lo han indispuesto con individuos o grupos de seres, jamás se borran.
Como otras criaturas de incesante actividad, el cusumbosolo tiene una ingesta asombrosa. Su apetito pantagruélico le otorga un alto nivel energético para mantenerse en acción todo el día y parte de la noche, pudiendo permanecer largas jornadas defendiéndose de los depredadores. Esa capacidad de estar despierto en maratónicas jornadas suele pasar factura física y emocional al cusumbosolo. Y, a pesar de su natural astucia, dicha situación incide negativamente en la toma de decisiones que otras criaturas elaborarían con más de serenidad.
El cusumbosolo logra relacionar ideas y conceptos para obtener conclusiones o formar juicios, pero muchas veces estos procesos se ven afectados por una pasión incontrolable que le hace ir en contravía de la razón.
En su comportamiento, como en otros casos, tratamos de vernos reflejados los seres humanos. Aplicamos continuamente una etología simplista, según la cual somos fieles como el perro, desleales como el cuervo, nobles como el caballo, fieros como el león, astutos como el zorro, repugnantes como la cucaracha o asociales como el cusumbosolo.
En suma, ser de enormes contradicciones, como lo planteaba Héctor Abad Faciolince en su columna La paradoja del cusumbosolo, donde citaba la Admonición de los impertinentes, de León de Greiff: “Yo deseo estar solo,/ non curo de compaña/ quiero catar silencio,/ mi sola golosina”. Y, hecho esto, se preguntaba: ¿por qué De Greiff, si tanto amaba la soledad, se la pasaba en los cafés tomando tinto, vodka o aguardiente, y gastando lengua con la gente por largas horas?
No será científico Abad, pero, como buen escritor, su capacidad de observación nos puede ayudar a comprender al cusumbosolo: “No quiero estar solo, ni encerrado en la casa. Lo bueno es salir (…) y no quedarse peleando por bobadas en Twitter, ni contestando mil correos, ni rumiando pensamientos que no llevan a nada”.
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