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David Zuluaga, el filósofo de Harvard que terminó imputado con su padre en el escándalo de Odebrecht

El hijo de Óscar Iván Zuluaga hizo una pausa en sus estudios para unirse a su campaña. No sabía que esa decisión, aparentemente inofensiva, hoy lo tendría muy cerca de una condena

Juan Pablo Vásquez
David Zuluaga en Nueva York, el 23 de abril de 2015.
David Zuluaga en Nueva York, el 23 de abril de 2015.Dustin Harris (Getty Images)

El mayor de tres hermanos, filósofo de Harvard, estudiante de maestría y candidato a doctor en Princeton, lector asiduo, orador precoz y con la capacidad de citar de memoria grandes obras de poesía y literatura. En 2014, David Zuluaga era el hijo del candidato favorito a ser el presidente. Su padre lo exhibía orgulloso: el chico era capaz de imitar a Uribe en público. David tenía la estrella de esos jóvenes que han nacido en una cuna de oro, el mundo iba a ser suyo. Sin embargo, nueve años después se le acabó la fortuna. La Fiscalía le acusa de estar detrás de la financiación irregular de la campaña de su padre. Hobbes, Kant y Rousseau no le han salvado de los tentáculos de la justicia.

Volvamos de nuevo a 2014. Su padre, Óscar Iván Zuluaga, ministro de Hacienda durante los últimos tres años de mandato de Álvaro Uribe (2007-2010), contaba con el apoyo de millones de ciudadanos que se sentían traicionados por la administración de Juan Manuel Santos y sus diálogos de paz con las FARC. El exministro y su partido, el Centro Democrático, prometían traer de regreso la mano de hierro que implementó Uribe y con la que asestó varios golpes militares a los altos mandos de la guerrilla. Zuluaga, para ganarse el corazón de sus compatriotas, se presentó como un hombre de familia, buen padre y mejor marido.

En campaña siempre se le vio acompañado por su esposa, Martha Martínez; y sus tres hijos, David —el protagonista de esta historia—, Esteban y Juliana. Los dos varones, por ser los mayores, ocupaban un papel más activo: David, locuaz y ocurrente, era el gerente, mientras que Esteban, tranquilo y creativo, asesoraba en temas de imagen y comunicaciones. De puertas para afuera daba la impresión de que, si bien ambos estaban involucrados en el proyecto electoral de su padre, David sería el llamado a seguir sus pasos en la vida pública. Sus ojos tenían el brillo del éxito.

Cuando todavía estaba en bachillerato, con 17 años, fue entrevistado por Semana, después de liderar una iniciativa que llamó “Congreso Joven”, que consistía en reunir a niños y niñas de diferentes colegios de Bogotá para debatir sobre la coyuntura política del momento. “Yo amo la política y quiero dedicarme a ella”, decía. Siete años más tarde estaba dando sus primeros pasos en aras de ese objetivo, gerenciando la principal campaña de oposición y haciendo parte del círculo de confianza de su padre, cuya aspiración se fortalecía con el paso de los meses. El rol de David era transversal. Unos días se le veía atendiendo prensa con la naturalidad de un curtido dirigente y otros se dedicaba a participar en jornadas de proselitismo con voluntarios universitarios en barrios populares. Miguel Eduardo Arenas, quien colaboró en aquellas jornadas, lo recuerda en buenos términos: “Al Centro Democrático se le criticaba ser un partido de élite y él demostraba ser lo opuesto. Era un tipo abierto y siempre dispuesto a enseñar. A pesar de que es muy inteligente, nunca presumió sus conocimientos”.

No solo lo admiraban los más jóvenes, sino también sus mayores. El día de San Valentín, previo a las elecciones, protagonizó una particular escena en uno de los eventos de su padre, en el que quedó retratado su desparpajo y facilidad para desenvolverse entre personas que le llevaban varias décadas. Desde una tarima, vestido de traje y con micrófono en mano sacó a relucir sus dotes de imitador y personificó a Uribe por unos minutos. A modo de burla amistosa, caracterizó al expresidente en una de las tantas críticas que a diario realizaba a la administración de turno.”Queridos compatriotas, quería solamente recordarles a ustedes que este proceso del Centro Democrático es fundamental para Colombia. Este Gobierno ha hecho mucho daño”, afirmó con acento antioqueño ante la risa de periodistas y asistentes. Uribe se unió a las carcajadas y subió al escenario a pedirle que emulara otras voces, como la del exministro Fernando Londoño, otro reconocido líder de la derecha. Los dos, posteriormente, declamaron varios poemas.

David siempre fue un tipo adelantado para su edad. Cuando sus amigos de colegio apenas descubrían sus intereses, él tenía claro que la filosofía era lo suyo. Se convenció del todo cuando una de sus profesoras le recomendó leer El Órganon de Aristóteles, una de las principales obras de lógica que se hayan escrito. En Harvard, en donde cursó sus estudios de pregrado, fue pupilo de Christine Korsgaard, una de las voces más importantes de la filosofía moral, y escribió su tesis basándose en el trabajo de otro gran filósofo moral, Bernard Williams. Era cliente frecuente del Café Pamplona, un lugar de encuentro para bohemios que se ubicaba a pocos minutos del Emerson Hall, edificio del Departamento de Filosofía. Allí, según relató en una entrevista, ahondó en temas que le interesaban por fuera de sus compromisos académicos: “Fuera del ámbito curricular tuve la fortuna de tener contertulios exquisitos”.

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Una vez graduado pasó a Princeton, otra prestigiosa institución que pertenece al selecto grupo de las Ivy League. Fue en ese momento que su padre lo requirió y David aterrizó en una campaña que tenía los condimentos para triunfar: una población indignada y un oponente cuya popularidad iba en picada. La victoria en primera vuelta parecía ser un buen augurio, pero terminó en desazón. El 15 de junio de 2014, la Registraduría Nacional confirmó la derrota de Óscar Iván Zuluaga, que obtuvo 6,9 millones de votos pero fueron insuficientes para superar los 7,8 millones que consiguió Juan Manuel Santos. Aquel tropiezo marcó el declive de padre e hijo.

David desestimó cualquier otra incursión en política e hizo su vida en Estados Unidos. En 2017, se convirtió en doctor en filosofía tras sustentar su trabajo de grado acerca de la legitimación del Leviatán de Thomas Hobbes desde la óptica de Immanuel Kant y Jean-Jacques Rousseau. A los pocos meses ingresó a trabajar en Boston Consulting Group, una de las firmas de consultoría más grandes del mundo, y para no dejar de lado la filosofía, en 2020, fundó el podcast Urbi et Orbi (“ciudad y pueblo”, en español), en el que explica las tesis de grandes pensadores en un lenguaje sencillo y claro. Se casó en diciembre de 2021 con la actriz María Cristina Pimiento y en noviembre de 2022 nació su hijo, Clemente.

Las pocas apariciones públicas de David han sido por cuenta de los líos legales que se desprendieron de la aspiración presidencial de su padre. Estuvo envuelto en el caso del hacker Andrés Sepulveda, que estalló en 2014, en medio de la campaña presidencial, y que fue archivado por la Fiscalía General de la Nación en 2021. Sepulveda, quien fue condenado a 10 años de prisión, acusó a Óscar Iván Zuluaga y a su hijo de pagarle a cambio de que espiara a los negociadores del Gobierno que adelantaban diálogos de paz con las FARC en La Habana, Cuba. Sin embargo, el propio Sepulveda se negó a rendir testimonio y el proceso quedó sin sustento probatorio. David salió intacto de esa investigación, pero el escándalo de Odebrecht volvió a tocar su puerta año y medio después.

La prueba reina contra padre e hijo son unas grabaciones en las que Zuluaga admite conocer que Odebrecht financió su campaña. La constructora le pagó 1,6 millones de dólares al publicista brasileño Eduardo Duda Mendoça, que hizo trabajos de asesoría. La Fiscalía cree ahora, con las nuevas pruebas que se han aportado al caso, que el hijo también conocía esos pagos irregulares.

El asunto se ha convertido en una tragedia shakesperiana. A Óscar Iván Zuluaga todo el mundo le ha dado la espalda. Pronunciar su nombre estos días quema la lengua. Su partido le ha abandonado, la opinión pública lo repudia, la gente se burla de su implante de pelo. Sobre él llueve granizo, pero solo tiene un deseo en la vida: que su hijo no acabe en prisión. Ver al chico dorado entre rejas le partiría el corazón.

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Juan Pablo Vásquez
Es periodista de la edición colombiana de EL PAÍS. Nació en Bucaramanga, Santander. Anteriormente se desempeñó como periodista judicial en 'Revista Semana' y de investigación en Caracol Radio y 'Cambio'.

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