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La sargenta secuestrada por el ELN: “Me toca ir por carretera porque no puedo más económicamente”

Los padres de Ghislaine Karina Ramírez relatan la historia de la familia y cómo vivieron los días de cautiverio de su hija y sus nietos

Liberación sargenta ELN
La sargento Karina Ramirez y sus dos hijos al ser liberados por el ELN en Cúcuta (Colombia), el 7 de julio.Cortesía
Lucas Reynoso

Gerardo Ramírez se despidió de su hija el domingo. La sargenta Ghislaine Karina Ramírez dejaba atrás su vida en Melgar (Tolima), el municipio en el que nació hace 35 años, para cumplir la orden militar de presentarse en el batallón del Ejército en Arauca. Padre e hija se tomaron unas cervezas, empacaron y se aseguraron de que los dos hijos de ella estuvieran cómodos en el carro que los llevaría hasta el destino, a 800 kilómetros. Juan Camilo y Angie Rocío, de seis y ocho años, iban acostados con la compañía de una tableta, un celular y la perra de la familia. Gerardo estaba preocupado: recuerda, en conversación teléfonica con EL PAÍS, que le había sugerido a su hija que le dejara a los niños. “No, papi, tienen que estar conmigo, que soy la mamá”, le respondió ella.

María Nancy Chitiva, la madre de Ghislaine, no pudo estar ese domingo. Había acompañado a su hija todo ese último mes, en Melgar, mientras esperaban la orden de traslado a Arauca. Pero ese fin de semana ya tenía planeado viajar a Bogotá para acompañar a otra hija, que se encuentra en tratamiento por problemas de salud. “Mami, ya me voy”, le dijo Ghislaine por teléfono. “Dios la proteja”, respondió la madre. Nancy estaba inquieta, entre otras cosas, por el viaje en carro a un lugar lejano y con fuerte presencia de la guerrilla. Comenta a este periódico que le preguntó a su hija si no había otra opción y que la respuesta fue negativa: “No, mami, me toca ir por carretera porque no puedo más, económicamente no estoy bien”.

Los padres de Ghislaine tuvieron contacto con su hija hasta el lunes. “Me da susto porque estas carreteras son muy solas, papi. Está todo feo esto, todo tenebroso”, llegó a comentarle la sargenta a su papá por mensaje de voz. Después, Gerardo y Nancy no supieron nada más y pasaron una noche “tremenda”. Solo tuvieron noticias de su hija cuando un comunicado del Ejército informó que la suboficial y sus hijos habían sido secuestrados, posiblemente por el Ejército de Liberación Nacional (ELN). La angustia los embargó. No tanto por Ghislaine, que había tomado un curso anti-secuestros y “es fuerte”. Más bien por el pequeño de seis años, Juan Camilo, que tiene autismo.

Liberación de sargenta Ghislaine Karina Ramírez
Gerardo Ramírez y María Nancy Chitiva, padres de Ghislaine Karina.CORTESÍA

“Cuando se pone bravo, aprieta, muerde. Si actúa de esa forma con otra persona, puede que lo traten mal”, razonaba el abuelo. “De pronto le pega a alguien, le tira a alguien, cuando uno no le deja hacer lo que él quiere”, consideraba la abuela. El niño y sus terapias habían sido la razón principal por la que les había inquietado la mudanza a Arauca, tan lejos de los tratamientos que Juan Camilo solía hacer en Bogotá. La preocupación era tanta que Gerardo incluso le había sugerido a su hija que pidiera la baja en el Ejército. “No, papi, es una orden. Tengo que cumplir”, le había respondido ella.

“Tuvimos varias tomas guerrilleras en el pueblo”

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Los Ramírez, al igual que millones de colombianos, siempre han convivido con el conflicto armado. Gerardo es de Puerto Rico (Caquetá), mientras que Nancy es de Ataco (Tolima). Ambos vivieron varios años en el pueblo de ella, donde tienen una finca a la que ya no pueden ir. “Tuvimos varias tomas guerrilleras [de las FARC]. Cuando había una, tocaba correr”, recuerda Gerardo. “Nos tocaba meternos debajo de la cama. Los disparos entraban por la puerta, por la pared, y uno salía corriendo”, agrega Nancy.

El papá de Ghislaine comenta que “está acostumbrado” a la violencia del país. “A mí no me da miedo encontrarme con la guerrilla. Yo a lo único a lo que tengo temor es a Dios”, afirma mientras recuerda que lo incentivaron varias veces a unirse a un grupo armado cuando era niño. En ese contexto, un secuestro es angustiante, pero no es algo totalmente ajeno a una realidad que siempre estuvo cerca. La desesperación, insisten, vino más bien por la vulnerabilidad acentuada del nieto más pequeño.

“Yo le decía [a Juan Camilo]: ‘Hola papi, ¿qué más?’. Él se sonreía, cambiaba su semblante. Me ponía a pronunciarle palabras para que practique la letra erre. Carrera, carro, correr”, recordaba el abuelo del niño mientras esperaba noticias. “Papi, ¡un abrazo!’, le decía. Y él se venía con cuidado y me abrazaba. En los últimos días, me pedía que lo alzara, ponía su carita sobre mi cara y me sobaba en la mejilla”.

La liberación

La madre de Ghislaine se enteró de la liberación de su hija en la tarde del viernes, en simultáneo con el resto del país. Un hermano le mandó una de las fotos que muestra a la sargenta uniformada, a los niños y a la perra, todos rodeados por hombres y mujeres con pañoletas del ELN y por funcionarios de la Defensoría del Pueblo. Minutos después, Gerardo recibió la llamada de su hija y lloró. “Soy Ghislaine Karina”, dijo ella. “Hola, abuelito”, agregó Angie Rocío. Quedaron en que más tarde hablarían mejor.

Un coronel del Ejército llamó a Nancy para contarle la noticia. “Le agradecí, pero yo ya lo sabía”, relata ella. Para entonces, la alegría ya fluía en el apartamento que la familia tiene en Melgar. Una psicóloga de las Fuerzas Militares los visitaba y se comenzaba a planear un viaje para reencontrarse con la sargenta y los niños.

Nancy, sin embargo, aparta un rato para conversar con este periódico y rechaza las declaraciones que emitió el ministro de Defensa, Iván Velásquez, en la mañana de ese día. Él había atribuido parte de la responsabilidad por el secuestro a la sargenta: “Ella [estaba] sola, con sus hijos, en su vehículo, desplazándose, en una zona en la que se sabe de la presencia ELN. Ese es un acto de imprudencia”. Según la madre de Ghislaine, el Ejército no ofreció un tiquete aéreo como alternativa y tampoco una opción de custodia. La sargenta hizo lo que pudo con un sueldo mensual de entre 2 y 2,5 millones de pesos (unos 475-600 dólares).

Clarinetista de la Guardia Presidencial

Cuando era adolescente, Ghislaine Karina Ramírez se formó en un conservatorio de Tolima. Allí consolidó su pasión por el clarinete, algo que la ha acompañado todos estos años en el Ejército. Gerardo y Nancy relatan que, entre un periodo en Ibagué y otro en Melgar, la sargenta estuvo varios años en la Guardia Presidencial. Formó parte de la banda con la que los mandatarios honran y celebran las visitas de altos dignatarios extranjeros.

El Ejército, en cambio, le gusta pero no es una pasión. Fue la opción laboral disponible cuando tenía 18 años, en un contexto en el que es demasiado difícil pagar una carrera universitaria. “Ella [un día] nos sorprendió, nos dijo que se había inscripto. Fue decisión de ella y nosotros la respetamos”, cuenta Nancy. “Vio la oportunidad de tener un trabajo, de tener una fuente de ingresos”, recuerda Gerardo.

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Sobre la firma

Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.

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