El Gobierno de Petro baja al barro: día aciago para el presidente
Las crisis y las polémicas paralizan la acción política del mandatario colombiano, obsesionado con las conspiraciones en su contra y en medio del fuego cruzado entre sus dos personas de más confianza
Da igual donde esté, al presidente colombiano, Gustavo Petro, siempre se le encuentra en Twitter. Este podría ser un miércoles aciago para el mandatario que, a pesar de estar de viaje en Brasil, sigue de reojo como todo a su alrededor se empantana. La no política comienza a adueñarse del llamado Gobierno del cambio. Las crisis y los cambios de estrategia se solapan unas a otras y el ruido impide ver ya un horizonte ejecutivo claro. Por un lado, el presidente alienta desde hace un mes la batalla ideológica con la que espera despertar a la izquierda del letargo del poder. Incluso a él mismo, ya que poco después de reunirse con Lula en Brasilia anunció que la próxima semana marchará en las calles “contra la impunidad”. Será entonces un presidente manifestante o un presidente opositor, se entiende que no a su Gobierno, sino al supuesto “golpe blando” que ve en su contra. Por si esto fuera poco, dos de sus colaboradores más cercanos se han enfrentado en un espectáculo tan bochornoso como mediático que lo ha obligado a saltar al campo para detener la pelea. Será lo primero que haga cuando llegue de Brasil. De eso sí que no ha hablado en Twitter, a pesar de que era de lo que todo el mundo hablaba.
Si hay días en los que parece que no pasa nada, hay días en los que parece que pasa de todo. El ambiente ya venía caldeado desde que hace un mes Petro hiciera una profunda remodelación de su gabinete que incluyó la salida de siete ministros. Entonces abogó por llevar a su Gobierno a la izquierda, con la intención de desatascar las reformas que chocaban una y otra vez con los sectores moderados o de derecha. La medida por ahora no ha dado resultado. Rota la frágil mayoría que tenía al principio en el Congreso, y que había tejido con partidos conservadores, las reformas se frenan ahora en una Cámara que parece descabezada. En vez de pasos adelante, el Gobierno gira alrededor de sí mismo.
Los golpes de Estado
El presidente ve conspiraciones por todos lados. Un día son los militares, otro los tribunales. Los primeros quieren comandar una asonada que lo derroque del poder, como le hicieron a Salvador Allende —no hay el más mínimo indicio de que eso sea factible—. Los segundos, gobernar con la toga, apartando a políticos de su movimiento del ejercicio de sus funciones; lo ha bautizado como un golpe blando. Petro está convencido de que el cambio que prometió genera muchas resistencias en una estructura estatal conservadora, acomodaticia. El establishment en su concepto más puro, en el que incluye a los medios de comunicación. No olvida que él fue destituido por la Procuraduría cuando era alcalde de Bogotá por un asunto administrativo y fue inhabilitado por 15 años. La CIDH le dio la razón. Sin ese giro del destino nunca habría llegado a ser presidente. Eso ha marcado su vida política, su percepción de la realidad. A esa institución que lo salvó quiere dirigirse ahora para evitar que suspendan a sus congresistas, entre ellos uno clave en su Gobierno, Roy Barreras, apartado de su cargo por doble militancia. Estas decisiones que considera injustas le harán salir a la calle, como ha anunciado. Vuelve el presidente manifestante, el presidente pancartero. Hacer oposición a la oposición.
El atasco en el Congreso
Petro empezó su mandato con unas alianzas en el Congreso que permitían ser optimistas sobre sus posibilidades de sacar adelante las reformas que tenía en la cabeza. La fiscal, la laboral, la de salud, entre otras. Sin embargo, todo se ha paralizado en la Cámara, que por momentos parece un solar. Se ha llenado de asientos vacíos. El presidente rompió con los partidos conservadores y moderados por considerar que rebajan sus reformas hasta dejarlas irreconocibles frente a las que él tiene en mente. Eso le ha dejado un poco solo. Desde hace 45 días se puede decir que el Congreso está prácticamente paralizado. Si tarda en rearmar su coalición, corre el riesgo de que no logre aprobar casi nada. Los legisladores de su partido le urgen a que ponga el acelerador, pero pareciera que el presidente ya no cree que el éxito de su Gobierno dependa de un Congreso al que considera en manos de fuerzas conservadoras que fingen cambiar todo para que nada cambie.
La novela de Benedetti
Armando Benedetti, su escudero, su fiel aliado, le ha metido en un enredo del que no se sabe muy bien cómo van a salir los implicados. Benedetti, embajador en Caracas, ha acusado a la persona más cercana de Petro, Laura Sarabia, la jefa de Gabinete, de ocultar una gran cantidad de dinero en su casa, de someter a la niñera de su hijo a un polígrafo a la fuerza —se le acusaba de robar un maletín con 7.000 dólares— y ha llegado a insinuar que tiene teléfonos intervenidos. El asunto de la niñera acabó en los medios el sábado pasado, y Sarabia cree que quien lo filtró fue Benedetti, el que era hasta hace poco su jefe. Petro se encuentra atrapado entre dos lealtades. Benedetti le acompañó y lo defendió durante la desgastante campaña que le llevó al poder. Sarabia es hoy en día su persona de más confianza, su muleta. El conflicto Benedetti-Sarabia no beneficia a nadie, y menos al presidente. Los dos enemigos fueron íntimos hasta hace unos meses, cuando comenzaron a discrepar sobre la forma de asesorar a Petro. Desde Brasil, el presidente llamó al embajador para que dejara de azuzar el tema en redes sociales. Lo convocó de urgencia este jueves para zanjar de una vez por todas la disputa. Petro no quiere incendios en casa.
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