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CANNABIS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La moralina colombiana

La moralina colombiana es culpable de que una industria que florece en el mundo, como la del cannabis, haya perdido en Colombia preciosos años para poderse desarrollar

Cannabis Colombia
Un manifestante por la legalización del cannabis rodeado de policías, en septiembre de 2018, en Bogotá.Fernando Vergara (AP)

Colombia es un país inmoral, pero ahogado en algo que, aunque tiene nombre de medicamento, es la definición perfecta para referirse a nuestra enfermedad: la moralina.

Por esa particular patología, algunos consideran que las ejecuciones extrajudiciales realizadas por miembros del Ejército no tuvieron nada de condenable, pero a esas mismas personas les parece espantoso e indignante que un congresista reconozca que fuma marihuana todos los días. Otros ven como algo aceptable que un hombre se emborrache y acose a las mujeres que lo rodean, pero en contraste consideran inadmisible que una pareja homosexual se dé un beso en un lugar público. Hay quienes mienten y traicionan a aquellos que con generosidad les han tendido la mano, pero ven como algo escandaloso y condenable que una persona se declare atea.

Nos sobra moralina para condenar lo que no nos afecta, mientras que pareciéramos carecer de suficiente valor para admitir que muchas conductas consideradas normales en nuestra sociedad son en realidad abominables y repugnantes.

La más reciente víctima de la moralina colombiana es la congresista Susana Gómez, mejor conocida por su sobrenombre en redes sociales, Susana Boreal, quien en una audiencia sobre la legalización del cannabis de uso adulto reconoció que todos los días consume marihuana.

“¿Estará en capacidad de legislar si está todo el tiempo drogada?”, se preguntaron unos. “Por eso es que no hace nada en el Congreso”, concluyeron otros. Y así, como quien desgrana una mazorca, empezaron a llegar más y más frases prefabricadas de condena a esa mujer que dio el salto de la música sinfónica a las disonancias del Capitolio Nacional en las últimas elecciones parlamentarias.

Me quedo con la última de las expresiones, aquella que culpa al consumo de marihuana por su inactividad en el Congreso. Digamos que eso fuera cierto. En su defensa se puede afirmar que al menos ella tiene esa excusa para un bajo rendimiento, porque en la orilla de los políticos que agitan la bandera de la moralina abundan los que no hacen nada, los que van cada semana a calentar puesto en el Congreso, devengan sus treinta y pico millones de pesos y solo consumen café. Peor aún, hay algunos que puede que no consuman marihuana, pero son tan corruptos que no estampan su firma para respaldar un proyecto o no votan a favor de una iniciativa si no hay un aliciente monetario o en especie que les sirva de combustible. Con ellos no son tan implacables. La moralina, como lo dice su definición, es una moral impostada y trivial.

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La moralina colombiana es culpable de que una industria que florece en el mundo, como la del cannabis, haya perdido en Colombia preciosos años para poderse desarrollar. La moralina colombiana es la que hace que muchos no vean en la vicepresidenta Francia Márquez más que una mujer afro, despojándola de infinidad de logros personales que han marcado el derrotero de su vida. La moralina es la que nos mantiene paralizados en una guerra contra las drogas que nunca tendrá fin y que nació como una respuesta política de los gobiernos conservadores a los movimientos hippies liberales de la década del sesenta.

Erradicar la moralina solo se logra por un camino: la educación. Un escenario donde aún tenemos muchas tareas pendientes.

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