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Gobierno de Colombia
Columna
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La renuncia de la ministra de Minas

El presidente no debe permitir que se tumbe a Irene Vélez. Para un Gobierno la caída de un ministro constituye un golpe demasiado costoso

Irene Vélez, ministra de Minas y Energía en entrevista para el diario El País, en Bogotá.
Irene Vélez, ministra de Minas y Energía durante una entrevista con EL PAÍS, en Bogotá.Juan Felipe Rubio

En Colombia algunos lo llaman tormenta perfecta, es un fenómeno en que, en una rara coincidencia, circunstancias adversas no deseables se presentan a un mismo tiempo. Debilidad fiscal para atender las obligaciones externas del Estado por las menores exportaciones de petróleo y productos mineros. Menor inversión extranjera para financiar el déficit de la balanza de pago. Diferencias del ministro de mayor jerarquía (Hacienda y Crédito Público) con sus colegas de gabinete. Enfrentamiento entre el Presidente de la Republica y el Banco Central por los criterios para luchar contra la inflación. Etc.

Todos los meteorólogos de la política han concordado en señalar a la Ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, filósofa y doctora en geografía política, como la causante de la tempestad. Tanto que su compañero de gabinete, el ministro Ocampo, le manifestó al diario El Tiempo que en el comportamiento del dólar de la última semana (la de los truenos ) sí ha pesado la percepción en los mercados financieros sobre algunas declaraciones de algunos colegas, puntualmente frente al tema de petróleo, situación que ha generado mucha preocupación porque se trata del principal producto de exportación de Colombia.

Un excelente columnista del diario El Espectador, Carlos Granés, creó un tropo mediante el cual establece una sinonimia entre los dos activistas del grupo ecologista Just Stop Oil, quienes arrojaron una lata de sopa sobre una famosa obra de Van Gogh al grito de “No más petróleo, punto”, con la hipotética posibilidad de que hicieran lo mismo en las paredes del Ministerio de Minas y Energía de Colombia y se pegaran a la pared vociferando el mismo slogan. “No más petróleo, punto”. Algo así - dice Granés - es lo que ha ocurrido con Irene Vélez, quien llegó decidida a frenar la explotación de hidrocarburos, gas incluido.

Sin embargo, no es justo concentrar en la ministra toda la responsabilidad del desaguisado. La funcionaria nunca ha sido desautorizada por su jefe, el señor presidente Gustavo Petro. No solo la ha respaldado sino que el autor de la criatura de la transición energética y de no suscribir nuevos contratos fue él, desde la campaña: “eso implica dejar de depender económicamente del petróleo y el carbón en nuestras exportaciones” dijo textualmente antes de ser elegido, y en eso está. La ministra de Ambiente y Desarrollo Sostenible también ha defendido en varios escenarios con garbo la figura de la no renovación de proyectos mineros.

El único miembro de la administración actual que se ha atrevido a manifestar que está estudiando con el ministro de Comercio nuevos proyectos mineros para exportar a Venezuela, es el ministro de las finanzas.

Algunos de los meteorólogos sugieren que la renuncia de la ministra de Energía solucionaría el problema. Esa fórmula complicaría más las cosas. Para un gobierno la caída de un ministro constituye un golpe demasiado costoso. En este país los presidentes han dado batallas corajudas para defender a sus ministros y su caída le representó - cuando se produjeron- a sus mandatos un desprestigio significativo.

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El presidente Carlos Lleras libró una batalla extenuante en defensa de su ministro de Agricultura Enrique Peñalosa de las garras del senador Ignacio Vives Echavarría. Vives terminó preso por delito de falsedad en documento público.

El presidente Alfonso López se la jugó por su ministro de Obras Públicas, Humberto Salcedo Collante, acusado ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes. Un juicio largo y desgastador.

El presidente Cesar Gaviria reaccionó de manera muy severa ante el senador Fernando Botero, cuando en su condición de investigador del Congreso por la fuga del narcotraficante criminal Pablo Escobar, sugirió la renuncia de su ministro de Defensa, Rafael Pardo. El presidente lo mandó al cuerno.

Tumbar ministros en regímenes presidenciales es un objetivo provocativo para la oposición que recurre sin fortuna a la figura inocua de la moción de censura, norma constitucional imposible de perfeccionarse por requisitos excesivos. El voto de censura es un instrumento ajeno e inapropiado al régimen presidencial.

Pretender que el presidente se deje tumbar a la Ministra, a menos de cuatro meses de gobierno, es una quimera. Como diría la representante a la Cámara que llevó la comida de su casa al recinto del parlamento: estamos en la olla.

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