Paradojas de ‘Porky’, el alcalde fanático de Lima que quiere acabar con Castillo
Rafael López Aliaga se sentará en el sillón municipal de la capital peruana con un propósito: impulsar la vacancia del presidente de Perú. Asegura prodigar el amor, pero los hechos lo desdicen
Se autodeclara el alcalde de los cerros —los pobres que viven en las colinas—, dice predicar el amor y ser un respetuoso de la democracia. Pero Rafael López Aliaga Cazorla, un empresario vinculado a 42 empresas, amenazó de muerte a Pedro Castillo cuando era un candidato a la presidencia del Perú, se ha querellado con empresarios y periodistas, y deslizó la posibilidad del fraude en las elecciones del último domingo antes de que el conteo de los votos le resultara favorable.
Ganador de la alcaldía de Lima de manera muy ajustada, apenas por un margen de 47 mil votos, López Aliaga dice no considerarse político, pero en el 2006 fue regidor provincial de Lima y en el 2011 fue candidato al Congreso de la República de forma fallida. Aquella curul la tentó bajo el paraguas de Solidaridad Nacional, la agrupación política que sentó al abogado Luis Castañeda Lossio en el sillón municipal de la capital peruana en tres periodos entre el 2003 y el 2018. Ingeniero industrial por la Universidad de Piura y magister en administración por la Universidad del Pacífico, López Aliaga pasó de ser un militante a ser el secretario nacional y representante legal en el partido del sol, en el último trimestre del 2019.
Un año después, en octubre del 2020, en plena pandemia por el covid-19, Rafael López Aliaga le dio la estocada final a Solidaridad Nacional con miras a las Elecciones Generales 2021, vía streaming: de ahora en adelante el partido se llamaría Renovación Popular, y renunciaría a su tradicional color amarillo, tan importante para su líder original (se solía decir que Castañeda Lossio tenía una obsesión por pintar a Lima de amarillo), a fin de acoger un celeste chillón que él explicó con una afrenta hacia el feminismo: “Es una respuesta al color verde, el color de la muerte”.
López Aliaga le había cambiado la identidad política a una agrupación política fundada en 1998 de un brochazo. Por fin era el rostro de su propio partido, un partido que él se encargó de vincular al fanatismo religioso desde el primer momento. “El centro de mi estatuto y mi ideario es Cristo”, dijo para tiempo después confesar que reprimía sus deseos sexuales pensando en la Virgen María. “Si veo a un mujerón le digo a la virgen María: ‘tú eres más bonita que esta chica’. Estoy tan enamorado de la virgen”, contó sin rubores el empresario de 61 años.
Durante la campaña presidencial de 2021, Rafael López Aliaga vulneró las normas sanitarias por el Estado de Emergencia, negándose a usar mascarilla y congregando a multitudes, en recorridos a los que él bautizó como “caravanas de la esperanza”. Por ello, el portal Salud con Lupa lo incluyó en su lista de desinformantes que esparcían mentiras en la pandemia.
Por aquellos días, un sector de la prensa comenzó a llamarlo el ‘Bolsonaro peruano’ por declararse en contra de la legalización del aborto y el matrimonio igualitario en referencia al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, el ultraderechista que el 30 de octubre buscará la reelección ante el exmandatario Lula da Silva.
López Aliaga rechazó la comparación, alegando que él sí respetaba a las minorías y que Bolsonaro es “extremadamente intolerante”. No conocemos su estandar de tolerancia, pero lo cierto es que con sus asesores sacó ventaja del otro apodo que, más bien, le colocó la calle: Porky, el dibujado animado de la primera mitad del siglo pasado que nos remite a un cerdito tierno, tímido e inofensivo.
Ese manto de candidez y ese discurso profamilia, envuelto en valores cristianos, contrasta con pronunciamientos escalofriantes como cuando se refirió a la eutanasia diciendo que “si te quieres matar, subes a un edificio y te tiras” o cuando en medio de una manifestación hizo un llamado sangriento hacia sus contrincantes: “Muerte al comunismo, muerte a [Vladimir] Cerrón y a [Pedro] Castillo”. Cerrón es el secretario general de Perú Libre, el partido con el que Pedro Castillo se convirtió en el presidente de la República.
Sea como fuere, en los comicios electorales del año pasado, López Aliaga se ubicó en el tercer lugar a nivel nacional con 11,7% (1′692,279 votos), a tan solo dos puntos porcentuales de acceder a la segunda vuelta. Como se sabe, Keiko Fujimori, la lideresa de Fuerza Popular, se ganó ese derecho con 13,4% (1′930,762). Y además, se colocó en el segundo lugar en Lima con 16,8%.
Al acabar en una posición tan expectante, tiempo después hizo público su deseo de postular a la alcaldía de Lima. Denominó a su plan de gobierno ‘Lima potencia mundial’ y se autoproclamó como el “alcalde de los cerros”. Sí, el expresidente del directorio de Perurail, exgerente de Banca Corporativa y de Desarrollo del Citibank, y fundador del Grupo Acres, un conglomerado empresarial de trenes y hoteles, se lanzó como un candidato del pueblo.
En esta última campaña que concluyó el domingo ha prometido un shock de inversiones de mil millones de dólares, un patrullaje con 10 mil motos con geolocalizadores, la construcción de un sistema de teleféricos urbanos y tranvías universitarios que conecten distritos con alta densidad poblacional, la reapertura de un penal en la selva peruana que no opera desde 1993 (Colonia Penal Agrícola del Sepa), entre otros. Propuestas que, según los analistas políticos, son inviables y en muchos casos no corresponden a las prerrogativas municipales.
En el plan de Rafael López Aliaga, por cierto, no hay una sola línea sobre la comunidad LGBTIQ+. Pero él se escandaliza cuando lo tildan del Bolsonaro peruano. Asegura ser un próspero empresario, pero según el diario La República ocho de sus empresa adeudan a la hacienda pública 8,7 millones de dólares.
Ayer, tras tener la seguridad de que es el virtual alcalde de Lima, López Aliaga dijo que declarará persona no grata al presidente Pedro Castillo, que le exigirá que “renuncie por el bien del Perú” y que gobernará “de la mano de la derecha popular”. Ha pedido a los gritos: “no más ‘burros’ en un país de porkys”. Fantasías animadas de ayer y hoy.
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