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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El presidente habla del aborto

La verdad es que el derecho al aborto sí existe, aunque Duque, por sus convicciones personales, preferiría que no fuera así

El presidente de Colombia, Iván Duque
El presidente de Colombia, Iván Duque, durante una entrevista en febrero de 2022.JOHN THYS (AFP)
Juan Gabriel Vásquez

El presidente Duque, decidido a demostrar que cuatro años de mandato no le han enseñado a ser presidente, dio hace poco su opinión sobre el aborto en un foro público. “El aborto no es un método anticonceptivo”, dijo. “Si la vida empieza desde la concepción, interrumpirla es atentar contra la vida misma, porque no existe un derecho al aborto. No existe un derecho a arrebatarle la vida a un ser con expectativa de entrar a la sociedad”. Después de leer el reporte en la prensa colombiana he querido buscar el video del discurso, porque me parecía difícil imaginar más equivocaciones cometidas en el mismo número de palabras. Y ahí está el video: con todas las palabras, con todas las equivocaciones. En estas cuarenta palabras mal contadas hay fallas de lógica, de sindéresis, de cultura democrática, de conocimiento jurídico y de simple empatía, y a mí me recordaron de golpe todas las razones por las que me alegra y me tranquiliza que este gobierno esté llegando a su fin.

Comencemos por la primera frase, una de las agresiones más usuales que deben soportar las mujeres que defienden su derecho soberano a decidir sobre su cuerpo y su futuro. Habría que decirle al presidente que no, el aborto no es un método anticonceptivo: es un método abortivo. Y sugerir que las mujeres toman una decisión tan difícil con la misma actitud con que se toma una pastilla es de una frivolidad intolerable, incluso en alguien tan frívolo como Duque. Parte del problema de la discusión sobre el aborto es esta ligereza con la que muchos (por lo general hombres, aunque no siempre) se toman una decisión que es terriblemente seria, que hace daño con frecuencia y causa sufrimiento, y que se lleva a cabo siempre, sin excepción, para evitar daños mayores: desde daños físicos y tangibles como la muerte hasta daños intangibles y emocionales como –por poner un ejemplo que cualquiera puede entender– la obligación de tener el hijo de un violador.

Pero leo mis palabras y me pregunto si es cierto: si cualquiera puede entender que una mujer no quiera tener el hijo de quien la ha violado. Y la verdad es que no: para Duque o los líderes religiosos, que no sólo quisieran anular la última sentencia de la Corte Constitucional sino penalizar cualquier aborto, el Estado tiene el derecho de exigirle a la mujer violada (o a la niña: de doce, de once, de diez años) que le hipoteque su vida entera a un embarazo que no ha decidido, y que además es fruto de un acto de violencia. No se me ocurre una manera más clara de decirles a las mujeres (o a las niñas) que en realidad no son libres: pues en la sociedad que querrían Duque y los líderes religiosos, cualquier hombre puede definir su existencia futura. En filosofía se habla de “agencia” como la capacidad de una persona para actuar en el mundo: un componente esencial de la libertad. Eso es lo que se les roba a las mujeres (o a las niñas) cuando se les dice que el hecho de otro puede marcar su vida para siempre y que no tienen derecho a impedirlo. ¿Qué hombre querría vivir en una sociedad semejante?

Y aquí entra uno de los aspectos más incomprensibles de este debate sobre el aborto. Volvamos al discurso de Duque y a la revelación de que interrumpir la vida es atentar contra la vida, y recordemos que éste suele ser el primer alegato de quienes se oponen al derecho que ha consagrado el fallo de la Corte: dicen que lo hacen porque están a favor de la vida. Y el resto de nosotros nos vemos en la obligación de señalar que la decisión de abortar es difícil porque en ella no hay una vida involucrada, sino dos, y están en conflicto. ¿Cómo se resuelve este conflicto? Es una conversación muy compleja, y lo primero que hay que hacer es respetar esa complejidad (cosa que no hacen las banalidades proferidas por el presidente); lo siguiente es reconocer que, si tener un hijo implica sacrificar la vida de la madre, la única persona que puede decidir si está dispuesta al sacrificio es la madre misma. “Vivimos en una sociedad donde muchos desprecian la vida”, dijo también Duque. Pero no dijo a cuál vida se refería.

Lo que sí dijo, en cambio, es que no hay derecho al aborto. Y uno podría ponerse literal y denunciar a Duque, presidente de Colombia, por desconocer un fallo de la Corte Constitucional de Colombia; o podría ponerse sarcástico y decir que Duque, evidentemente, no lee los periódicos; o podría ponerse cínico y recordar que el gobierno de Duque pidió hace poco a la Corte anular el fallo, aun a sabiendas de que esa posibilidad jurídica es casi inexistente (igual que hizo al principio de su mandato con las objeciones a la JEP: pero no mezclemos las cosas). La verdad es que el derecho al aborto sí existe, aunque el presidente, por sus convicciones personales, preferiría que no fuera así, y aunque le parezca mal, como dijo después del fallo de febrero, que cinco personas decidan sobre el orden de una sociedad. Parece que no fue a la clase de Derecho donde se explica cómo funciona una democracia: sí, pocas personas toman decisiones que nos afectan a todos. En todo caso, no veo que a Duque le haya parecido mal que otras nueve personas, las de la Corte Suprema de Estados Unidos, hayan decidido recientemente sobre el orden de otra sociedad. Sobre la anulación de Roe vs. Wade no le he oído queja alguna.

Hay mucho más que comentar sobre las palabras del presidente. Habría que decir algo, por ejemplo, sobre el hecho de que las haya pronunciado durante un foro de conmemoración de la libertad religiosa, lo cual parece confirmar algo que vengo sospechando desde hace rato: para buena parte de los que se llenan la boca con esas palabras, la libertad religiosa consiste en imponer su religión propia a las libertades ajenas. Colombia siempre ha tenido un serio problema para entender que las convicciones religiosas, por más respetables que sean, no son fuente de derecho. Es decir, la religión de unos no puede ser el fundamento de la ley de todos. Si no nos ponemos de acuerdo en esto, por lo menos, hay que preocuparse seriamente por el futuro de nuestra república laica.

Y habría que decir algo también sobre esa última de las frases que he citado: “No existe un derecho a arrebatarle la vida a un ser con expectativa de entrar a la sociedad”. Un nonato no tiene expectativas de nada, por supuesto; la que sí las tiene, y las verá truncadas (a veces con mucho sufrimiento) si se le obliga a tener un hijo que no quiere, es la madre. Pero si el nonato tuviera expectativas, y sobre todo si fuera mujer, seguramente echaría un vistazo a esta sociedad que no la defiende convenientemente de las agresiones sexuales, que la culpa de ellas cuando le ocurren y no le cree cuando las denuncia. Y se preguntaría si es preferible vivir en una sociedad como la que quiere Duque o en una como la que permite el fallo de la Corte. Yo, en su lugar, tendría clarísima la respuesta.

Juan Gabriel Vásquez es escritor. Su último libro es Los desacuerdos de paz.

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