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Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Menosprecio nacional

En Popayán hay un sitio arqueológico que casi nadie conoce y que, no se sabe por qué razón, sigue siendo objeto del desdén por parte de las autoridades locales y nacionales

La zona arqueológica del Morro de Tulcán, en Popayán, Colombia, en 1957.
La zona arqueológica del Morro de Tulcán, en Popayán, Colombia, en 1957.Julio César Cubillos (Archivo ICAN)

En Lima, en pleno corazón del elitista barrio de Miraflores, hay un lugar poderosamente atractivo. No es un edificio ultramoderno diseñado por el arquitecto más famoso del mundo. No es una iglesia colonial con adornos de plata y oro. Tampoco es un centro comercial repleto de tiendas de lujo. Es la Huaca Pucllana, un sitio arqueológico admirable, que desde el año 1981 se convirtió en uno de los lugares más visitados por los turistas que llegan a la capital del Perú.

En Popayán, capital del departamento del Cauca, hay un sitio arqueológico que casi nadie conoce, que está a pocos metros del centro histórico de esa muy católica ciudad y que, no se sabe porqué razón, sigue siendo objeto del desdén por parte de las autoridades locales y nacionales. Se trata del llamado Morro de Tulcán, una pequeña colina que en las guías turísticas se promociona como el mejor mirador para apreciar la panorámica de la ciudad, pero casi nunca dicen que bajo la tierra y el pasto hay una construcción que seguramente resultaría mucho más llamativa que ver los desangelados techos de las viviendas payanesas.

El principal atractivo de la Huaca Pucllana es una pirámide construida con ladrillos de adobe hace unos 1800 o 1500 años.

El verdadero atractivo del Morro de Tulcán es una pirámide construida con ladrillos de adobe hace unos 1400 0 1000 años por los indígenas que alguna vez habitaron esa zona de la geografía colombiana.

La diferencia entre lo que pasa en Lima y lo que pasa en Popayán es que mientras allá valoran, aprecian y le sacan el jugo a un lugar que en el pasado fue sagrado para los pueblos prehispánicos, aquí preferimos echarle tierra y ponerle encima un pedestal con una estatua del fundador de la ciudad, que fue lo que ocurrió en 1940 ante los ojos incrédulos de quienes quisieron defender una parte de la historia de esta tierra.

Hoy el podio del fundador está vacío. La efigie ecuestre de Sebastián de Belalcázar está esperando ser restaurada luego de que indígenas de la región la tumbaran en el año 2020. Pero el futuro de la pirámide precolombina es lo que más nos debería importar. ¿Llegó la hora para que los arqueólogos y antropólogos busquen la forma de que los colombianos y el mundo puedan conocer lo que se oculta bajo la tierra de esa colina al suroccidente de Colombia? ¿El Ministerio de Cultura le dará el valor que se merece a un escenario poderosamente atractivo para el turismo y la investigación?

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Hasta ahora, el Morro de Tulcán ha sido una muestra del menosprecio nacional hacia los indígenas en esa región del país. ¿Vale la pena seguir en esa senda?

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