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Fico Gutiérrez, el pulso de la derecha

El exalcalde de Medellín rechazó durante toda la campaña las comparaciones con el presidente Iván Duque, pero sus ideas lo acercan más que ningún otro candidato al actual mandatario

Federico Gutiérrez durante un acto de campaña en Bogotá. Vídeo: EPV
Sally Palomino

El día después de perder las elecciones a la Alcaldía de Medellín en 2011, Federico Gutiérrez madrugó y se fue a la calle. Caminó por los barrios que lo habían votado para agradecer personalmente el apoyo a sus vecinos. Estrechó manos y abrazó a quienes pudo, como si estuviera en campaña. Cuatro años después, ganó. La estrategia de dar una imagen de hombre cercano a los ciudadanos y alejado de los partidos políticos había funcionado. Ahora intenta hacerlo de nuevo, aunque con un reto mucho mayor. Es el candidato que ocupa el segundo lugar en las encuestas para las elecciones presidenciales del 29 de mayo. Recorrió Colombia con la promesa de que si gana no ejercerá desde una oficina. Así lo aseguraba a principios de este mes durante un recorrido por las calles de Bogotá: “A mí no me van a ver gobernando desde un palacio, como si fuera un rey o un príncipe. Yo soy un colombiano común y corriente”.

De 47 años, a Fico, como todos lo conocen, le gusta estar en campaña. Tiene habilidades para llegar a la gente y sabe lo que debe decir para ganar simpatías. “Mire, yo voy a proponer que los adultos mayores reciban 330.000 pesos mensuales”, le aseguraba a una anciana a la que abraza. Como un influencer, rodeado de sus seguidores, saca su Iphone y se graba mientras le hablaba a la cámara: “Bueno, por acá estamos caminando”, y empieza a enumerar los problemas del barrio que visita. El video de un minuto le alcanza para proponer soluciones. En vivo o en redes sociales, Fico intenta posicionar su imagen como la de un político que entiende las necesidades de los colombianos. “Mis jefes son ellos”, ha asegurado cada vez que ponen en duda sus apoyos.

Candidato presidencial colombiano Federico "Fico" Gutiérrez
Fico Gutiérrez se toma foto con una simpatizante en un evento.Carlos Ortega (EFE)

Es el candidato de la derecha, aunque a él no le gusta posicionarse en ninguna doctrina. “Para mí no hay mejor ideología que el sentido común”. Considera que hablar de derechas o izquierdas es una discusión “obsoleta”, pero ha aprovechado el tirón de presentarse como todo lo opuesto a Gustavo Petro, el candidato de izquierda que lidera los sondeos, para sumar apoyos y ganarse el respaldo del uribismo, el peso político que se abraza en torno al expresidente Álvaro Uribe. “No podemos caer en manos del populismo y el autoritarismo como les pasó a Venezuela y a Nicaragua o como está pasando en Perú y Chile. Los cambios no pueden suponer un salto al vacío”, dice a EL PAÍS en un momento de su visita al occidente de Bogotá. En la calle, como en las encuestas, le va bien. Es espontáneo y carismático. Le extiende la mano a los hombres y abraza a sus seguidoras. Es la campaña de un paisa. “¿Qué más, pues?”, le habla al vendedor ambulante. Viste jeans, camisa remangada hasta el codo y ligeramente desabotonada. Siempre usa tenis.

La imagen del candidato fresco y ajeno a la politiquería se diluye cuando empiezan a aparecer los nombres de sus aliados. Federico Gutiérrez es respaldado por figuras que siempre han estado en el poder y por fuerzas políticas alejadas de los reclamos sociales de un país al borde del estallido social por las profundas desigualdades. A su campaña se han unido los expresidentes César Gaviria, Andrés Pastrana, y Álvaro Uribe. También lo acompañan grupos empresariales y movimientos cristianos. Aunque no tiene escándalos judiciales que le enreden legalmente su aspiración presidencial, su promesa de cambio es puesta en duda por sus detractores, que lo acusan de querer lucirse antes que gestionar. Durante el periodo como alcalde de Medellín (2016-2019) se centró en perseguir a los delincuentes, o a los que parecían serlo. Le gustaba liderar los operativos y mostrar en redes sociales las capturas. La seguridad es un tema recurrente en su discurso. “Los bandidos en la cárcel o en una tumba”, repite con frecuencia. Las cifras sobre el orden público en Medellín no respaldaban del todo lo que Fico mostraba, pero la gente lo quería. Salió del cargo con una aplastante aprobación de 85%.

“Lo nuestro va pa arriba y pa arriba y no lo va a parar nadie. Vamos a ganar la presidencia”, dice ahora. Logró ser elegido como el candidato de la coalición de derecha con más de dos millones de votos, superando a exalcaldes y políticos con más experiencia como Enrique Peñalosa o Alejandro Char. Pero al final la campaña, un candidato que no estaba en los cálculos de nadie lo ha puesto a mirar hacia todos los costados. Si antes solo tenía como meta ser uno de los dos candidatos que superen esta primera vuelta, ahora tiene el reto de no dejarse quitar el segundo lugar por Rodolfo Hernández, que sorpresivamente apareció en los sondeos y amenaza con convertirse en el principal contendor del izquierdista Petro.

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Ingeniero civil de profesión, Federico Gutiérrez no era una figura muy conocida en todo el país hasta hace un par de meses. Aunque su primer cargo político lo tuvo a los 28 años, cuando fue concejal, su nombre solo suena fuera de Antioquia desde marzo, cuando ganó la consulta de la derecha. Es la primera vez que se mide electoralmente en el plano nacional y ha intentado llevar la estrategia que le funcionó en lo local a esta candidatura, en la que trabaja con un grupo de gente cercana, de su región, que lo muy conoce bien. “Fico es como el Maluma de la política”, dice alguien que ha estado con él en varios de sus eventos. Sabe hacerse notar. Al presentarse ante una multitud extiende sus brazos para dar la mano a todo el que puede y habla duro, a veces hasta quedarse sin voz. Él es su propia campaña.

Ha invertido en publicidad como ningún otro candidato —su imagen copa todas las vallas de las grandes ciudades— y usa las redes sociales como una herramienta para acercarse a los jóvenes. Su fuerza electoral está en la población mayor de 55 años y por eso busca mostrarse como un bacán, un tipo buena gente que sabe escuchar. Puede estar en la mañana tomándose una foto con los papás de la estrella del fútbol Lucho Díaz, en La Guajira, y en la tarde preguntándole a una mujer negra de San Andrés qué puede hacer para ayudarle a resolver sus problemas. Bromea con su cabellera larga y ondulada, que se acerca al estereotipo de un joven popular de Medellín. No deja que lo peinen y publica videos contando cuando, convencido por sus asesores, decide recurrir a Isa, su estilista. “Miren, el mismo motilado (corte de pelo) y siempre con la misma peluquera. A mí me gusta ¿ustedes qué dicen?”, preguntaba hace poco en un video de TikTok.

Momentos simbólicos

Federico Gutiérrez no ha escrito libros ni ha sido profesor. Su biografía está llena de episodios de su alcaldía más que de logros de su gestión. Muchos son momentos simbólicos que le sirven para el recuerdo. Con frecuencia cuenta que como alcalde buscó con un megáfono, casa por casa, a los jóvenes que habían dejado la escuela. “8.200 pelaos volvieron al colegio”, repite orgulloso. Durante su mandato atendió la tragedia del equipo de fútbol Chapecoense. Al sol y bajo la lluvia, destaca su equipo, estuvo durante más dos días en la montaña donde en 2016 cayó el avión que transportaba a los jugadores brasileños. Y el 22 de febrero de 2019 hizo un espectáculo de la demolición del edificio Mónaco, un símbolo del poder de Pablo Escobar en su ciudad. Invitó a personalidades locales al Club Campestre, desde donde vieron caer, entre aplausos, la edificación. Su postura contra el narco ha sido una de sus banderas. Eligió como fórmula vicepresidencial a Rodrigo Lara Sánchez, el hijo de Rodrigo Lara Bonilla, el ministro de Justicia que murió acribillado por órdenes de Escobar. Lo simbólico también está en su campaña.

Durante su alcaldía, lideró la captura de 161 cabecillas de bandas delincuenciales y más de 3.000 integrantes de estructuras criminales. Pero también salieron a relucir los vínculos de su exsecretario de Seguridad con la Oficina de Envigado, condenado a prisión por hacer pactos para disminuir los homicidios.

Fico suele advertir, casi como un mantra, que el país está al borde del abismo y que un Gobierno suyo es el único camino para salvarlo. Sobre el aborto o la despenalización de la droga evita las reflexiones profundas. Apoya la fumigación aérea de cultivos ilícitos y le parece que la interrupción al embarazo ya estaba garantizada con la ley de plazos. Opina que la decisión de la Corte Constitucional de despenalizar el aborto durante 24 semanas es un exceso. En su búsqueda por simpatizar con la derecha dura ha hecho énfasis en su propuesta de seguridad y orden. Asegura que si gana respetará el derecho a la protesta, pero pone límites. Respalda a la policía y a los militares, incluso cuando ante la opinión pública la imagen de la institución pasa por sus horas más bajas.

En lo estético recuerda a la campaña de hace cuatro años de Iván Duque, que también se dedicó a recorrer el país y dejar postales de su contacto con la gente. Juega fútbol con sus seguidores, posa tocando el acordeón y envía mensajes en sus redes sociales mientras nada en el Amazonas. En su marcado acento paisa le gusta contar de dónde viene: creció en el barrio Belén Alameda de Medellín, en una casa de estrato medio. “El lugar de donde venimos define el lugar hacia donde vamos”, dice cuando recuerda sus orígenes. En 2015, durante su última campaña, su mamá murió, y cuando estaba terminando la alcaldía falleció su papá. Le gusta hablar de su familia. De sus hermanas, Catalina y Juliana, y de “Márgara” (Margarita Gómez) con quien está casado desde hace 20 años y tiene dos hijos, Pedro y Emilio.

Fico sabe que en un país como Colombia, poco dado a escuchar, simplificar los mensajes y abordar de manera sencilla cualquier debate funciona. “Es un excelente candidato. Tiene carisma, le resulta fácil acercarse a la gente y lo disfruta”, destaca Daniel Carvalho, congresista electo por Antioquia y exconcejal de Medellín. Carvalho respaldó a Federico Gutiérrez en su candidatura por la alcaldía, cuando su nombre apenas era conocido. “Lo considerábamos alguien independiente, como la alternativa que iba a ser capaz de enfrentar al Centro Democrático (el partido de Álvaro Uribe), pero resultó ser el candidato de ellos. Eso desdibujó al Federico que apoyé hace siete años”, dice el político, que esta vez no lo acompaña en su aspiración para llegar a la Presidencia. Ser visto como la continuidad del actual Gobierno y la apuesta del uribismo ha sido la carga que más le ha pesado en esta contienda. Aunque ha rechazado insistemente cualquier comparación y se ha mostrado en algunos aspectos crítico con el Ejecutivo, sus ideas lo acercan, más que cualquier otro candidato, al presidente Iván Duque.

El exalcalde de Medellín ha intentado mantenerse lejos del ala dura de la derecha que lo aleja de los colombianos que reclaman un cambio. Por eso, se ha desmarcado de uno de sus mentores, el expresidente Uribe, cuya imagen ha caído entre los ciudadanos y empieza a parecer una figura del pasado. Su estrategia es mostrarse como una opción que también puede representar ideas del centro, aunque muchas de sus posturas parecen sacadas de lo más profundo del uribismo. Apoya los acuerdos con las FARC, pero le pone reparos. Se refiere a los exguerrilleros, que han dado paso para integrarse a la sociedad, como criminales y se niega a sentarse a una mesa de diálogo con el ELN. En política exterior, de la que poco habla, le cierra la puerta a recuperar la vía diplomática con Venezuela y culpa a Nicolás Maduro del drama humanitario que se vive en las fronteras.

Viaja con un esquema de seguridad discreto y no usa chaleco antibalas, aunque dice estar amenazado por grupos criminales que no quieren que llegue a la presidencia. Le gusta hacer de mediador. Durante un recorrido en Bogotá cambia de ruta porque el tumulto que lo sigue tumba el puesto de un vendedor de la calle. “Vengan, por favor, más cuidado. Aquí hay un puesto de ventas, no le hagamos daño al hombre”, indica y desvía el camino de sus seguidores hacia otra dirección en una escena que su equipo de prensa comparte luego en video, como uno de los momentos destacados de su jornada en la capital.

Sus eventos en plaza pública se caracterizan por ser cortos y sencillos, como los videos que sube a las redes sociales. El tiempo le alcanza para ir a varias ciudades en un día y pese a que no ofrece grandes discursos, siempre trata de mandarle un mensaje directo al tendero que curiosea desde un mostrador, a la mujer que vende chucherías en una modesta tienda o a la anciana que se queja de no haber conseguido una pensión. Alérgico a las oficinas, cuando era alcalde prefería delegar funciones administrativas a cambio de estar en la calle y figurar como la persona más visible dentro de su gabinete.

Fico Gutiérrez se asomaba a la primera vuelta electoral confiado en que su estilo descomplicado y su carisma le serían suficientes para extender su candidatura hasta junio, cuando esperaba dar el golpe definitivo y convertirse en presidente, pero Rodolfo Hernández, un candidato sin partido político y con un estilo aun más desenfadado que el suyo, se ha convertido en un palo en la rueda en las últimas semanas. La estrategia de mostrarse como lo opuesto a Petro podría jugar en su contra ante un Hernández que no ha tenido la necesidad de ubicarse en ninguna orilla para ganar seguidores. El carro nuevo, que quería representar Fico, de momento aparece varado en un trayecto que este domingo podría tomar una ruta desconocida.

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Sobre la firma

Sally Palomino
Redactora de EL PAÍS América desde Bogotá. Ha sido reportera de la revista 'Semana' en su formato digital y editora web del diario 'El Tiempo'. Su trabajo periodístico se ha concentrado en temas sobre violencia de género, conflicto armado y derechos humanos.

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