Una generación entre dos mundos
Los ‘millennials’ viven atrapados entre lo viejo y lo nuevo
Los jóvenes que nacieron entre 1982 y 2004 (los llamados millennials) serán más del 70% de la fuerza laboral del mundo desarrollado en 2025. Probablemente habrán empezado a tomar las riendas del futuro de la humanidad. En España, son una generación de más de ocho millones de personas que nacieron en la prosperidad, con un entorno político, económico y social infinitamente mejor que el de sus padres, pero que cuando llegaron a la mayoría de edad se dieron de bruces con una durísima crisis que truncó las expectativas de muchos de ellos. Según la Fundación Porcausa, son el colectivo de los sueños rotos.
La generación del milenio vive con la etiqueta de formar un ejército de gente perezosa, narcisista y consentida; sin embargo, los jóvenes españoles de entre 18 y 34 años son también críticos, exigentes, reformistas, poco materialistas, comprometidos, digitales y participativos. Pero piensan que la sociedad está en deuda con ellos. Eso se deduce, al menos, de todos los informes y encuestas consultados por EL PAÍS. “Aspiramos a todo lo que han aspirado nuestros padres, pero superándolos. Ellos se conformaban con un trabajo que les diera de comer y nosotros queremos que nos dé de comer y nos guste. Es nuestra mala suerte y nuestra fortuna”, resume María Viajel, de 25 años.
La revista Time los definió en 2014 como la generación del yo-yo-yo. Ellos mismos se ven a sí mismos como una generación perdida en el camino entre dos mundos. Como decía una joven millennial de forma gráfica esta misma semana en un conocido programa de radio: "Somos una generación de transición. Somos la última en muchas cosas y la primera en otras tantas. Estamos entre lo viejo, que no acaba de morir, como el papel o el bipartidismo, y lo nuevo, que no acaba de nacer. Una generación que compra las entradas de cine en Internet y luego las imprime".
En esa incertidumbre, "Vivir la vida" es una frase que repiten cuando les preguntas a qué aspiran. Para Elías Rodríguez, de 25 años, esa expresión se resume en "tener un buen sueldo trabajando poco". Amalia Barrigas, de la misma edad, es más contundente: "La generación millennial aspira a vivir la vida, pero porque creo que no tiene ni puta idea de lo que es la vida".
Aunque hay un amplio grupo de chicos y chicas que han entrado en el mercado laboral como se hacía antes (contratos fijos, muchas horas de meritorio y sueldos bajos, confiando en ascender pronto), el modelo convencional no es tan deseado por esta generación como por las anteriores. Se han resignado a la precariedad. "Salario bueno no va a haber; condiciones, casi seguro que tampoco, y vivir la vida es un poco lo que nos queda", dice Elías Rodríguez, de 25 años.
Además, los millennials españoles quieren un trabajo, pero tienen menos prisa por encontrarlo y ponen por delante la calidad y un horario que les permita conciliar lo laboral y lo personal y disfrutar de la vida, que un sueldo llamativo. Ganar dinero está en los escalones más bajos de sus aspiraciones. La familia, los amigos, la calidad del trabajo, los estudios o el sexo están por encima del dinero, según la última encuesta del Observatorio de la Juventud.
Además, no están obsesionados por poseer una casa o un coche; son más de la cultura de compartir. Salvo en lo que a aparatos digitales se refiere. Quieren el último teléfono móvil y el último ordenador portátil, porque son esencialmente digitales, multipantallas y adictos a las APPs y a las redes sociales. No ven mucho la televisión, ni compran periódicos, pero se consideran bien informados a través de Internet.
Según un informe elaborado por la consultora Deloitte, la generación del milenio ha desarrollado un sentido mucho más crítico y exigente que sus padres. Exigen una vida más personalizada y defienden unos nuevos valores más acordes con la sociedad actual: transparencia, sostenibilidad, participación, colaboración y compromiso social. Aunque se sienten autosuficientes y autónomos y quieren ser protagonistas en su vida social y laboral. En cierto sentido, son narcisistas y consentidos.
Los ciudadanos exigen tolerancia y solidaridad
El concepto de ser buen ciudadano es muy diferente para los millennials que para las generaciones anteriores. Participar en asociaciones sociales y políticas o estar dispuestos a servir en el ejército son rasgos que ocupan las últimas posiciones en la valoración de los jóvenes.
Por el contrario, la tolerancia y la solidaridad son los valores que más definen la buena ciudadanía, según el Observatorio de la Juventud en España. Tratar de entender a la gente con opiniones distintas, ayudar a la gente que vive peor que tú, no evadir impuestos, votar, mantenerse informado, obedecer siempre las leyes y normas y elegir artículos de consumo que no dañen al medio ambiente son los rasgos más imporartes.
En contra de lo que se pudidera pensar, los jóvenes de entre 18 y 34 años rechazan ampliamente las conductas límite, pese a que exigen cambios profundos en una sociedad que ellos consideran injusta.
En su mayoría, están mejor formados que sus padres (el 54% tienen título universitario), pero los más jóvenes de ese estrato se han encontrado con que, como consecuencia de la crisis, el mercado laboral tan solo les ofrece trabajos por debajo de su titulación, con contratos temporales y sueldos exiguos. El 75% de los jóvenes asalariados en España tienen un contrato temporal. Eso ha llevado a muchos de ellos a buscarse la vida fuera del país o con el autoempleo o el emprendimiento. Y sienten que la sociedad no les da respuesta al esfuerzo realizado para formarse.
Como los abuelos
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2016 había 2,3 millones de españoles viviendo en el extranjero, la cifra más alta desde que existe el registro del Padrón de Residentes en el Extranjero (PERE). Desde que empezó la crisis, en 2008, esta cifra ha aumentado en más de 800.000 personas, de los que más casi un tercio son menores de 30 años. Los emigrantes jóvenes españoles tienen, en su mayoría, estudios superiores, según el INE, y siguen el camino que hicieron sus abuelos en los años 60, en los que se inició la emigración española en busca de trabajo.
Pero no todo es formación y empleo por debajo de sus posibilidades. En las clases más bajas, la situación es mucho peor. Con una tasa de paro juvenil por encima del 40%, los jóvenes de los estratos sociales inferiores tienen un serio problema de futuro y eso les afecta en sus creencias y sus ilusiones. Durante el boom económico y la burbuja inmobiliaria, cientos de miles de jóvenes abandonaron los estudios para trabajar en la construcción. Un sector que no exigía mucha formación y ofrecía unos sueldos atractivos para chicos de menos de veinte años. Una propuesta difícil de rechazar..
Con el pinchazo de la burbuja, decenas de miles de jóvenes, y no tan jóvenes, fueron engrosando la lista de parados cada mes. Y, lo que es peor, además de quedarse sin trabajo, no tenían formación alguna que les ofreciera una esperanza de reciclarse. Ese colectivo, que está ahora en torno a por encima de los treinta años, es uno de los más desesperados y con mayor desafección hacia la sociedad. No creen en las instituciones, ni en los partidos políticos, ni en las empresas... ni ven la luz al final del túnel. Son los indignados que reniegan del sistema político, económico y social y valoran muy negativamente el funcionamiento de la democracia en España.
Reformistas radicales
La encuesta del INJUVE enfatiza la insatisfacción de los jóvenes frente a la sociedad en la que les ha tocado vivir. Más del 85% de los millennials considera que España necesita reformas profundas y que la sociedad debe cambiar de forma radical, lo que significa un hastazgo hacia el modelo actual. En las respuestas publicadas en el citado Observatorio, las palabras desconfianza e incertidumbre salen una y otra vez.
Tan cerca de la política y tan lejos de los partidos
En las últimas elecciones generales en España, en junio de 2016, se estima que dentro del grupo de personas entre 18 y 34 años, tan solo votó el 61% de los ciudadanos, nueve puntos menos que la media nacional (70%) y 18 puntos menos que el colectivo de más de 55 años (79%), según un estudio de Metroscopia. Además, los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE han perdido la mitad de su electorado joven durante la crisis.
¿Es la abstención de los jóvenes sinónimo de desinterés por la política?, se pregunta el sociólogo Francisco Camas. Y la respuesta es negativa: “Los jóvenes presentan un cuadro de abstención estructural notable, que suplen con otro de participación política no convencional, como las manifestaciones, concentraciones o marchas de protesta”. No se trata de un desinterés generalizado por la política y las citas electorales, “sino más bien una visión crítica sobre algunos elementos de la vida política”.
En plena crisis, las elecciones celebradas en 2015 en España provocaron un aumento significativo del voto joven. El 20 de diciembre de 2015, el bipartidismo consiguió menos del 20% de los votantes de entre 18 y 34 años (en 2008 habían sumado el 56%), mientras que Podemos y Ciudadanos se llevaron casi la mitad de los votantes jóvenes que habían abandonado al PP y al PSOE.
Sin embargo, seis meses después, en junio de 2016, buena parte de esos votos jóvenes volvieron a la abstención. Los expertos lo consideran una respuesta de decepción ante la entrada de los nuevos partidos en el sistema político convencional, tras la ilusión del cambio que ofrecían esos grupos.
El nivel de desafección de los jóvenes es muy superior al de los mayores, según las distintas oleadas de Metroscopia desde 2008. “No creo mucho en la política y menos aún en los políticos”, resume Andrés Huerta, de 24 años; “No creo que me vayan a salvar”. En su último Barómetro de Clima Económico, los españoles de entre 18 y 34 años consideran que la carga de la crisis ha recaído sobre ellos.
Marcos Sanz explica que los jóvenes han visto cómo sus rentas salariales se reducían ante la presión del paro, mientras las pensiones quedaban protegidas por cláusulas de salvaguardia de la capacidad adquisitiva frente al IPC. El Banco de España informaba en su última Encuesta de las Familias, en enero pasado, que entre 2011 y 2014, los jóvenes han sido el grupo de edad que más capacidad adquisitiva ha perdido: un 22,5%.
La pérdida de poder adquisitivo, unido al aumento del paro juvenil y el miedo a perder un empleo ya de por sí precario, ha llevado a una situación de “hiperincertidumbre” sobre el futuro, que se refleja en sus opiniones sobre el sistema político y económico. Los gráficos muestran la valoración negativa de la generación del milenio sobre el sistema político, económico y laboral o el propio Estado del bienestar.
Peor todavía salen parados los bancos, la patronal o las grandes empresas españolas. Las mejores notas corresponden a la Justicia, la sociedad civil, los sindicatos, las multinacionales, las pymes, los movimientos sociales y las ONG. Es como un grito de protesta ante las instituciones que representan la base del Estado y la propia democracia representativa.
Esa falta de certezas sobre el futuro puede ser la explicación de la enorme reducción de matrimonios entre los jóvenes actuales. Un estudio de Pew Research Center señala que en los principales países desrrollados el porcentaje de casados a una edad de entre 18 y 32 años ha ido cayendo de forma exponencial en últimas cuatro generaciones censadas. En los años sesenta el porcentaje de casados se acercaba al 65%, cifra que se redujo a menos del 50% en los ochenta, menos del 40% a final de siglo y apenas el 25% en la actualidad.
Pese a todo, los millennials son una generación muy apetecida para las empresas y los bancos. Un informe elaborado por BBVA Research a nivel global los sitúa como centro de la actividad económica en un futuro muy próximo. Los define como "un grupo interconectado y muy familiarizado con la tecnología que interactúa en medios sociales", aunque añade que "son una generación búmeran que ha vuelto a casa a vivir con sus padres". Y no olvida su participación en los movimientos sociales y de indignados en todo el mundo.
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