¿Hemos encontrado en Doria al Berlusconi brasileño?
El alcalde de São Paulo ha sido la gran sorpresa de estas elecciones pero su discurso contrario a la política puede traer malos recuerdos
João Doria Jr. va a ser el siguiente alcalde de São Paulo. Se ha ganado el puesto ya en la primera vuelta y se ha convertido así en la mayor novedad de las elecciones del domingo pasado. Este hombre, apadrinado del incombustible Geraldo Alckmin, ¿se tratará de una novedad esperanzadora y rompedora, o acabará siendo el Berlusconi brasileño como ya apuntan algunos críticos?
Es cierto que las elecciones como tales han sido atípicas, llenas de sorpresas y han dado lugar a numerosas lecturas, sobre todo por el desplome del PT y la victoria de los partidos que apoyaron la caída de Dilma.
Eran, en efecto, las primeras elecciones después del huracán político y de la gran crisis económica vivida en Brasil. Las primeras después del terremoto de la Lava Jato, de las grandes manifestaciones contra el PT y la vieja política y del impeachement de Dilma.
Eran de esperar sorpresas. Y las ha habido, empezando por la mayor abstención vista hasta ahora. Cuatro de cada diez votantes no han escogido candidato. Los brasileños se han hecho más exigentes con el valor de su voto, lo que refuerza la democracia.
Sin embargo, la sorpresa de las sorpresas ha sido el que un empresario millonario, casi ajeno a la primera línea política, desconocido por el gran público, se haya metido en el bolsillo, y en la primera vuelta, a la gran mayoría de la ciudad de São Paulo, desde las clases altas a los suburbios más pobres.
Se dice que su éxito se debe a la astucia del incansable gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, el auténtico gran vencedor de unas elecciones que anticipan ya la contienda de las presidenciales de 2018.
¿Será esa magia del alquimista Alckmin lo que ha hecho posible el Huracán Doria o hay algo más? Entre las muchas lecturas del fenómeno, una que no puede ser descartada es el cansancio de los votantes con la vieja política y la búsqueda de figuras nuevas que puedan ofrecer esperanzas de cambio.
Y ahí entraría el marketing del empresario gestor, capaz de crear empleo, el trabajador incansable que con su esfuerzo y talento fue capaz de crearse un imperio.
¿Es un bien o un mal para la democracia esta búsqueda de políticos fuera de la política, ya sean de la izquierda, llegados de la universidad, o liberales, salidos de la empresa, capaces de asegurar empleo y bienestar a todos?
Esa es la incógnita y la preocupación de no pocos.
Por honradez política y ética debemos respetar a los electores de la ciudad de São Paulo, la mayor urbe del país y de América Latina, pulmón económico y financiero de Brasil. Y debemos apostar para que la nueva experiencia resulte un éxito.
Lo que no impide que el fenómeno Doria y el de su padrino, el triunfal Alckmin, puedan ser analizados con atención y hasta con perplejidad y preocupación.
Tenemos ejemplos parecidos en Europa que nos obligan a reflexionar.
Uno de los que más recuerdan al historial de Doria es del italiano Silvio Berlusconi, que triunfó sin experiencia política en un país totalmente politizado.
El país pasaba por un momento parecido al que vive hoy Brasil, cansado de los partidos tradicionales que se habían corrompido y con un índice de desempleo que asustaba a las familias.
Berlusconi era amo y señor de un imperio de la construcción creado en la periferia de Milán. Era el Rey Midas del empleo. Y se presentó a los electores como alguien capaz de revitalizar la política y devolver prosperidad al país.
Los políticos e intelectuales de entonces desdeñaron al candidato empresario y millonario y no creyeron que pudiera resultar elegido. Se equivocaron. Recuerdo la entrada triunfal de Berlusconi en Palermo, la capital de la mafia siciliana. Llegó como una divinidad en helicóptero, acogido por medio millón de personas con las manos en alto en señal de victoria. Era el escogido hasta por la mafia.
Berlusconi, el empresario no político ganó las elecciones a primer ministro en 1994.
También él tuvo su gran padrino político, el entonces líder del Partido Socialista Italiano, Betino Craxi, aplaudido en Europa, que bendijo al nuevo primer ministro de derechas. El líder socialista lo cubrió de privilegios y lo protegió hasta cuando empezó a entrar en el túnel de la corrupción.
Fue entonces cuando llegó la operación de Tangentopoli o Mani Pulite, la Lava Jato italiana, que barrió a los viejos partidos y llevó a la cárcel a sus líderes políticos, algunos de los cuales se suicidaron en la cárcel o huyeron del país (empezando por Craxi, que para escapar de la prisión se refugió en su chalet de Túnez, donde falleció, olvidado, en 1999).
La Tangentopoli llevó al poder al Partido Comunista de Enrico Berlinguer, entonces el eurocomunista más importante de Europa.
Los herederos del austero y honesto Berlinguer, a cuyo funeral acudieron dos millones de personas en Roma, acabaron, sin embargo, también ellos atrapados en las redes de la corrupción, y los italianos volvieron a votar a Berlusconi, cuya triste historia hasta hoy es más que conocida.
¿Será Doria como Berlusconi o, como ha llegado a afirmar Lula, como un nuevo Collor?
La historia no suele repetirse y es posible, y deseable, que su experiencia de empresario prestado a la política pueda triunfar y ofrecer sorpresas. Si fuera capaz de convertir, como ha prometido, la ciudad en un piloto de éxito económico y eficiencia, su novedad podría tener consecuencias positivas en la política tan desgarrada de este país.
Todo el mundo está a la búsqueda de un recambio de la vieja política. España, con la llegada del nuevo partido de izquierdas Podemos y con nuevos líderes que empezaron a ser vistos, sobre todo por los jóvenes, como una nueva luz capaz de entusiasmarles y reconciliarse con la política.
Sin embargo, llegados al poder, empiezan ya a ser acusados de caer en los mismos vicios de la vieja casta. Y España lleva meses sin gobierno después de dos elecciones consecutivas, precisamente por la intransigencia de los nuevos políticos no políticos.
Brasil está en medio de una transformación en la que lo viejo se mezcla con las nuevas experiencias, como la de Doria en São Paulo, sin que los electores sepan aún a ciencia cierta por qué y en quiénes apostar.
Muchas incógnitas están abiertas. Lo positivo, sin embargo, es que hoy ya es más difícil oír que todos los políticos son iguales y que tanto vale votar por uno o por otro. Esta vez la abstención es el nuevo partido que alerta que algo está cambiando.
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